El caso Bourne
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Sobre la verosimilitud. y otras inconsistencias

Mucho diseño, muchos efectos, muy poca lógica narrativa.Los problemas de la inverosimilitud en el cine son mensurables desde distintas posiciones, pero en el caso que nos ocupa nos centraremos en dos puntos clave ligados inevitablemente al (sub)género que se nos propone.

Existen dos modos de encarar el llamado cine de espías: el primero basado en la realización de lo imposible, con la fantasía como motor de arranque de los filmes (antes incluso que la estructura narrativa, lo cual no impide que en alguno de ellos el argumento sea algo enrevesado), normalmente podridos de efectos especiales y redondeados con secuencias de acción colosalmente elaboradas al servicio de la técnica por la técnica. La saga de James Bond (aunque no toda) sería un ejemplo muy válido para lo que pretendemos explicar, e incluso nos serviría la segunda parte de Misión: imposible, que no la primera.

En segundo lugar existe otro modo de enfrentarse al género, cimentado en la mayor consistencia de las tramas y subtramas, donde lo realmente importante se deduce de la resolución final (o de la solución del conflicto), y la importancia radica más en las relaciones entre los personajes que en las articulaciones de la cacharrería efectista tan bien rentabilizada por el cine de Hollywood. El cuarto protocolo o la más reciente Pánico nuclear servirían como ejemplo de esta manera distinta de encarar el cine de espías.[1]

El caso Bourne no está ni en una orilla ni en la otra, en realidad uno no sabe muy bien a qué se enfrenta cuando la ve. Parte de unos presupuestos más bien realistas y trata de prolongarlos (tal vez demasiado) con la finalidad dudosa de asir el interés del espectador para, al final, ofrecerle esa resolución no tan ansiada. En fin, un espía que ha perdido su memoria trata de averiguar quién es y por qué tratan de eliminarle, ni más ni menos. Podemos creer que el ignoto Jason Bourne no sepa quien es, pero sea capaz de hacer uso de todas sus habilidades de espía, incorporadas a partir de una cierta mecanicidad que se desprende de entrenamientos asumidos como rutinas. Podemos creer que se enfrente a sus enemigos y los venza con solvencia, incluso podemos creer la persecución en el mini, pues también ella se plantea como algo verosímil: un coche pequeño que es capaz de desvanecerse en cualquier callejuela y hace difícil su seguimiento (resulta, tal vez, un poco veloz). Lo verosímil puede ser estirado hasta cierto punto, incluso en un filme que en todo momento pretende ser realista: no estamos ante un James Bond que además de ofrecer su identidad al primero que se le cruza, acapara el sexo femenino, se exhibe como un esteta, y salva las situaciones extremas con artilugios indescriptibles; en definitiva, ante tanta acumulación uno no puede sino bucear dentro de la inverosimilitud. Pero el filme de Liman se rige por (las) otras líneas genéricas desde un principio: se trata de un ser sin referencias, en cierto modo desvalido, que se mueve en un mundo “real” (las instituciones son reales: la CIA no es Spectra) a la caza de aquello que no se sabe bien cómo se extravió. Y es desde estos presupuestos desde donde no se pueden Tomen nota: si encuentran en algún videoclub esta vieja versión, alquílenla, es mucho mejor que la nueva. ofrecer secuencias como la del descenso de la fachada o la de la (llamémosla así) bajada de escaleras.

La primera secuencia (el descenso de la fachada) queda muy bien en Misión: imposible 2, que resulta ser un filme que nos dice qué es lo que vamos a ver desde el principio: si ya desde el inicio un hombre, cual saltimbanqui hiperactivo, se bambolea por el cañón del Colorado lo que va a venir después no puede abandonar la propuesta primera. En El caso Bourne, que desde un inicio se inserta en un universo opuesto y postula otros valores, una secuencia de este tipo resulta estridente al tiempo que descoloca al espectador. Ahora bien, al estar situada en la parte primera, uno puede pensar que los derroteros a seguir van a ser esos, pero rápidamente el filme vuelve a su cauce original, y, tal vez con excesiva benevolencia, esta secuencia se engulle sin masticar y se deja pasar. Pero la segunda no: para eliminar a un enemigo que se encuentra en una primera planta, Jason Bourne, situado en un cuarto piso, se amarra a un cadáver de otro enemigo aniquilado y se lanza por el hueco de las escaleras como un paracaidista suicida para, al llegar a la primera planta, disparar un tiro certero en el centro de las cabeza de otro de los matarifes que debían eliminarle. En algunas salas la gente se reía. La perversión de las líneas a las que inicialmente se adhiere no preconizan una voluntad de desmontar las raíces genéricas, simplemente están al servicio del efecto por el efecto, produciendo un arrebato de irrisión tremebundo ante la posibilidad tangible de que a uno le vendan gato por libre.

PERO, AÚN HAY MÁS

Los problemas no se acaban en el apartado genérico, avanzan hasta los terrenos de una puesta en escena incomprensible y (de nuevo) efectista. En los inicios hay un exceso de secuencias tomadas con cámara al hombro, que ofrecen una imagen inestable que podría responder a la situación de un protagonista que desconoce todo lo que le rodea. Con posterioridad la mirada se ralentiza y el traqueteo deviene pausa, obedeciendo a un grado de conocimiento superior alcanzado por parte del protagonista sobre sí mismo. Pero de nuevo otra secuencia que se nos antoja antológica desmonta toda la hipótesis: el enfrentamiento de los dos espías en el trigal que combina planos epilépticos con otros pretendidamente trascendentales. Es en este instante en el que uno se da cuenta de que la puesta en escena responde más a la voluntad de imitar ciertas nuevas tendencias que a la de transmitir cierta enjundia a través de una mínima elaboración formal.[2]

Otro punto oscuro resulta ser la paupérrima elaboración de los personajes, sobre todo el de Marie Kreutz (la chica interpretada por Franka Potente) que jamás alcanzamos a conocer los motivos por los que se mueve, y que de no ser por el coche que le presta podría perfectamente no ocupar ningún lugar en el filme. Además, la historia de amor entre ambos no se imbrica en una sucesión de acontecimientos que puedan devenir en un necesario encuentro sexual, sino más bien de un modo fortuito que hace pensar en la También hay sexo en la película, aunque como todo en ella, muy descafeinado. obligatoriedad de integrar un mínimo de sexo descafeinado que luego dé pie a un happy end rancio y enervante.

Un último punto nos lleva al territorio del guión, apartado indispensable para la posterior recreación fílmica, que hoy en día se menosprecia de un modo abominable. El filme intenta desarrollar tres tramas: la principal, que es la historia de la recuperación de la identidad de Jason Bourne, y dos secundarias, el asesinato frustrado de un ex-dictador africano y los consiguientes tejemanejes de la CIA para evitar que Bourne (al que suponen muerto) dé a conocer cierta información sobre un proyecto secreto.

Las dificultades aparecen en dos puntos de raigambre distinta: el primero es la poca potenciación de las tramas secundarias, tremendamente desdibujadas, aún cuando podrían otorgar cierto grado de cohesión a la estructura general del filme. Van siendo dejadas caer, poco a poco, quedando de lado ante la importancia suma del argumento principal, que en realidad, y este es el otro problema, apenas avanza entre tanta persecución y tanta disputa. Existe una sucesión de escenas de acción más que una evolución de la trama, con la finalidad de prolongarla hasta donde sea posible, para tratar de enganchar al espectador hasta el final. De hecho los datos sobre Bourne se nos ofrecen de modo parsimonioso y nada enfatizados. Tampoco los detalles sobre el triste trabajo de espía (cómo les manejan, les obligan a asesinar, etc.) resultan convincentes pues, como todo, son tratados desde la superficialidad.

En resumen, y dejándonos cosas en el tintero (como ese reconocimiento psicologista final), nos enfrentamos ante un filme fallido, flojo y rematadamente mal hecho (cosa que no suele suceder, pues los productos de esta estirpe, a pesar de su inanidad reflexiva, llevan el marchamo de la buena fabricación) que enganchará a la gente por su buena promoción, basada en la historia del espía que perdió su memoria. Si pueden, a fin de no desencantarse una vez más, lean la novela de Ludlum en la que está basado o vean la primera versión, de la cual no les podemos informar porque no la hemos visto (aunque creemos que no será inferior a ésta, lo cual sería muy difícil).

 

(1) Existiría aún otro modo que vendría representado por El sastre de Panamá, filme que una vez instalado en los patrones genéricos se dedica a desmontarlos (huimos aquí de las parodias escatológicas marcadas por filmes como la saga de Austin Powers, pues son “comedias” que no tratan de ofrecer ningún tipo de reflexión para con el género).

(2) Por cierto, en la secuencia del descenso de la fachada tienen una lección de cómo jamás se debe planificar y poner en escena algo de ese estilo. John Woo, a pesar de los pesares, lo hace mucho mejor.

P.D.: Por cierto: ¿cómo aparece de repente la bolsa roja que Bourne esconde en una consigna de una estación de tren de París (si mal no recordamos) en la casa del amigo de la chica en el que se refugiarán?

Israel L. Pérez / Enric Albero

EL CASO BOURNE

Título Original:
The Bourne Identity
País y Año:
EE.UU., 2002
Género:
THRILLER
Dirección:
Doug Liman
Guión:
W. Blake Herron, Tony Gilroy
Producción:
Hypnotic
Fotografía:
Oliver Wood
Música:
John Powell
Montaje:
Saar Klein
Intérpretes:
Matt Damon, Adewale Akinnuoye-Agbaje, Franka Potente, Chris Cooper, Clive Owen, Brian Cox, Julia Stiles
Distribuidora:
United International Pictures
Calificación:
Todos los públicos


 

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