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El
cine de Zhang Yimou es hoy en día uno de los que más expectativas
levanta y más admiración provoca en todo el mundo. Como corresponde a
los autores clásicos, entre los cuales debe contarse ya este cineasta
chino, ha sido capaz de derribar las fronteras culturales para hablarnos
de algo que alude a la humanidad entera, pero lo ha hecho profundizando en
sus temas de siempre, llegando a lo que de universal hay en esos temas, y
confiándolo a un modo de expresión casi constante en toda su carrera.
Se
ha querido ver una doble vertiente en el cine de Yimou. Por una parte
estarían sus películas rurales, ambientadas la mayoría de ellas en épocas
pasadas, y por otra las urbanas, situadas en la China más actual, ajena a
una tradición no muy alejada en el tiempo pero prácticamente
irreconocible en los modos de vida de sus contemporáneos. Esa división
es cierta sólo en parte. Lo es si atendemos al envoltorio de sus películas,
a la anécdota de la historia, pero no lo es en cuanto que en todas ellas
cabe reconocer una misma preocupación temática que tan sólo ha elegido
diferentes medios para expresarse. Es difícil abarcar con palabras la
complejidad que contiene el mundo artístico de Yimou, pero si ha de
hacerse deberíamos mencionar algo así como el enfrentamiento entre el
pasado y el presente como excusa para analizar la oposición entre lo
material y lo espiritual, el interés más mundano frente a los
sentimientos universales.
Tiempos
felices representa un
paso más en esta línea. Ambientada en la gran ciudad, su discurso
emparenta directamente con sus obras anteriores. Más concretamente con Keep
Cool, por cuanto en ésta el marco en el que discurre la historia es
también el medio urbano, pero también con El camino a casa y Ni
uno menos, pues en ellas se apuntaba de forma más o menos directa el
cambio de vida y, lo que es más importante, de visión de la realidad que
conllevan los nuevos tiempos en China.
Dos
son los ejes sobre los que se estructura la película. Por una parte
sobresale la presencia obsesiva del dinero; por otra el culto desmesurado
a la apariencia. El poder del dinero ya estaba presente en sus dos obras
anteriores (la necesidad de conseguirlo para enterrar al marido, o la
obsesión de la maestra por conseguir la paga prometida), pero no
alcanzaba la dimensión que ahora tiene. Todo, absolutamente todo lo que
ocurre en la película gira en torno a su posesión o carencia. Todos los
personajes necesitan dinero para algo, todas sus actividades giran en
torno al dinero, todos sus sentimientos, de entrada al menos, están
mediatizados por él. Y quien no lo tiene debe al menos aparentar que lo
posee. Y de esta manera entronca con la exaltación de la apariencia sobre
todas las cosas, lo cual significa un paso más en el análisis que el
cine de Yimou viene realizando de la nueva sociedad capitalista China. No
importa cual sea la realidad, lo realmente decisivo es que la imagen que
de ella se dé resulte acorde con los nuevos cánones sociales. Desde las
rosas baratas que se recortan para que parezcan más caras hasta la camisa
única y repetida para impresionar más; desde el hotel ficticio hasta el
salón de masajes irreal, donde hasta el sonido exterior es falso; desde
el padre que apenas existe y no mandará nunca el dinero prometido hasta
la elección de una gorda para casarse, no por amor, sino porque es la única
que puede aceptarlo. Todo ello nos dibuja una sociedad deshumanizada y
cruel, una sociedad que ha asimilado en su vida cotidiana los mecanismos
de la publicidad impactante pero vacía cuya presencia es constante en la
película.
¿Y
qué es lo perdido? Como siempre en el cine de Yimou, lo perdido son los
sentimientos, las relaciones humanas, la sinceridad íntima, si bien esta
pérdida no es irreversible, y ahí es donde aparece la dimensión moral
de la película. El viejo Zhao vive por completo cautivo de la lógica
social que le rodea. Su única obsesión es casarse, y para ello no
necesita amor: tras 18 fracasos ha perdido la esperanza de encontrarlo. Y
con ese objetivo se hace cargo de la chica ciega. No hay en sus actos
comprensión o solidaridad alguna. Sin embargo la relación con la joven
hará aflorar en él una dimensión oculta pero existente. La ceguera de
la chica debe leerse como una metáfora de la ceguera del pueblo chino
ignorante de lo que le está ocurriendo, pero es también la posibilidad
de una nueva mirada sobre la realidad, la que romperá el círculo de la
ficción y descubrirá lo que tras ella se esconde. Es maravillosa la
escena en la que se detienen en medio de la calle y ella posa sus manos
sobre él para descubrir cómo es, mientras el plano general recoge el
paso anónimo, solitario y precipitado de la multitud que los envuelve. Su
trabajo de masajista redunda en la posibilidad de establecer la comunicación
a través de las manos, de penetrar con ellas en el rincón más íntimo
de las personas.
Tras
la escena que mencionábamos, ella descubrirá el engaño al que está
siendo sometida, pero mantendrá la ficción aún cuando no consiga con
ello el objetivo de ganar el dinero que necesita. Su actitud ha escapado a
las leyes que la regían y se entiende ahora desde el afecto que en ella
suscitan los viejos que la acompañan. Del mismo modo que en todos ellos
brilla la solidaridad inicialmente escasa y el cariño hacia la joven. En
cierto modo este grupo de jubilados, procedentes de otra época en la que
los males actuales no existían, o en todo caso eran otros, son el
vestigio de un mundo que está acabado pero que quizá pueda revivir, como
lo eran también los viejos alumnos del profesor que acaban portando
desinteresadamente su féretro en la secuencia final de El camino
a casa.
El
final de la película es un ejemplo magnífico de la maestría de Yimou.
En una escena digna de John Ford, los colegas del viejo Zhao rebobinan la
cinta para leerle a la voz de la chica, ya que ella no está presente, la
carta de su amigo. Y en esa carta, manchada de sangre, esto es, procedente
de lo más íntimo de quien la escribe, se redunda en la mentira, pero en
este caso ya no es una mentira interesada, sino una mentira piadosa, una
mentira provocada por el amor hacia el engañado. No obstante tras ella
acaban imponiéndose las palabras de ánimo y la confianza más sincera
hacia las posibilidades de la muchacha. El último plano de ésta
avanzando perdida sobre un fondo desenfocado ejemplifica perfectamente la
dimensión moral del filme; es la apuesta del director por una sociedad
que, a pesar de todo, es capaz de sustraerse a los cantos de sirena que la
envuelven y mirar con otros ojos más puros, más penetrantes, esa
realidad en la que viven.
¿Una
obra menor de Zhang Yimou? Quizás. Pero éste es un concepto relativo, y
las películas menores de ciertos autores resultan ser mucho más grandes
que las mayores de la mayoría. Es el caso que nos ocupa.
Marcial
Moreno
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HAPPY
TIMES
Título
Original:
Xingfu shiguang
Dirección:
Zhang Yimou
Guión:
Zhang Yimou
Fotografía:
Yong Hou
Música:
San Bao
Montaje:
Zhai Ru
Intérpretes:
Fu Biao, Zhao Benshan
Distribuidora:
Hispano Fox Films
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