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De
nuevo tenemos a Guédiguian al ataque con su equipo de actores, su ciudad,
Marsella, su barrio, L’Estaque, y su gente para contarnos un cuento
moral desde el punto de vista de los trabajadores, de la gente del pueblo.
A veces, cuando hablamos de un “cuento” parece que estemos en el
terreno de la fábula y no en el de la realidad y también que se trata de
algo menor, leve, cuando se trata de todo lo contrario: a base de cuentos
se ha educado sentimentalmente a los jóvenes y se les ha hecho entender
la realidad de manera simbólica.
Este cuento le permite a Guédiguian la mayor libertad narrativa
posible porque asistimos como espectadores a la construcción del guión
de una película por parte de dos guionistas: a sus dudas, discusiones
sobre la posibilidad y los límites de un cine político, si tienen que
hacer el guión para mantener a unos actores o la película debe llevarse
a cabo porque es necesaria artística y socialmente. Así vemos escenas
que se repiten porque se duda sobre el papel de los personajes, o sobre la
conveniencia o no de tal personaje, de tal parlamento, si el argumento
puede rozar el panfleto, etc. Este reflexionar sobre el filme al mismo
tiempo que se construye lo dota de una frescura que además vibra en el
colorido de la película.
Trata de la vida de un grupo heterogéneo de personas con diferentes
lazos familiares que trabajan en el garaje “Moliterno & Cie.” que
se van cruzando con otras vidas movidas por sus conflictos personales y
sociales. El principal, la amenaza de desahucio de los dueños del garaje
porque no pueden pagar una hipoteca que contrajeron para comprar el garaje
a causa de que la empresa de Eurocontenedores no les paga el trabajo que
para ella realizan desde hace cinco meses. Todo está visto desde el lado
humano de los personajes, no hay discurso de clase, sólo el abuelo habla
de un pasado revolucionario, canta “Bella ciao” con sus antiguos compañeros
emigrantes italianos e intenta transmitir ese pasado a su nieto de meses.
La crítica y el distanciamiento brechtiano se aplica tanto al
comportamiento de los trabajadores como de los empresarios, aunque siempre
Guédiguian está de parte de los favorecidos.
No hay renuncia a la utopía, en este caso minúscula, para poder pagar
la hipoteca “trabajamos como
hormigas y no tenemos nada”, dice uno de los personajes, pero la
solución no está en los sindicatos, ni en los partidos políticos, es un
ataque directo al centro del discurso empresarial, basado en la demagogia
de una cultura que se cierra sobre sí misma de manera inmoral apuntando
como única meta al balance de beneficios.
La película propone diversos finales, el más realista, sobrecogedor,
te hace entrar de lleno en lo que se debate en el fondo de la comedia y
los otros entran en el terreno de la buena voluntad y del apoyo del barrio
y la utilización de los medios televisivos como forma de acercamiento de
la realidad a la gente pidiendo su movilización e impidiendo la actuación
interesada del poder. Cada uno de los finales nos habla de lo que sería
viable en función de los diferentes tipos de gobiernos.
La película es chispeante, llena de ironía, humor, lúcida, crítica,
entrañable, autocrítica, sin amaneramientos a pesar de tratarse siempre
del mismo equipo de actores.
Al final uno de los
guionistas le dice al
otro que el guión no puede triunfar porque es demasiado inflexible,
demasiado radical el otro dice que si así lo entienden “que
les den por el culo”, la frase más empleada en el argot marsellés.
Daniel
Arenas |
À
l'attaque
Nacionalidad:
Francia, 2000.
Dirección:
Robert Guédiguian.
Intérpretes:
Ariane Ascaride, Pierre Banderet, Frédérique Bonnal, Patrick Bonnel,
Jacques Boudet, Christibe Brücher y Romane Dahan.
Género:
comedia.
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