Un golpe maestro
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Un golpe maestro

Definitivamente, Frank Oz ha perdido ultimamente el rumbo de su carrera.Un plantel de grandes actores al servicio de la maquinaría económica de Hollywood en horas bajas. Un encuentro, al menos, entre tres generaciones de actores de calidad. Una presencia, la del anteayer impresionante Brando, que no aporta demasiado al relato. Descubrimos a un hombre-actor que da la impresión que ha querido autodestruirse. Su presencia paquidérmica así nos lo confirma. Robert de Niro, el gran actor de la anterior generación, sigue siendo imprescindible en el hoy. Pasó, al final de los ochenta y principio de los 90, por un etapa mala. Olvido (como si quisiera convertirse en un reflejo de Brando) lo que era y comenzó a creerse un divo. Resultado, sus interpretaciones eran un acumulación de tics con los que vertía su ansia de sobreactuar. Desde hace unos años ha vuelto a ser el gran actor (comedido en su grandeza) de siempre, mostrando incluso una gran flexibilidad en sus distintos papeles. Puede considerarse, hoy, tanto un excelente actor cómico como dramático. Edward Norton supone la generación relevo. Ha mostrado en varias películas que es un buen actor. Pero no debe bajar la guardia.

Un trío de actores que en Un golpe perfecto tratan de salvar un absurdo guión. Uno más de los que tenemos que padecer en el hoy. Un comienzo-prologo bien narrado (un robo profesional) en el que la acción trata de definir al personaje de De Niro. A continuación se pasa al tema central: el último “golpe” que decide ejecutar antes de retirarse. Curiosamente el maestro de ceremonias, el que avala los robos, es Brando, y el personaje que ahora surge, para colaborar en la despedida profesional de De Niro, es Norton. Una relación que podría entenderse que va más allá de la propia historia narrada para convertirse en una metáfora sobre la condición, presencia, y relevo de las distintas generaciones de grandes intérpretes. Pero intentar analizar ese sentido, en una línea simbólica al tema fundamental de, por ejemplo, Eva al desnudo, es dar demasiada importancia al torpe juego insinuado en el filme.

La historia del “golpe perfecto” no engancha. No lo hace porque son muchas las lagunas que aparecen en el desarrollo. Los hechos están en la película de acuerdo a las exigencias de la acción, pero resultan imposibles de sostener. Es el caso, sorprendente, de un Norton, a veces excelente, a veces sobreactuado, que se introduce como si nada en la sede de la aduana canadiense. Basta que aparezca como un ser discapacitado para que (sin saber quién es, ni de dónde viene) se le de trabajo. Y pueda así saber dónde demonios está el cetro codiciado, que nuestros profesionales del trampeo no pueden recoger, debido a que lo han importado escondido en un piano con carcoma (¡poco previsores!).

Pero si la presencia de Norton en el sitio del robo es como mínimo absurda, no digamos la planificación, desarrollo y resolución sorpresiva (y tan necesaria, como previsible, en estos casos) de la historia. El robo (o no tal, ya que el cetro parece ser que pertenece ya al embaucador Brando) abarca un larguísimo tramo del filme. Una situación que se extiende, en las dos larguísimas horas que dura el relato) a la preparación (y fotografía in situ del lugar de los hechos) del “golpe” y a la forma en que nuestro personaje jefe del mismo, De Niro, trata de llevar a buen puerto su trabajo. Para ello tendrá que poner la imaginación necesaria que le permita abrir todas las cajas fuertes del mundo, aún a prueba de lo que sea, y a pensar en cómo van a actuar los otros, y en especial sus colaboradores. Claro, que su “olfato” le dice desde el primer momento en quien puede, o no puede, confiar. De esa forma se guardará muy bien las espaldas.

Queda dicho que el robo final resulta absurdamente increíble: el personaje de Norton moviéndose por el edificio de la aduana sin problema alguno, la dificultad para acceder al sótano no parece existir para ese personaje que se “cuela” allá en el final del robo para posibilitar la sabida escena-duelo entre él y De Niro (un enfrentamiento entre la juventud y la experiencia). No digamos de la salida de ambos personajes del lugar... Y, algo más, De Niro no tiene inconveniente en que detengan a Norton por el robo (aunque haya sido “en casa”, es decir en la ciudad donde viven, algo a lo que siempre De Niro se había opuesto; y éste sea un honrado propietario de un club de jazz), aunque sepa exactamente (Norton) quiénes son sus colaboradores y pueda (si es detenido) denunciarles. Pero, en fin, no importa la lógica y si el desarrollo acelerado (demasiado pausado aquí) de los acontecimientos. Tampoco se entiende cómo Norton ha entrado en contacto con Brando ni la relación que existe entre ellos. Una batería de preguntas que no tiene respuesta. Se trata, hoy en Hollywood, de escribir por escribir sin importar en absoluto la lógica (al menos narrativa) de lo que se nos da. Y está dicha, aquí todo está en función de la presencia de tres actores. Lo de menos es la letra que hay que poner para que ellos la digan.

Si los personajes principales (inconsistentes) son el apoyo de la función, los secundarios (más inconsistentes aún) son un relleno sin demasiado sentido caso de Angela Basset, cuyo personaje no se sabe muy bien qué pinta en toda esta operación.

Tampoco se entiende demasiado qué hace una Frank Oz, en horas bajísimas, dirigiendo esta cosa. Al parecer los enfrentamientos con Brado durante el rodaje le llevaron –al menos eso se dice- a pasar a De Niro el testigo de la dirección en los momentos en que actúa el protagonista de La ley del silencio. El no muy lejano realizador de la serie “los teleñecos” está, ante todo, especializado en comedias. Aquí no hay ningún referente respecto a algunas de sus mejores películas anteriores (Un par de seductores, por ejemplo, un remake, superior al original de un filme, curiosamente, interpretado por Brando). El cambio de género no le ha sentado bien a un Oz titubeante desde hace un tiempo.

Pobre, pues, película que no se merecen los grandes actores que la protagonizan. Los golpes perfectos, a lo largo de la historia del cine, cuentan con más ilustres ejemplos, que el (mediocre batiburrillo) aquí expuesto.

Mr. Arkadin

UN GOLPE MAESTRO

Título Original:
The Score
País y Año:
EE.UU, 2001
Género:
ACCIÓN
Dirección:
Frank Oz
Guión:
Kario Salem, Lem Dobbs, Scott Marshall Smith
Producción:
Mandalay Pictures, Horseshoe Bay, Lee Rich
Fotografía:
Rob Hahn
Música:
Howard Shore
Montaje:
Richard Pearson
Intérpretes:
Robert DeNiro, Edward Norton, Marlon Brando, Angela Bassett
Distribuidora:
TriPictures
Calificación:
No recomendado menores de 13 años

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