Seguir
llamando niños a los que tienen más de setenta años puede parecer un
anacronismo, pero es verdad que a partir de su viaje a Rusia todo fue
distinto en sus vidas y lo que más les ha marcado es esa añoranza por la
patria perdida y jamás recuperada, por la búsqueda de una identidad que
tenían cuando eran niños españoles y que posiblemente nunca volverán a
tener. Los niños de Rusia comenzaron en el año 1937 un viaje sin
regreso, un viaje hacia el extrañamiento, huyendo de las bombas que la
aviación fascista tiraba sobre las ciudades republicanas y de aquel
cataclismo que intentaron paliar países como Francia, Inglaterra o Rusia
acogiendo a los niños republicanos, en el caso de estos últimos los
convirtió en unos Ulises -Nadie- que jamás encontrarían su Itaca. Lo
que iba a durar tres meses se convirtió en una odisea y fueron sus vidas
testigos y protagonistas del devenir de la Europa de esos años, desde la
huida por el puerto de Santurce en el barco La Habana hasta llegar a Rusia
y la acogida en Leningrado (así se decía entonces) apoteósica, humana y
propagandista (no más que cualquiera de nuestros telediarios de hoy), la
estancia en las Casas de acogida, la Segunda Guerra Mundial, la batalla de
Estalingrado, la alegría del final de la guerra, las purgas de Estalin,
la apertura de Kruchef y la primera oportunidad de poder regresar a España.
Estos
hitos históricos van estructurando el relato de las vidas y los
diferentes juicios de los protagonistas en torno a si debieron o no salir
del país, sobre el acierto o no de la decisión de sus padres, de lo que
ha supuesto en sus vidas la permanencia en Rusia, sobre el confinamiento
que no les permitió volver a su país como los niños que estuvieron
refugiados en otros países al acabar la guerra, sobre la Rusia actual en
la que de nuevo se impone la influencia religiosa y el hambre. Las
opiniones son diversas; en lo que sí están todos de acuerdo es en la
bondad del pueblo ruso, en que la acogida estuvo llena de solidaridad y
compasión, en que se les intentó formar culturalmente y tenerlos unidos
para que no perdieran su cultura; también en que la España que
encontraron los que regresaron en el año 56 era una España putrefacta
que jamás los admitió como personas, siempre fueron sospechosos y se les
intentó purgar del lavado de cerebro que traían con otro peor en el que
participaba el país entero bajo el nacional catolicismo, y así no sólo
fueron sospechosos ante la policía española, que dejó que actuará la
CIA en nuestro territorio para descubrir planes y planos, sino que sus
familiares y vecinos siempre los vieron como algo foráneo y peligroso.
Algunos, ante tanta hostilidad, regresaron de nuevo a Rusia.
Resulta
conmovedor el contraste entre la serenidad, la sinceridad, la viveza de
los recuerdos que los protagonistas van desgranando ante las cámaras en
el momento actual y las imágenes en blanco y negro de documentales de
aquel tiempo, fotografías y canciones que nos hacen vivir una época que
no vivimos, pero que está tan presente en todos nosotros y que les debíamos
como homenaje a estas personas. Sus vidas ilustran la veleidad del futuro,
la inutilidad de los planes, el desarraigo como una metáfora de la vida,
el extrañamiento y la soledad como una forma de ser del hombre, la añoranza
y su superación y por encima de todo la dignidad y la sinceridad, la
emoción y la entereza de estos protagonistas involuntarios; de este viaje
que se prolonga en el tiempo hasta ocupar la totalidad de sus vidas.
Daniel
Arenas
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LOS
NIÑOS DE RUSIA
Título
Original:
Los niños de Rusia
País y Año:
España, 2001
Género:
DOCUMENTAL
Dirección:
Jaime Camino
Guión:
Jaime Camino
Producción:
Tibidabo Films
Fotografía:
Martín Ardanaz, Arturo Olmo, Rafael Solís
Música:
Albert Guinovart
Montaje:
Nuria Esquerra
Intérpretes:
Ernesto Vega de la Iglesia, Piedad Vega de la
Iglesia, Alberto Fernández, Francisco Mansilla
Distribuidora:
Nirvana Films
Calificación:
Todos los públicos
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