La
resultante de sumar el genero televisivo reality
show con las snuff movies
parece casi una evolución lógica de ambas formas, claro que factible únicamente
en el terreno de la ficción. El resultado política y moralmente
incorrecto no parece realizable en la pequeña pantalla, aunque bastaría
que uno de esos avezados y sin escrúpulos programadores comprobara con un
piloto si la audiencia responde o no, una respuesta que no se hace
compleja a la vista de éxitos como el maltrato alimentario de famosillos
en una isla o de los conflictos de futuros neo-famosos en una casa en las
afueras –por cierto, estos tuvieron un especial Halloween en el que se
dedicaron a darles sustos; muy cercano al filme-. Para endurecerse hacia
la snuff, con un poco de
imaginación basta: El gran zulo o Las minas para los famosos.
Los medios están por la labor de ofrecer cualquier cosa a cambio de
audiencia, o sea, publicidad, es decir, dinero, y la gente continua con
deseo de ver más. Así pues, las (in)correcciones mediáticas son tan (in)congruentes
como no estar bien visto ofrecer unos neumáticos pechos ocultados tras un
reducido bikini a las cuatro de la tarde y sí, mostrar a un niño
destripado a las tres y media.
Marc
Evans elabora una clásica historia británica de casa encantada actualizándola
a los tiempos que corren. A través de Internet se ofrece la posibilidad
de participar en un concurso de convivencia que consiste en permanecer
durante seis meses aislados en una casa con otros jóvenes. Las
motivaciones de estos para participar son de diversa índole, la fama, el
dinero o el simple deseo de aventura; por otro lado se queda totalmente en
el aire el por qué se adentran en un concurso del que desconocen su forma
de difusión. La regla principal del concurso es, que si uno abandona,
todos pierden. El premio un millón de dólares. Este planteamiento le
sirve su director para establecer un juego de realidad y ficción, de
control y manipulación. Cinco jóvenes encerrados como conejillos de
indias en una casa gruyere en la que se puede ver todo cuanto en ella
suceden, unos concursantes a los que se les motiva para ver sus reacciones
–más interesante propuesta, en una línea similar, proponía El
experimento–. Y que mejor motivación que sus temores para comprobar
sus reacciones, casi al modo en que el señor Krueger se divertía en las
peores pesadillas de sus víctimas, despertando sus miedos.
De
manera inteligente en el trascurso de los créditos –con los castings
de selección– y un poco mas –con el uso de la
multiplicidad de pantallas y fragmentos de la cotidianeidad ya
iniciado el concurso– se no traslada a un tiempo avanzado en el que la
convivencia ya ha evolucionado. Positivo para dar lugar al surgimiento de
las diferentes tensiones, a la vez que negativo para el conocimiento de
unos personajes que lo son, simplemente por el hecho de estar.
La
carencia de interés por los personajes esta suplida por el destacable y
coherente planteamiento audiovisual que contiene la cinta, no exento cada
uno de los elementos destacables, de alguna salida de tono que molesta más
por la constancia que mantenía. Lo que el espectador ve en todo momento
una vez introducido en el concurso, es el resultado del mismo, lo que un
hipotético realizador está montando. La casa esta llena de webcams
y nosotros vemos lo que registran; estas son fijas, la mayoría carecen de
movimiento por lo que asistimos a encuadres extraños y angulaciones
variopintas. Es el punto de vista narrativo es casi el de una casa
encantada que todo lo ve. Se asume incluso la cámara oculta de un bolígrafo
para poder ver lo que escriben; pero lo que no se soporta es un plano
subjetivo en movimiento de un personaje, es absurdo porque en ningún
momento se ha puesto en juego que llevara alguien una cámara a cuestas.
Además, que su intencionalidad es inquietar, cosa que estaba consiguiendo
a la perfección con esos desencuadres y el uso del fuera de campo, así
como con la distorsión que provoca en los rostros la visión nocturna de
infrarrojos. Igual sucede con el uso del sonido, que desde un principio ni
estruendos, ni músicas que no sean procedentes de la narración crispan
los nervios del espectador, es más, por unos instantes se recupera a ese
gran olvidado en el cine de terror actual: el silencio. Es por esto que
cuando está concluyendo el filme y, una movida y extradiegética canción
de volumen excesivo ameniza el sangriento cierre, el deseo de la llegada
de los créditos finales sea una necesidad.
Quizás
desfallece su interés también en la medida en que varias frases en boca
de sus personajes hacen frente crítico a la constante proliferación de
este tipo de programas televisivos, cuando al final tal crítica no es el
propósito de My little eye, que
se desplaza hacia el terreno de Internet. Y siendo este medio el centro de
interés, y que los creadores e intenciones del programa quieran
permanecer anónimos, resulta impensable que a los concursantes se les
permita tener dentro de la casa un ordenador, eso es algo que sólo tiene
cabida como recurso de guionista. Aunque un tanto arrítmica, estamos ante
un producto de género bastante por encima de la mayoría del
norteamericano. Aunque eso no tiene mucho mérito.
Israel
L. Pérez
|
LA
CÁMARA SECRETA
Título
Original: My little eye
País
y año: Francia, Reino Unido, EE.UU., 2002
Género:
Thriller
Dirección:
Marc Evans.
Interpretes:
Sean CW Johnson. Kris Lemche. Jennifer Sky. Laura Regan. Bradley Cooper.
Nick Mennell.
Guión:
David Hilton.
Producción:
David Hilton.
Música:
Varios autores.
Distribuidora:
United International Pictures
Calificación:
No recomendado menores de 13 años
|