La
adaptación de la novela de Juan Marsé ha contado con una sonada polémica
de por medio. Se entabló entre Víctor Erice, el primer director al que
se confió la realización de la película, y el productor, que en el último
momento decidió retirarle su confianza, es decir, su dinero para llevar a
término el proyecto. No podemos saber cuál habría sido el resultado del
trabajo de Erice, pero sí contamos con el que finalmente acabó sustituyéndolo
en la versión de Fernando Trueba, que a nuestro entender ha resultado tan
ambicioso como fallido.
La
historia en torno a la que se organiza el relato fílmico nos sitúa en
Barcelona, a finales de los años cuarenta, en uno de los barrios
populares de la ciudad. Allí transcurre la vida de un grupo de personajes
que con sus particulares fantasías escapan de la monotonía impuesta por
la dura realidad. En ese pequeño microcosmos, un muchacho, Dani, ocupa el
lugar central y a través de sus vivencias y de su punto de vista vamos
accediendo a los vericuetos por los que transitan las vidas de los
restantes personajes. Entre ellos, el capitán Blay, un anciano visionario
al que, a modo de lazarillo, acompaña el muchacho en sus idas y venidas
por el barrio. Él se convierte en una suerte de mentor que proporcionará
a Dani la posibilidad de vivir su aventura más excitante, cuando acceda
al ámbito privado de dos mujeres que lo fascinan de diferente forma. Son
Anita y su hija Susana, ambas tan bellas como misteriosas, por ser
portadoras de un oscuro secreto que ha marcado sus vidas y que gira en
torno a la vida de Kim, el marido y padre ausente que Susana ha convertido
en un ser casi legendario a fuerza de fabular sobre la naturaleza de sus
desconocidas actividades.
Como
en otras muchas historias que nos llegan de la mano de un adolescente, la
aventura vivida por Dani no es más que el viaje iniciático que va a
descubrirles, a él y a Susana, el lado más amargo de la realidad
incorporándolos así al mundo sórdido y desesperanzado de los adultos.
Hasta aquí, la película parece cumplir su objetivo, pero no pasa de ahí.
La historia, que en un principio se presupone coral, no consigue dibujar
con acierto a los personajes, que, con excepción de los adolescentes y
del capitán Blay, quedan demasiado difuminados. No percibimos con
claridad los móviles que los empujan en sus acciones y éstas resultan
inconexas o sin demasiado sentido. Da la impresión de que, al escribir el
guión, a Trueba se le han escapado los pequeños detalles, las acciones
secundarias que van punteando la peripecia central y enriqueciendo la película
con el espesor y la complejidad que un relato de estas características
requería.
De
este modo, todo el costoso y cuidado trabajo de puesta en escena que se
percibe en las imágenes queda al servicio de un contenido pobre y mal
organizado. Ni siquiera el mañido recurso de la voz en off ayuda a salvar un relato que llega desajustado desde el
principio. Por otra parte, si el uso del blanco y negro para narrar las
fantasías contadas a los niños por Forcat, estaría justificado, según
el director, por el hecho de que todo lo que los adolescentes del momento
podían saber del lejano oriente lo debían al cine, no hay ni un detalle
previo en la historia que nos haga suponer la afición de los muchachos a
las películas que se hacían eco de semejantes narraciones.
Todos
esos lapsos convierten el filme en un producto fallido al que tampoco
ayudan las interpretaciones actorales, que, si son encomiables en el caso
de Fernando Fernán Gómez y Fernando Tielve, ambos muy convincentes en
sus caracterizaciones respectivas del capitán Blay y Dani, y correctas
por lo que respecta a Eduard Fernández y Antonio Resines, chirrían por
momentos en los papeles que tienen que ver con Ariadna Gil y, sobre todo,
con Aida Folch, cuya innegable belleza no basta para dar cuerpo al
personaje de Susana, necesitado de una técnica interpretativa mucho más
sólida. Por lo demás, poco se puede percibir del talento de Rosa María
Sardá, por la escasa entidad y espacio concedidos a su personaje. Y es
que, si la historia propiciaba la posibilidad de desarrollar, a modo de
telón de fondo, un marco costumbrista que perfilara el ambiente de
aquellos duros años de autarquía, los intentos que se hacen al respecto
quedan muy dispersos, a modo de detalles pintorescos que no acaban de
fraguar en un resultado coherente y bien tramado.
Antonia
del Rey Reguillo
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EL
EMBRUJO DE SHANGHAI
Título
Original:
El embrujo de Shanghai
País y Año:
España, 2001
Género:
DRAMA
Dirección:
Fernando Trueba
Guión:
Fernando Trueba
Producción:
Lola Films
Fotografía:
José Luis López Linares
Música:
Antoine Duhamel
Montaje:
Carmen Frías
Intérpretes:
Fernando Tielve, Ariadna Gil, Fernando Fernán-Gómez, Eduard Fernández,
Aida Folch, Antonio Resines
Distribuidora:
Lola Films
Calificación:
Todos los públicos
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