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Esta
película de Carlos Sorín representó a Argentina en el último festival
de Cine de San Sebastián. Recibió el Premio Especial del Jurado. Un
veredicto totalmente injusto, ya que no hay color entre esta hermosa película
y el falso y conformista filme de Fernando León, Los
lunes al sol, que recibió el Primer Premio. No quiero analizar aquí
las razones previsibles por las que el Jurado se vio en la obligación de
anteponer el tono televisivo y blandengue del filme español a la
honestidad y verdad que emana, desde una total sencillez, la película de
Sorín. Si había que escogerse (con honestidad) entre uno y otro filme
por sus calidad la elección era clara: el ganador, sin duda, y por
goleada, hubiera sido el argentino... pero a veces un jurado debe ser
fiel, en algunos casos, a ciertas razones amistosas, en otros a la presión
de algún “fuerte” mass-media.
El
nombre del realizador de esta “peli” dirá poco al espectador español,
entre otras cosas porque hace bastantes años que decidió dejar de hacer
cine ante el fracaso (al menos comercial) de sus dos primeros títulos.
Desconozco el primero, La película
del rey (1985), el segundo era un filme tan singular como Sonrisas
en Nueva Jersey (1989).
Ahora
vuelve con un filme tan original, espontáneo y lúcido como Historias mínima. Desde el mismo título Sorín desea dejar las
cosas muy claras: se trata de contar aparentes historias sin importancia
de seres perdidos en una región desértica y desconocida: la Patagonia
argentina. Hombres y mujeres para los que no existe nada más que su pequeño
pueblo (reducido a una pocas casas), donde las comunicaciones son casi
imposibles y a donde la relación con el mundo exterior parece producirse
sólo por el teléfonos existentes en algunos comercios o por la visión
de televisiones más o menos locales, que, probablemente, sólo estén al
alcance de unos pocos. Se me olvidaba que también existen anticuados
aparatos de radio. Un lugar, donde transcurre la acción, para bien y para
mal perdido, abandonado, desconocido. Allí en los destartalados pueblos
sus habitantes aparecen como ingenuos habitantes de una región aún, en
apariencia, no manchada por odios u ambiciones personales. Pero,
realmente, allí también existe la barbarie, apenas esbozada en la visión
de un preso aporreado (se supone) por las fuerzas del orden, sin olvidar
la envidia y la necesidad de dominar al más débil.
La
película retrata perfectamente a un conjunto de variopintos personajes
tomados del mismo hábitat (solamente el viajante de comercio es actor
profesional) en el que se desarrollan las historias. Seres que desean
vivir, soñar, ilusionarse, aunque probablemente no sepan la razón de las
acciones que llevan a cado y que, en definitiva, la mayor parte de ellos,
tienden a huir de la soledad, el aislamiento en el que viven. Mundos de
(vanas) ilusiones, de falsos triunfos es ese en el que viven unos seres
aun no maleados (o casi) por el contacto con una sociedad enferma.
Tres
historias, las del filme, simples, sencillas, que se cruzan en un camino
de ida y vuelta en pos de la esperanza de un encuentro que de nuevos
alicientes a sus cotidianas vidas. Parece una contradicción la de esos
seres aislados y puros debatiéndose entre la vulgar tranquilidad de una
existencia en apariencia nada conflictiva y sus deseos de buscar nuevos
horizontes desconocidos. Salen de su mundo para orientarse, tratar de
integrarse o al menos vislumbrar lo que puede ser esa integración en
otros mundos menos claros, más conflictivos. Pero es que en su búsqueda
(tan simple como compleja) tratan, sobre todo, de paliar su soledad. En
una de las historias, el anciano, aún cuidado por sus hijos, se siente
incomprendido y solitario. Se le trata como a un niño grande, al que se
le impide cualquier movimiento impropio de su “edad” o se le niegan
“caprichos” (de anciano, claro) como es el encontrar un perro perdido
en el tiempo y/o en la memoria. El viajante, en otra de las historias,
trata de negar su soledad hablando sin cesar, mostrando una alegría
(bastante insatisfactoria) por su trabajo. Nada parece atarle a la vida,
pero su pensamiento vuela en pos de la viuda que tiene una tienda de ropa
en la “gran” ciudad (?), que al menos es la “capital” del pobre y
aislado distrito. La obsesión del viajante por vender, practicar el
“arte” de la venta, es simplemente la manera con la que ocultar su
propio aislamiento. Una vida la suya de hotel en hotel, saltando de un
sitio a otro, sin nadie a quien comunicar lo que siente. En el fondo es,
como todos los personajes del filme, un niño grande que abriendo bien los
ojos trata de comprender, infructuosamente, el mundo en el que le ha
tocado vivir. El viajante, como he dicho anteriormente, es el único actor
“real” del filme. El resto son personas que viven en los lugares donde
transcurren las historias.
Los
personajes de las tres historias se cruzan, se conocen o pasan delante de
los de las otras historias sin percatarse de su presencia. Los tres poseen
una misma finalidad: trasladarse de su pequeño pueblo a la capital de la
zona. Los motivos para emprender el viaje son distintos en los tres casos.
Pero, en cualquier caso, los protagonistas de las tres historias viajan en
pos de algo: un perro, una mujer, un premio de un concurso televisivo.
Ninguna
de las tres historias aporta nada que no supongamos, pero, no importa, ya
que lo fundamental está en “conocer” y “reconocer” tanto a los
personajes principales, como a aquellos otros que encuentran en su camino.
Un camino surcado por una larga carretera que se pierde a lo lejos en
medio de parajes solitarios.
La
historia del anciano puede recordar el estilo que Lynch imprimió a Una historia verdadera, pero en la odisea del personaje de la película
de Sorín se prima el esfuerzo sobre la aventura. Es necesario obtener la
compañía de alguien o algo vivo, aunque sea un perro, para no sentirse
tan solo. Certeros los retratos de todos aquellos seres que va encontrando
en el camino (en especial la bióloga que le recoge en su coche) hasta
llegar a ese final donde lo importante no es para él dudar de si ese que
encuentra es su perro o no. Está claro que TIENE que ser el suyo... aquel
que probablemente pilló un camión en la carretera. Excelente es, en esta
historia, la escena de la compra del perro a su dueño, un hombre que
“cede” finalmente a pesar de que será él quien se quede totalmente
solo.
Probablemente
la historia más previsible es la del viajante, que nos presenta, sobre
todo, tipos tan insólitos como el panadero o el compañero viajante que
encuentra en un bar. Sus rostros son auténticos “poemas”. Lo
importante en esta historia, al igual que en las otras dos, es la
“verosimilitud” que encierra. La lógica del relato se une, en este
caso, a la realidad de unas situaciones consiguiendo así dotar a la
narración de “verdad”. Un maravilloso ejemplo el que el filme de unión
de las diferentes lógicas narrativas.
La
tercera historia (en realidad es la primera con la que el espectador entra
en contacto) corresponde a una chica joven que, como finalista de un
concurso de una televisión comarcal, debe ir a la población para optar
al suculento premio que ofrecen... aunque siempre se lo niegan. No va
sola, ya que debe llevar en brazos a su niño pequeño. Las escenas de su
presencia en el plató televisivo se corresponden probablemente con los
mejores instantes del filme. Por una parte se muestra la realidad del
medio, por otra la realidad (opuesta a lo anterior) que se quiere conferir
al concurso. Nuevamente los tipos escogidos, los rostros se muestran como
cercanos, posibles. Rostros de mujeres resignadas a su destino o a mostrar
que ellas, por encima de todo, tienen que ganar el primer premio. El
instante en que la joven mira a la cámara de televisión que la graba, es
uno de esos momentos mágicos que el cine es capaz de comunicar cuando el
narrador es un verdadero director de cine, dotado además, como muestra
Sorín, de una gran sensibilidad.
Si
en una historia se compra un perro a su verdadero dueño, negándose el
anciano a asumir la realidad de la “muerte” del suyo, y en otra se
compra algo para alguien (el viajante quiere llevar una tarta al hijo de
la viuda a la que ama), aquí la protagonista decide cambiar su premio y
“cobrar” una cantidad extra que le paga otra concursante que desea el
premio que acaba de obtener la joven. Elocuente sus dos acciones
posteriores. La llegada a un restaurante con su hijo pequeño sin saber qué
pedir o su marcha en el autobús abriendo el cofre en forma de corazón
repleto de productos de belleza. Un irónico pero no sarcástico final.
Pero, que no se entienda mal, Sorín no ridiculiza nunca a sus personajes.
Todo lo contrario: les mima, quiere a los seres que ha creado y eso se
nota. Hay un gran cariño en el trato, en la forma de fotografiarlos, de
mostrarlos. Se trata simplemente de retratar a unos seres sin juzgarlos.
Dejándolo, simplemente, que vivan. De ahí también la dignidad y
grandeza de esta sincera y pequeña gran película.
Podría
servir este hermoso filme para aprendizaje de tanto joven engreído como
abunda en nuestra cinematografía. Sería un acto de humildad que
reconocieran la belleza y el talento de estas mínimas historias
superiores a la mayoría de las dirigidas por ellos.
Sorín
realizó el filme en 16 mm., con poco, muy poco dinero. Habría que
estudiar la razón por la cual, en estos momentos de crisis para el país
argentino, surgen allá tantas excelentes películas. Unos años de gran
“reserva” como muestran realizadores como Campanella, Piñeyro,
Araquistain... o Sorín, del que esperamos que su próximo largometraje
(el cuarto) no se postergue otros diez años.
Mr.
Arkadin
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HISTORIAS MÍNIMAS
Título
Original:
Historias
mínimas
País
y Año:
Argentina/España
2002
Género:
DRAMA
Dirección:
Carlos
Sorín
Guión:
Pablo
Solarz
Producción:
Martín
Bardi
Fotografía:
Hugo
Colace
Música:
Nicolás
Sorín
Intérpretes:
Javier
Lombardo, Antonio Benedictis, Javiera Bravo, Carlos Montero, Aníbal
Maldonado, María Rosa Cianferoni, César García.
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