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Hay
últimamente un intento de encumbrar a nuevos directores. Basta, para
ello, con presentar unas obras amañaditas, aparentemente inquietas o con
regustos del cine de ayer. Por lo visto hasta ahora el cine de James Gray
es un buen filón para tratar de descubrir superfluos o discutibles logros
(algo así como ocurre con el cine de Dahl). Su primera película, la
embarullada Cuestión de sangre (Little
Odessa), excesivamente aplaudida por determinados (e impacientes)
sectores, no era nada del otro mundo. Un policíaco con regustos del ayer
no lograba superar su propuesta inicial. Un esbozo que deseaba ser fiel al
clásico cine negro en cuanto suponía una denuncia de las corrupciones
sociales. La otra cara del crimen en la misma línea no aporta nada novedoso,
más bien se puede entender como un paso atrás en el cine de Gray. Al
menos en su primera obra había una esperanza no cumplida. Al repetir el
cliché el error aparece como más elocuente.
Asistimos
a una historia de redención, ambición y corrupción. Un hombre sale de
la cárcel e intenta trabajar, llevar una vida honrada. Su condena no ha
sido justa. Pero ahora todo se vuelve contra él. La verdad es que no se
entiende muy bien cómo nuestro protagonista desea ser un muchacho íntegro
moralmente ante la familia que le ha caído en desgracia (o en suerte). Y
tampoco se entiende, o se aclara en demasía, cómo antes de ir a la cárcel
no se había percatado del mundo que le rodeaba. O sea que de entrada se
parte de una situación anómala y disparatada.
La
forma de dibujar a los personajes no es clara. Sus acciones, sus hechos,
tampoco. Todo resulta, como mínimo, forzado. Si se quería adaptar la
historia a la presencia de un destino que marca unas conductas se han
utilizado un proceso erróneo. No es creíble, ni mucho menos, toda la
secuencia (precipitada) del intento de sabotear los talleres del metro, lo
que incluye el asesinato de un trabajador y el enfrentamiento del
protagonista (lo más ilógico) con un único policía que al parecer debía
pasar por allí. Y mucho menos creíble resultará la muerte de Charlize
Theron, adaptada a la escritura de un guión y no a la historia que se
pretende contar desde una lógica..
Esta
claro que el filme trata de denunciar a los políticos corruptos, a los
intereses de las grandes empresas unidas a (o comparadas en si con) mafias
de todo tipo. Pero también está claro que la historia llena de buenas
intenciones se resquebraja en el discurrir de unos personajes que terminan
convirtiéndose en simples elementos al servicio de una idea. Y eso es un
error. Como también lo es la especie de equilibrio que se quiere mantener
entre las historias personales de los protagonistas (su vida, amores,
relaciones) y el entorno criminal que trata de presentarse.
La
denuncia de las grandes empresas se queda en meras buenas intenciones,
lastradas incluso con el moralista, e imposible, final donde por arte de
magia el protagonista denuncia a todo bicho viviente. No sé si es más
asombrosa esa denuncia o la pasividad con la que es recibida por cuantos
son señalados por el dedo del protagonista. Un final que rompe además,
en función de su moralina, la idea de corrupción generalizada, el
mangoneo de unos y otros para obtener el poder económico, de forma que se
escape a toda justicia. La denuncia no hace más que presentar la historia
como un enfrentamiento entre buenos y malos con la lógica condena final
de estos últimos. Gran ingenuidad, por supuesto.
Diversos
datos diseminados aquí y allá esbozan algunos puntos que podrían tener
mayor interés como, por ejemplo, las relaciones anteriores entre Charlize
Theron y el protagonista o, dentro de ello, el carácter de las relaciones
familiares.
La
fotografía sucia, descuidada, trata de comunicar al espectador el estado
en el que se desarrolla la historia, la podredumbre en que viven sus
personajes, la miseria moral de unos seres. Pero eso es tan forzado como
el propio final. La fotografía en sí misma no sirve como forma de
valorar o explicar una situación. Tampoco ayuda la música que, como en
la mayor parte de las películas americanas actuales, no deja de sonar un
solo momento. Gray, como otros directores, debería aprender, viendo otras
películas, la importancia de la música, de los ruidos y del silencio.
¿Qué
queda? Las buenas intenciones y unos excelentes intérpretes, entre los
que destaca sobre todos James Caan.
Gray,
incapaz de componer coherentemente las escenas aisladas, falla sobre todo
en la concreción de ellas. No hay un todo que una y de “claridad” a
unos personajes y unas acciones.
Un
filme fallido que ni siquiera pone al día dignamente el clásico cine
negro americano. No creemos que Gray sea un director digno de ser tomado
en cuenta, aunque habrá que seguir dándole una oportunidad más. De
ilusión también se vive.
Mr. Arkadin
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LA
OTRA CARA DEL CRIMEN
Título
Original:
The Yards
País y Año:
EE.UU, 2000
Género:
DRAMA
Dirección:
James Gray
Guión:
James Gray, Matt Reeves
Producción:
Miramax
Fotografía:
Harris Savides
Música:
Edward Shearmur, Howard Shore
Montaje:
Jeffrey Ford
Intérpretes:
Mark Wahlberg, Joaquin Phoenix, Charlize
Theron, Faye Dunaway, James Caan, Ellen Burstyn
Distribuidora:
Lauren Films
Calificación:
No recomendado menores de 13 años
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