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Dos
películas aparentemente diferentes pero tan iguales (y no sólo porque
ambos realizadores se llamen Carlos) como equivocadas. Dos formas de
presentar el cine español actual. Se tata de jóvenes realizadores que
ponen en pie su primer proyecto en el campo del largometraje. Ambos
provienen del corto. Molinero tiene algunos, dicen que interesantes,
cortos. Fresnadillo vio, incluso, como su corto Esposados
(no Encadenados, faltaba más)
fue seleccionado para los Oscars de Hollywood. Toda una sorpresa. No hemos
visto ese corto que esperamos sea mejor que la mayoría de los cortos españoles
(en general una auténtica paliza) que tenemos que padecer. Lo malo, para
el tinerfeño (de allá, de Tenerife, es Juan Carlos Fresnadilo), es que
tamaña (e impronta) popularidad le haya llevado a creerse (al igual que
ocurre desde Medem hasta León, no de Quiroga y pero sí de Aranoa, sin
olvidar claro está a Amenábar) un genio (en ciernes, naturalmente).
Pues
bien, Salvajes e Intacto,
desde la juventud de sus autores, no son sino dos filmes viejecitos
aquejados de falsa modernidad, que (ambos) tratan de certificar en la
forma y en el fondo. La equivocación de planteamientos se generaliza en
ellos por igual.
Salvajes
desea ser una crónica sobre lo “salvaje” del mundo que nos
circunda. Sin saber con exactitud, la razón, al final resulta
(testimonios reales de emigrantes lanzados inmisericordiemente al
espectador y superpuestos a los letreros finales) que estamos ante una
denuncia sobre el racismo. El ver acciones de un grupo fachoso, hablar de
ellos y de ello, suponer su externa brutalidad, no basta para aclarar esa
denuncia. Bien es verdad que la película se abre con el asesinato
(bastante ilógico como parece intuirse del confuso desarrollo) de una
persona de color, pero también lo es que el guión corretea por aguas tan
agitadas que nunca se sabe hacia donde se dirige.
Historias
todas de fracaso las que muestra (malamente) Molinero. El núcleo central
muestra a una familia desecha, dominada (es un decir) por la figura poca
clara de la tía (bien Marisa Paredes) de tres creciditos e idiotizados vástagos
por culpa de los excesos y... de las malas compañías. La desaparición
de los padres ha obligado a la mujer ha hacerse cargo de la prole (dos
chicos y una chica) con el fin de intentar sacar provecho de ellos
(claro, darle unos estudios, que sean alguien en la vida...). Pero, como
ella, pertenecen al amplio grupo de los perdedores.
La
historia de los jóvenes (uno de los cuales es un Casamajor cada día más
en alza) es tan tópica como falta de convencimiento. Ellos (los chicos)
forman parte de grupos fascistoides violentos, que, sobre todo en su jefe,
parecen recordar a los extremistas de American History X, mientras que el personaje de ella (la chica),
entre la droga y el sexo, dibuja, si eso es posible, un personaje aún más
falso. La despedida de las imágenes de esa chica, marchando a la muerte
desde una poética relamida (el viaje con su “amor”, más bien amo, en
un coche con un pañuelo aireando al viento), prueba el desbarajuste con
el que Molinero acomete su fallida obra.
Más
interés tiene la historia de amor al borde de la muerte entre el fracasado
policía interpretado por Imanol Arias (muy bien en su papel) y Marisa
Paredes (aparte de ejercer de tía trabaja como una imposible enfermera
de, suponemos, un centro de salud). Esta historia dentro de las historias
que narra Salvajes es con mucho
la de mayor valor y entidad del filme. Al menos se comunica una veracidad
de la que el resto está falta. Contando además con lo ilógico de
algunos momentos. Pero los dos actores están bien y saben dar
credibilidad a ese amor a las puertas de la desesperación y la muerte.
Con ellos dos se cierra, o se concreta, el clima de horror, tristeza y
paranoia que encierra todo el filme.
Historia,
pues, sobre marginación y sobre seres marginales que falla, sobre todo,
en la utilizada en su narración. No basta, ni mucho menos, el utilizar un
tono irreal, casi infernal, para concretizar lo que intenta darse. Hay que
profundizar de otra manera, y eso que la foto, con su carácter fantasmal
(¿irreal?), es uno de los elementos más logrados. Es el caso de la
ciudad irreconocible (Valencia) que se muestra.
Incapaz
de ser defendido es el aparente modernismo que se imprime al relato.¿En
qué consiste? En mover sin sentido una cámara, en montar las escenas
(sobre todo las violentas) de forma que “no se vea nada”, que aquello
sea un caos. Algo que, desde luego, se erige en lo mas relevante, por
fallido y equivocado, del filme. La utilización de un montaje errático,
cuando no ilógico, no produce el deseo de un caos “temático” y si de
un caos (incompetencia) narrativo. Todo ello lleva a pensar que la forma
utilizada no tiene más sentido que ocultar el escaso dinero con el que se
ha abordado el proyecto. La forma de ocultarlo, desde una errónea
modernidad, no logra más que mostrar la incapacidad del director por
lograr un interesante producto. La molestia de lo que se cuenta no se
muestra más que por la molestia que causa ver la negligencia, y la falta
de su conocimiento, técnica que señalizan las imágenes.
Si la película
no es nada desde casi ningún punto de vista (salvo las tantas veces
enunciadas buenas intenciones), tampoco lo es desde el guión en el que ha
colaborado Lola Salvador, toda una institución en el cine español. De su
impronta sólo pueden olfatearse la construcción de ciertos diálogos
naturalistas, contrarios por otra parte a la, ya citada, irrealidad del
filme.
Pobre
debut en el largometraje de Molinero, aunque acá, en Valencia, ciertos
medios la han querido defender, probablemente por el hecho de ser una película
valenciana. Un fiasco más de los directores del aquí.
De
otra Comunidad, la Canaria, procede Fresnadillo y su, igualmente
equivocado, Intacto. Al igual
que el filme de Molinero trata de imponerse desde un tono irreal. Más
juicioso el utilizado por el canario, ya que en su caso la película opta
por lo fantástico.
Lo que se
nota en el filme de Frenadillo es que el joven realizador ha visto mucho
cine. Está bien que lo conozca, lo que ya no está tan bien es que quiera
hacer una película con retazos de otras varias. El indigesto cóctel
incluye desde títulos de Hitchcock (en especial hay una idea, la de
jugarse un dedo, procedente de uno de los telefilmes que dirigió el
maestro) hasta Tarantino (el ajuste de cuentas final). Entre medias lo que
les apetezca. Todo es válido hasta incluir, en la fiesta fantástica-aventurera,
unas gotas de metafísica bergmaniana (¡pobre Ingmar!). Para aclararlo más
se utiliza como actor a uno de los grandes intérpretes del cine del gran
director sueco, Max von Sydow. ¿Qué expresa el personaje?
Sydow, en
el filme, es la representación (nada menos) que de Dios, porque, al fin y
al cabo, dentro de la propuesta fantástica del director, de lo que se
trata (y trata el filme) es de que los personajes alcancen la categoría
de un dios todopoderoso, en cuyas manos (de forma literal) está la vida
de los otros. Un dios, si se quiere, solitario a la espera de enfrentarse
a quién quiere disputarle el puesto. El enfrentamiento se cierra con una
serie de juegos que llevarán al juego final. Aquí, surge uno de los
graves errores del filme: los juegos son, a veces, irrisorios, faltos de
imaginación, propios (algunos) más bien de una película cómica. Una
cosa es la preparación del juego, otra la resolución. En aquella hay un
ritmo logrado que nos lleva a algo inconcreto, misterioso. La resolución
es caprichosa y pobre. Pienso en el juego del “bichito” o en, el más
demencial, la carrera en el bosque, que, por cierto, parece
“inspirada” en uno de los filmes del escritor Robbe-Grillet.
Tampoco
es convincente el personaje del joven adiestrado para enfrentarse al dios-Sydow.
Y no lo es porque debía mostrarse a un ganador nato, cosa que a lo largo
del relato no se asienta al peder en varias de las confrontaciones.
Tampoco ayuda mucho la dispersión, enorme, de las historias de los
distintos aspirantes a convertirse en dioses. Eso, la acumulación de
personajes, hace pensar que estamos ante “variados” (y dispersos)
cortos que caminan con un idea común. Pero dispersos y dispersantes.
Tampoco
el intento de inventiva se mantiene ya que el guión (desde lo insólito)
camina por sendas trilladas (toda la pobre secuencia final), cuando no
acomete errores de bulto (tan pronto tiene importancia que los personajes
se nieguen a ser tocados –como forma de ser gafados- como se olvida tal
idea).
Lo mejor es
el tono del relato, conseguido por una excelente fotografía, que, a
menudo, en el retrato, sobre todo, del paisaje, da la sensación de
promocionar la isla de Tenerife, comunidad que, además de ser la natural
de Fresnadillo, ha intervenido en la producción de la película. También
hay que hacer mencionar a los actores. Todos están bien en su papel.
Aunque, por encima, como es natural, destaca el “dios” Sydow. No es
para menos.
Dos títulos,
Salvajes e Intacto,
vuelven a demostrar la vaciedad e inoperancia del actual cine español, la
falsedad del aserto de que estamos en el mejor momento de nuestra historia
cinematográfica. Desgraciadamente el cine español sigue siendo hueco,
falso, de escasa inventiva y, además ahora, engreído y pretencioso. Esa
es la verdad y así la contamos, aunque quisiéramos poder contarla de
otra forma.
Mr.
Arkadin
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SALVAJES
Título
Original:
Salvajes
País y Año:
España, 2001
Género:
DRAMA
Dirección:
Carlos Molinero
Guión:
Lola Salvador, Jorge Juan Martínez, Clara Pérez
Escrivá, Carlos Molinero
Producción:
Brothers & Sisters
Fotografía:
Gerardo Gormezano
Música:
No tiene
Montaje:
Renato Sanjuán, José Recuenco
Intérpretes:
Marisa Paredes, Imanol Arias, Manuel Morón,
María Isasi, Roger Casamajor, Alberto Ferreiro
Distribuidora:
Alta Films
Calificación:
No recomendado menores de 13 años
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INTACTO
Título
Original:
Intacto
País y Año:
España, 2001
Género:
THRILLER
Dirección:
Juan Carlos Fresnadillo
Guión:
Juan Carlos Fresnadillo, Andrés Koppel
Producción:
Sogecine y Tenerife Film Comission
Fotografía:
Xavier Jiménez
Música:
Lucio Godoy
Montaje:
Nacho Ruiz Capillas
Intérpretes:
Eusebio Poncela, Leonardo Sbaraglia, Mónica
López, Antonio Dechent
Distribuidora:
Warner Sogefilms
Calificación:
No
recomendado menores de 13 años.
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