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Un
plantel de grandes actores al servicio de la maquinaría económica de
Hollywood en horas bajas. Un encuentro, al menos, entre tres generaciones
de actores de calidad. Una presencia, la del anteayer impresionante
Brando, que no aporta demasiado al relato. Descubrimos a un hombre-actor
que da la impresión que ha querido autodestruirse. Su presencia paquidérmica
así nos lo confirma. Robert de Niro, el gran actor de la anterior
generación, sigue siendo imprescindible en el hoy. Pasó, al final de los
ochenta y principio de los 90, por un etapa mala. Olvido (como si quisiera
convertirse en un reflejo de Brando) lo que era y comenzó a creerse un
divo. Resultado, sus interpretaciones eran un acumulación de tics con los
que vertía su ansia de sobreactuar. Desde hace unos años ha vuelto a ser
el gran actor (comedido en su grandeza) de siempre, mostrando incluso una
gran flexibilidad en sus distintos papeles. Puede considerarse, hoy, tanto
un excelente actor cómico como dramático. Edward Norton supone la
generación relevo. Ha mostrado en varias películas que es un buen actor.
Pero no debe bajar la guardia.
Un
trío de actores que en Un golpe
perfecto tratan de salvar un absurdo guión. Uno más de los que
tenemos que padecer en el hoy. Un comienzo-prologo bien narrado (un robo
profesional) en el que la acción trata de definir al personaje de De Niro.
A continuación se pasa al tema central: el último “golpe” que decide
ejecutar antes de retirarse. Curiosamente el maestro de ceremonias, el que
avala los robos, es Brando, y el personaje que ahora surge, para colaborar
en la despedida profesional de De Niro, es Norton. Una relación que podría
entenderse que va más allá de la propia historia narrada para
convertirse en una metáfora sobre la condición, presencia, y relevo de
las distintas generaciones de grandes intérpretes. Pero intentar analizar
ese sentido, en una línea simbólica al tema fundamental de, por ejemplo,
Eva al desnudo, es dar demasiada
importancia al torpe juego insinuado en el filme.
La
historia del “golpe perfecto” no engancha. No lo hace porque son
muchas las lagunas que aparecen en el desarrollo. Los hechos están en la
película de acuerdo a las exigencias de la acción, pero resultan
imposibles de sostener. Es el caso, sorprendente, de un Norton, a veces
excelente, a veces sobreactuado, que se introduce como si nada en la sede
de la aduana canadiense. Basta que aparezca como un ser discapacitado para
que (sin saber quién es, ni de dónde viene) se le de trabajo. Y pueda así
saber dónde demonios está el cetro codiciado, que nuestros profesionales
del trampeo no pueden recoger, debido a que lo han importado escondido en
un piano con carcoma (¡poco previsores!).
Pero
si la presencia de Norton en el sitio del robo es como mínimo absurda, no
digamos la planificación, desarrollo y resolución sorpresiva (y tan
necesaria, como previsible, en estos casos) de la historia. El robo (o no
tal, ya que el cetro parece ser que pertenece ya al embaucador Brando)
abarca un larguísimo tramo del filme. Una situación que se extiende, en
las dos larguísimas horas que dura el relato) a la preparación (y
fotografía in situ del lugar de los hechos) del “golpe” y a la forma
en que nuestro personaje jefe del mismo, De Niro, trata de llevar a buen
puerto su trabajo. Para ello tendrá que poner la imaginación necesaria
que le permita abrir todas las cajas fuertes del mundo, aún a prueba de
lo que sea, y a pensar en cómo van a actuar los otros, y en especial sus
colaboradores. Claro, que su “olfato” le dice desde el primer momento
en quien puede, o no puede, confiar. De esa forma se guardará muy bien
las espaldas.
Queda
dicho que el robo final resulta absurdamente increíble: el personaje de
Norton moviéndose por el edificio de la aduana sin problema alguno, la
dificultad para acceder al sótano no parece existir para ese personaje
que se “cuela” allá en el final del robo para posibilitar la sabida
escena-duelo entre él y De Niro (un enfrentamiento entre la juventud y la
experiencia). No digamos de la salida de ambos personajes del lugar... Y,
algo más, De Niro no tiene inconveniente en que detengan a Norton por el
robo (aunque haya sido “en casa”, es decir en la ciudad donde viven,
algo a lo que siempre De Niro se había opuesto; y éste sea un honrado
propietario de un club de jazz), aunque sepa exactamente (Norton) quiénes
son sus colaboradores y pueda (si es detenido) denunciarles. Pero, en fin,
no importa la lógica y si el desarrollo acelerado (demasiado pausado aquí)
de los acontecimientos. Tampoco se entiende cómo Norton ha entrado en
contacto con Brando ni la relación que existe entre ellos. Una batería
de preguntas que no tiene respuesta. Se trata, hoy en Hollywood, de
escribir por escribir sin importar en absoluto la lógica (al menos
narrativa) de lo que se nos da. Y está dicha, aquí todo está en función
de la presencia de tres actores. Lo de menos es la letra que hay que poner
para que ellos la digan.
Si
los personajes principales (inconsistentes) son el apoyo de la función,
los secundarios (más inconsistentes aún) son un relleno sin demasiado
sentido caso de Angela Basset, cuyo personaje no se sabe muy bien qué
pinta en toda esta operación.
Tampoco
se entiende demasiado qué hace una Frank Oz, en horas bajísimas,
dirigiendo esta cosa. Al parecer los enfrentamientos con Brado durante el
rodaje le llevaron –al menos eso se dice- a pasar a De Niro el testigo
de la dirección en los momentos en que actúa el protagonista de La
ley del silencio. El no muy lejano realizador de la serie “los teleñecos”
está, ante todo, especializado en comedias. Aquí no hay ningún
referente respecto a algunas de sus mejores películas anteriores (Un
par de seductores, por ejemplo, un remake,
superior al original de un filme, curiosamente, interpretado por Brando).
El cambio de género no le ha sentado bien a un Oz titubeante desde hace
un tiempo.
Pobre,
pues, película que no se merecen los grandes actores que la protagonizan.
Los golpes perfectos, a lo largo de la historia del cine, cuentan con más
ilustres ejemplos, que el (mediocre batiburrillo) aquí expuesto.
Mr.
Arkadin
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UN
GOLPE MAESTRO
Título
Original:
The Score
País y Año:
EE.UU, 2001
Género:
ACCIÓN
Dirección:
Frank Oz
Guión:
Kario Salem, Lem Dobbs, Scott Marshall Smith
Producción:
Mandalay Pictures, Horseshoe Bay, Lee Rich
Fotografía:
Rob Hahn
Música:
Howard Shore
Montaje:
Richard Pearson
Intérpretes:
Robert DeNiro, Edward Norton, Marlon Brando,
Angela Bassett
Distribuidora:
TriPictures
Calificación:
No recomendado menores de 13 años
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