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La
tercera película de Sorín es una road movie intimista sobre personajes
solitarios y anónimos. Luego de ganar el premio especial del jurado de
San Sebastián, Historias mínimas llega a los cines españoles y
forma parte del lote de filmes argentinos que están obteniendo un
moderado éxito en el mundo.
Historias
mínimas es como esas contadas personas que tratan -y logran- agradar
a todo el mundo, simpáticas, contemporizadoras, adorables ("un
bello poema" dijo al respecto Wim Wenders, presidente del
Festival de San Sebastián), sin crujidos molestos y con los moldes
adecuados.
El
problema desde estas líneas es que aunque la película me gustó y me
resultó placentera, difusamente intuyo que algo está mal, las tripas me
advierten, tal vez equivocadamente, una solapada autoconciencia pícara.
Veamos.
Hay una torta de cumpleaños que muta en tanto avanza la película con un
viajante de comercio enamorado (Javier Lombardo) que decide los cambios
del bizcochuelo al compás de sus vacilaciones afectivas, hay un berreta
programa de concursos en la televisión local que funciona como triste
alegría para una joven sin techo, hay un viejo con cuentas a saldar con
el pasado y un perro con principios, "Malacara", depositario de
la conciencia del anciano.
Por
un lado se podría especular con una operación del director para alejarse
de su filmografía anterior (La película del Rey y Eterna
sonrisa de New Jersey), filmes que giraban en torno a personajes
fuertes. Con Historias mínimas, el interés estaría asentado en
las/cosas/importantes/en/la/vida/de/los/seres/anónimos, lo cual no esta
mal, siempre y cuando los motivos de la realización no estén regidos por
la astucia, que se traduciría en una cuidadosa dosificación de
personajes queribles, emociones serenas y recompensas para cada situación
al final del camino, suerte de película “de diseño”.
En
principio me inclino a creer en las intenciones. Aunque con ciertos
desfasajes en el registro de la actuación (no siempre resulta la mezcla
entre actores profesionales y gente interpretándose casi a sí misma),
permanecen los materiales nobles, como los paisajes desolados de la
Patagonia (un espacio recurrente para el director), las historias de
contenido humano (sin comillas, cero ironía) y una puesta austera y
despojada, ocupada en el desarrollo del relato.
Como
novel integrante del staff de Encadenados y colaborador allende el
Atlántico, me encuentro en la disyuntiva de calificar, según el mandato
del medio (e incluso desconociendo en gran medida al público español)
una película que, volviendo al principio, me generó dudas en el momento
de verla y más aun cuando me senté a escribir estas líneas, es por eso
que esta nota zigzaguea entre vacilaciones que se traducen en los avances
y retrocesos de la crítica.
Historias
mínimas es una película chiquita que trata sobre grandes temas. Por
su concepción resulta difícil correrse del lugar cómodo de los
veredictos unánimes (en la Argentina los principales medios la apoyaron
sin tapujos y la palabra clave para describir el filme de Sorín fue
“entrañable) y las primeras impresiones. De manera saludable de vez en
cuando aparece la duda, y sucede que las opiniones contundentes dejan paso
al lugar lógico de tensión de la crítica, cuestionando la rutina de la
cobertura semanal de los estrenos. Si en un comienzo HM iba a ser un 4 (en
una escala de 1 a 5), finalmente me decido por un 3, pero honestamente me
parece que es lo de menos.
Hugo
F. Sánchez
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HISTORIAS MÍNIMAS
Título
Original:
Historias
mínimas
País
y Año:
Argentina/España
2002
Género:
DRAMA
Dirección:
Carlos
Sorín
Guión:
Pablo
Solarz
Producción:
Martín
Bardi
Fotografía:
Hugo
Colace
Música:
Nicolás
Sorín
Intérpretes:
Javier
Lombardo, Antonio Benedictis, Javiera Bravo, Carlos Montero, Aníbal
Maldonado, María Rosa Cianferoni, César García.
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