27 besos robados
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27 besos robados

En el fondo, la película es una mezcla de Fellini y KusturicaKusturica realiza un cine claramente inspirado en Fellini. Pero más grotesco, más Mediterráneo o sea más, para entendernos, fallero. Cine, el de ambos realizadores, libre, desordenado, donde cada escena parece tener una individualidad. En sus películas los personajes se multiplican y se definen por su aparición en breves momentos. Barrocos, desmedidos, irónicos, multiplicadores en ideas por plano, ambos realizadores, se miran en espejos que deforman una realidad. Imágenes casi en un estado onírico, lindantes con un realismo mágico que se vislumbra como metáfora de una cruda realidad. Kusturica sigue a Fellini. Pero si el cine del italiano tiene la brillantez de un grotesco, delirante e imposible circo de primera,  el del serbio se queda muchas veces en una verbena callejera.  

¿Y a qué vienen, se preguntarán, todo esas reflexiones sobre Kusturica-Fellini o Fellini-Kusturica? Pues simplemente a que este película de la Georgiana Nana Djordajadze quiere seguir la línea de esos autores. Pero su filme no llega ni a las escenas circenses más disparatadas de Kusturica. A Fellini no se le acerca ni a distancia. Eso sí, la historia trata de contarse a partir de secuencias que funcionen por separado, de personajes que no se explican (no se entienden, no se sabe que pintan allí, quienes son). Como fondo, claro está, un pueblo lleno de personajes grotescos, deseando vivir, sumergidos en la tipicidad (y aburrimiento) de un pueblo de la Rusia de ahora mismo. 

27 besos robados es una mala imitación o una mala copia de unos modelos reconocibles. No faltan, incluso, las alusiones a (o la estructura del relato centrada en) la presencia de la juventud, desde un cierto sentido iniciático. Lo que ocurre es que cada cosa, cada historia o personaje se mueven por su cuenta, no logran formar ese todo que sería un fresco y no unos incomprensibles relatos individualizados. No sé, porque me viene a la memoria ahora Amarcord. Quizás por el hecho que aquel y éste título desean ser la crónica de una ciudad en un determinado momento a partir de las vivencias de un niño. Lo que allí era un ciclo vital (las cuatro estaciones del año) aquí se circunscribe a un verano en el que el destino de varios personajes va a cambiar ante la llegada de una jovencita (una chiquilla de 14 años) dispuesta a saber que es eso del amor. Algo que no funciona. 

Pero, si no funciona la historia de la joven chiquilla (la preciosa protagonista del filme) contada por el joven que de ella se enamora, tampoco progresa la de un pueblo que busca nuevas emociones, dormido en un letargo prolongado. ¿Dónde está la culpa? ¿Por qué los personajes se aburren? ¿Cuál es el sin sentido de tanta anécdota de amores y de desamores tan disparatada? 

Para remate en alguna crítica (¿sacada de las notas de la distribuidora?) se puede leer que “todo” el problema de la película comienza de una manera insospechada (transcribo parte de la hojita que los espectadores pueden coger a la puerta del cine): con la proyección de la película “erótica” Emanuelle. Un hecho que tiene lugar en la última parte del filme, y que para nada es el “centro” de lo que acontece. A lo máximo una presencia (la película de marras) que despierta la sexualidad (¡la mayor parte de los personajes la tenían ya despierta y bien despierta!) de los habitantes de la pequeña población. O al menos que impulsa a los habitantes hacía “paraísos” desconocidos y no exclusivamente en el terreno sexual (lo paradisíaco de los lugares en los que transcurren las aventuras amorosas de la “sensual” mujer). Una forma de sacarles de la rutina o de las vivencias de un triste (aunque algunos lo vean como luminoso) ayer. Sí en definitiva, se trata, de hablar de unos cambios políticos y la dificultad de asumirlos, la directora no ha sabido reflejar la idea. Pero, tampoco, funciona (y menos como símbolo) como una historia de amor y de camino hacia la edad adulta, con una –suponemos- muerte del padre (¿en un sentido freudiano?). 

Nada interesa. Los personajes y las situaciones aparecen como caóticos y fantasmales presencias inútiles, que no hacen progresar una acción, una historia donde las cosas ocurren por el simple hecho que le apetece a los autores (?). Pasan cosas, habitan personajes, pero todo es inútil, inconsistente. 

¿Una historia de un joven que conoce el amor que desconoce? ¿Dibujo del momento actual de un pueblo ruso? ¿Sucesión de sinsabores, mentiras y desengaños? ¿Sueños difíciles de cumplir? ¿Mezcolanza de realidad e imaginación? Desmesurada mezcla donde todo, además, es plano. Tanto da una stalinista con sus medallas a cuesta como un extraño y “cornudo” oficial al mando de unos soldados de opereta. Hay que saber adaptar el papel de cada cosa al conjunto. Algo que aquí se ignora, en una balbuceante narración contada (sin saber la razón) en “off”, y donde ni siquiera alcanza su sentido, o verdad, el amor (que se cuenta, se dice pero no se ve de forma que tampoco sabemos si pertenece a la realidad o al ensueño) entre los dos jóvenes. Al principio y al final se repite la misma frase en la que se alude a los besos que aun le faltaban al joven para llegar a los cien prometidos (los besos reales o imaginados que le robaron en aquel inconsistente verano). Algo, como toda la película, que no supone o promueve la especificidad del filme, su línea prioritaria, sino un suceso más en una serie de situaciones que ni siquiera llegan a sugerir nada. 

Un filme, pues, inútil, desangelado, triste copia del estilo mágico, propio e inimitable (con permiso de Kusturica, muy especialmente) de un Fellini viajero hacía los recuerdos circenses de la infancia. Si Kusturica es discutible como depositario del cine del italiano, ya se me dirá lo que se puede decir de este filme más cercano al serbio que al italiano.

Adolfo Bellido   

27 MISSING KISSES

País y Año:
Georgia, Francia, Alemania, Reino Unido, 2000
Género:
DRAMA
Dirección:
Nana Djordjadze
Guión:
Nana Djordjadze, Irakli Kvirikadze
Producción:
British Screen, Egoli Films, Le Studio Canal+
Fotografía:
Phedon Papamichael
Música:
Goran Bregovic
Montaje:
Vessela Martschewski
Intérpretes:
Nino Kukhanidze, Yevgeni Sidikhin, Shalva Iashvili, Pierre Richard
Distribuidora:
Vértigo Films
Calificación:
Todos los públicos

 

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