ENCUENTRO
EN VALENCIA
(Budd
Boetticher homenajeado por el Certamen Cinema Jove de Valencia en 1995)
Por
Adolfo
Bellido
Budd
Boetticher, el jinete solitario, no ha podido hacer realidad, en esta
vida, el gran sueño de rodar Un
caballo para Mr. Barnum. A nosotros, a Sabín y a mí, nos ha
“abandonado” en el camino que recorremos, ahora, para llevar a buen
puerto un nuevo libro sobre su obra, que, si todo va de acuerdo a lo
previsto, aparecerá al final de 2002 o comienzos del 2003. Nos hubiera
gustado habérselo enviado o entregado en mano, un libro con el que queríamos
mostrarle una vez más nuestra admiración por el conjunto de unos
maravillosos westerns, que para algunos quizás resulten pequeños pero
realmente son grandes, nobles, generosos y profundos en su provocativa
sencillez. Como el resto de su filmografía, que sea o no westerns, se
adhiere a ese carácter genérico.
Estas
líneas son nuestro sencillo homenaje a un gran realizador, a alguien que
escribió en imágenes un cine sobre personajes solitarios en el que
trataba de huir de estereotipos. Es el suyo un cine distinto, personal,
inteligente. Películas individualistas y ajenas a la política de los
grandes estudios (aunque trabajara para ellos).
Lo
que a continuación se puede encontrar es, simplemente, la narración de
los hechos que nos llevaron a conocer a Boetticher con motivo de la venida
a Valencia en junio de 1995. En esa fecha, durante casi una semana, el
cineasta, caballista y torero, recibió el aplauso entusiasta de jóvenes,
muchos de los cuales asistían por primera vez a un ciclo bastante
completo de su obra (al menos de la que firmase como Budd Boetticher)
dentro del Certamen Cinema Jove de aquel año en el que recibió un
merecido homenaje. Pero no adelantemos acontecimientos. Atención. La
proyección va a comenzar.
PRÓLOGO:
Noviembre
1994
En
el mes de noviembre se reúne el comité ejecutivo del certamen Cinema
Jove. Se ponen sobre la mesa una serie de nombres con el fin de consensuar
el nombre del cineasta homenajeado por toda una vida de cine. Un homenaje
a alguien que pueda servir de ejemplo para los nuevos realizadores, para
la juventud interesada por (o que se dispone a hacer) cine. Soy yo quien
propongo el nombre de Boetticher, al igual que unos años antes había
propuesto el del director-productor Roger Corman. Sigfrid Monleón, que
formaba en ese año de 1994 parte de ese comité me apoya (al igual que
ocurrirá, y con el mismo desenlace, al año siguiente con el nombre –y
presencia- de Basilio Martín Patino). Se decide en esa reunión contactar
con él y saber si Budd acepta venir a Valencia. Budd no duda demasiado.
Acepta sin problema alguno. Lo del cine joven, estar con los jóvenes, le
atrae. Al realizador en esos momentos no le son ajenos los agasajos: lleva
años recibiendo merecidos homenajes. Los aplausos que no consiguió
cuando estuvo en activo los recibe ahora cuando la industria del cine le
condena a una no querida inactividad. Y es que Hollywood no puede admitir
a alguien que, como él, se niega a aceptar un cine adocenado, tipificado,
acorde con un cine consumista y vulgarizador prototipo del actual cine
norteamericano. Su obra personal, propia de un luchador individual, no
parece tener cabida en los estudios. Desde comienzos de los años sesenta
no ha podido realizar ninguna película, aunque, ahora, a mediados de
1994, siga pensando que algún día rodará Un
caballo para Mr. Barnum. Hoy, Boetticher tiene 79 años según los
datos que se encuentran en algunas de sus filmografías, aunque en otras
la fecha de nacimiento, a capricho, se adelanta o se retrasa. Y es que la
vida de Boetticher es, como su cine, una sucesión de historias
maravillosas, caprichosas filigranas de un contador de historias.
PRIMER
ACTO:
Conocemos
a Boetticher. (Cinema
Jove. Junio de 1995)
Por
primera vez, en la edición de 1995 Cinema Jove edita libros sobre los
realizadores homenajeados. Boetticher, pues, va a iniciar esa norma. Sabín
y yo seremos los encargados de escribir su obra. Con la ayuda del buen
amigo que es Jesús Arranz, capaz de conseguir una vastísima información
sobre el director, podremos acabar a tiempo la primera publicación sobre
la totalidad de la obra del director (hasta entonces los estudios sobre su
cine se han reducido a los siete westerns que en la segunda parte de la década
de los cincuenta realizó con el protagonismo del actor Randolph Scott).
A
finales de mayo los primeros ejemplares del libro pueden ser entregados a
los que asisten en Madrid a la presentación del festival. Sólo falta,
entonces, que Boetticher llegue realmente a Valencia. El anuncio del
festival de ese año no parece muy venturoso. Así, el citado acto de
presentación, previsto en la FNAC de Madrid, debe ser trasladado de
lugar. Lo imperioso del cambio está a punto de provocar la suspensión.
¿Por qué? La FNAC a primera hora de la mañana ha sido objeto de un
atentado del que se responsabiliza ETA. En tiempo record se busca otro
local y se avisa a la prensa y a los invitados del traslado: nos
reuniremos a última hora de la tarde en una sala del Museo Reina Sofía.
Allí se presenta, pues, finalmente el festival, al tiempo que se confirma
la presencia de Boetticher.
Un
ciclo bastante completo del realizador se proyectará durante las fechas
del certamen. Comprende casi todas las películas filmadas como Budd
Boetticher que se verán en la sala Rialto de la Fimoteca Valenciana.
Faltarán, eso si, los filmes que realizó en los años cuarenta como
Oscar Boetticher Jr. y algunos (muy pocos) de los que luego realizaría
con el nombre de Budd entre ellos Red ball express (anunciada en principio pero que por problemas de
distribución se cae de la programación inicial) o Seven men from now (la
productora se niega a cederla, aunque unos años más tarde se podrá ver
en otra edición del festival). Pero ahora, como un regalo, además de
proyectar los westerns con Scott en su formato original, se podrán ver títulos
tan preciados, por insólitos, como Arruza
o ese sorprendente (especie de spot publicitario) documento sobre su
rancho titulado Mi reino por...
Boetticher
llegará a Valencia en los primeros días del certamen, pero como su
homenaje no será hasta los últimos días se le mantendrá “oculto”en
un hotel cercano a Valencia. No hay que olvidar que es un gran realizador,
un peso pesado, quizá el más grande que desde su inicio ha recalado en
Cinema Jove. Será un año para el recuerdo ya que el Jurado Internacional
de ese año cuenta con la presidencia de Irvin Kershner, aunque su
presencia en Valencia pase totalmente desapercibida. No es que Kershner
sea un director importante, de primera línea, pero ha realizado más de
un filme estimable y alguno, como El
Imperio contraataca, muy comercial. Kershner, que llegará a dialogar
con Boetticher, se muestra como un gran intelectual. Curioso personaje
que, en cierto sentido, no desmerece en nada a Boetticher, quien desde su
forzado escondite, como en una prolongación de su vida, recibe a
periodistas, a amigos...
Al
poco de su llegada se preparó el encuentro con estos, los autores del
libro sobre su obra. Cenaremos nosotros y nuestras mujeres con él y su
mujer, Mary, así como con la persona que desde Norteamérica ha estado
desde el primer en contacto con el
director y ha conseguido su venida. Luego se unirá a grupo Chema Prado,
el director de la Filmoteca Nacional, un buen amigo de Boetticher.
Llegamos
puntualmente. Nos recibe el “contactador”, al que conocemos de otros
certámenes de Cinema Jove. Nos habla del entusiasmo de Boetticher por
estar en Valencia. A continuación llega Prado, al que conocimos hace unos
años. Una vez todos reunidos se presenta Boetticher. Alto, erguido y
cansado. Así aparece este torero y realizador norteamericano. Parece un
personaje salido de cualquiera de sus películas del oeste. Viste
impecablemente al igual que Mary, su mujer, que en su madurez deja
adivinar la belleza de su juventud. Budd siempre se ha sabido rodear de
espléndidas mujeres, la mayor parte de ellas (como Mary) rubias y con dos
“potentes” motivos personales. Ahí están, entre otras, Debra Paget
(uno de sus grandes amores), Karen Steele (tan “rotunda” como fatal
actriz), Julia Adams (uno de sus más “espigados”, y por tanto,
sorprendente amor).
Entregamos
a Budd el libro. Una forma de romper la frialdad del encuentro. Y es que
en realidad, en el momento de las presentaciones, Budd nos ha parecido
“helador”, distante, algo que no entendemos demasiado bien.. Luego
sabremos que en parte su actitud se debe a que nosotros (Sabín y yo vamos
vestidos de manera “informal”) según sus gustos, no nos hemos
presentado vestidos para la ocasión. El “hielo” se rompe en primer
lugar por la presencia del hijo recién nacido de Sabín, que hace las
delicias de Mary y Budd.
Luego
el realizador, con el libro entre las manos, se siente como un niño con
“su” juguete recién estrenado. Le da vueltas y revueltas. “Me
quiero llevar varios. Se los tengo que dar a la gente de allá. Uno, desde
luego, es para mi amigo Anthony Quinn”. De vez en cuando suelta una
frase español. A pesar de sus largas estancias en México no parece
haberlo aprendido (“es que allá siempre iba conmigo un traductor”).
Ni lo habla ni prácticamente lo entiende a pesar de decir lo contrario,
de poner atención cuando tratamos de hablarle en nuestro idioma. Mary
sonríe constantemente, mientras atiende a las numerosas anécdotas que
cuenta su marido. Por su parte él, cuidándola, está atento a cual
movimiento o necesidad de ella. Da la impresión de admirarle. Ambos
forman una curiosa y muy hermanada pareja. Se miman mutuamente, dejan ver
su amor. A algo, el encuentro con el amor, que ha llegado Budd después de
tres uniones de hecho y muchas más de... paso.
Nos
dedica unos libros. Nos pide, a su vez, que nosotros le dediquemos uno.
Se
dispara cuando comienza la cena. Cuenta una historia tras otra. Algunas
son las de siempre. Otras son nuevas. Algunas parecen inventadas para la
ocasión. ¡Que no cunda el pánico! Un director de cine, un novelista,
cualquier contador de historias, convierte la suya propia en otra historia
donde se confunde realidad y ficción. Altera incluso secuencias de
algunas de sus películas hasta hacerlas corresponder con sus deseos pero
no con su realidad. Historias de, y sobre, historias. Surgen nombres de
conocidos actores, productores, guionistas, directores... Son cuentos y
forman parte del Hollywood
eterno. Historia de toda una época clásica dominada por los estudios y
el star-system. Afirma
constantemente que nunca ha hecho películas de serie B. Insiste en decir
que su cine no pertenece a esa serie que, al parecer, le resulta de baja
calidad. Habla sin parar. Basta que le preguntemos algo para que suelte un
torrente de palabras, saltando de un tema a otro, de uno a otro personaje,
pero siempre de acuerdo a sus intereses y no a los nuestros. Nos habla de
sus querencias (John, siempre Ford), sus odios (esos “hijos de puta”
que eran desde Mamoulian hasta Gilbert Roland o Ray Dalton), sus
sorprendentes encuentros con Leone (“copió mis películas”), James
Dean (“cuando le conocí me quitó un capote”), sus amigos convertidos
en enemigos o al revés (Arruza, George Stevens, Anthony Quinn...), sus
amores (Debra, sobre todo Debra Paget).
Por
supuesto, nos contó también sus historias, una tras otra,
de su rancho en Ramona (California) donde se dedica a promocionar
espectáculos de toreo “simulado” para turistas, con especial atención
al rejoneo de salón. Un espectáculo que él dirige e interpreta y en el
que intervienen sus ahijados y ahijadas y su mujer. El protagonismo de la
familia Boetticher se extiende a sus maravillosos caballos de raza árabe
de procedencia portuguesa y andaluza. Sobre ello es lo que va su última
película, mucho más que un documento, pero que pocos conocen. Es el ya
citado Mi reino por...,
referencia a la famosa frase de la obra de Shakespeare. Y es que pocos
conocen los caballos como Budd. Sólo hay que ver como habla de ellos. De
su “Califa”, por ejemplo, al que siempre quiso convertir en
protagonista de una de sus películas y que a lo mejor, además de ser
esencial en su “reino”, es el caballo en el que pensó para compañero
del señor Barnum.
Nos
dirá que su nombre no se pronuncia Boe-tic-cher sino Be-ti-ker. No
confirma ninguna de las fechas dadas de su nacimiento. Cuenta que, en
realidad, su padre le adoptó, pero que de eso se enteró cuanto ya tenía
muchos años. ¿Esa historia real o inventada traduce su cambio de firma
en las películas que dirigió, dividiendo su obra en dos partes muy
diferenciadas? ¿Su paso de Oscar Boetticher jr. a Budd Boetticher se
aclara con ese hecho? ¿Qué hay de verdad en todo eso que cuenta?
Habla
de Ford, del gran John, de sus enfrentamientos con el Duke
y su productora. De su amistad con Anthony Quinn, de su llegada a
Hollywood, de la vieja y siempre nueva historia con el torero Lorenzo
Ganza, que fue quien le enseñó a torear, de toreros (tanto de Arruza
como de Luis Miguel Dominguín), de mujeres, de productores, de...
Hollywood, de sus éxitos y fracasos. Una cena larga donde él llevó
enteramente la conversación. Por algo era el mito. Los demás le
escuchamos extasiados. Pienso que daba igual que le escucháramos por
primera (nosotros) o enésima vez
(Mary, Prado). Su voz fuerte, llena de inflexiones, sus gestos, su mímica,
nos catapultan a mil películas de gran calidad. A altas horas de la noche
nos despedimos. Aún en su cansancio estaba fresco y se encontraba
eternamente joven. Estaba claro que su esperanza, su ilusión seguía
siendo la película que venía soñando desde hace tiempo y que ahora, al
igual que tantas veces antes (“sí, seguro, que ahora si”), va a
realizar muy pronto (“tengo los actores. Trabajará la española, la
magnífica actriz, Assumpta Serna...”). Una ilusión que le vuelve
joven, que hace posible que siga vivo.
SEGUNDO
ACTO:
Plaza
de Toros y Museo Taurino de Valencia (Junio
de 1995)
Es
obligado el acudir a la Plaza de Toros de Valencia, pisar el ruedo, ver el
museo Taurino. Otras propuestas, incluso aquellas queridas por él, no han
tenido éxito, como aquella de celebrar una corrida de toros durante su
estancia en la ciudad. Pero, ésta sí se va a producir, el estar en una
importante Plaza de Toros. Es por la tarde. Quizás sean las cinco, la
hora mágica de una corrida. Es el momento del desembarco de Boetticher en
la ciudad, su primer contacto con las cámaras. Hay fotógrafos de
diarios, cámaras de televisión (por ejemplo, el equipo de “Días de
cine” de TVE-2 le entrevistará y emitirá posteriormente un amplio
reportaje), reporteros. Todos querrán inmortalizar el momento en que
Boetticher pise el Coso Taurino.
Llegan
Boetticher y Mary acompañados del director del certamen, Mario Viché. Se
le fotografía mientras visita el Museo Taurino. Un museo repleto de
historias reales y falsas, de valentías y miedos, de héroes y hombres,
de mitos y leyendas. Se cuenta la historia de los paseos nocturnos, en los
días de corrida, por las salas del museo (el ruido de los pasos, las
voces veladas) de los fantasma de los toreros muertos en la plaza. Acuden
a ver sus fotos, se extasían ante los nombres que lucen eternamente en
los programas anunciadores, tocan las capas o los trajes de luces
ensangrentados...
Budd,
después de visitar el museo, pasa a la Plaza. Entra por la Puerta Grande.
En el ruedo hay varios chavales que aprenden los lances del toreo. El
maestro recibe a Budd. Le han dicho que vendría un “gran” torero o
quizá le dijeran que vendría un extraño torero. Los aspirantes a
matadores miran a aquel hombre alto, desgarbado y mayor que pisa con
seguridad el ruedo. Alguien dice que es, que fue, un torero
“americano”. Boetticher observa todo. Los fotógrafos le piden que se
ponga aquí o allá, sobre la arena, detrás del burladero. Accede a todo.
Su cara se ha iluminado ante la visión de ese círculo de arena, dorado
por el sol de una soleada tarde de junio.
Se
le pide que de unos capotazos, que toree el toro-maquina. No lo duda. Coge
el capote y realiza su toreo de salón. Mientras los estudiantes de la
escuela de tauromaquia se han sentado sobre las tablas y asisten al
“baile” del norteamericano. Un torero-director de cine norteamericano.
Casi nada.
Aplaudimos
sus lances. Y Budd sonríe. Su rostro, ahora sereno, parece reproducir el
pasado ya lejano de sus tiempos juveniles de torero o de director de películas
de toros como El torero y la dama,
la primera que firmó como Budd, Santos
el magnifico y, ¡cómo no!, Arruza.
Sabín,
como los chicos de la prensa, saca una foto tras otra. Y es que cuando
comienza a hacerlas no sabe cuando parar. Le ocurre igual a la hora de
hacer vídeos. Le entusiasma eso de rodar. A mí no. Lo mío es el
montaje. Es lo que más me gusta. Boetticher, volvamos a él, porque esta
es su historia, criticaría una y otra forma. Nunca rodó mucho material y
ese material lo tomaba de acuerdo a un posterior montaje.
Boetticher
saluda desde el centro del ruedo a un imaginario público antes de
abandonar el coso taurino. Eleva su vista. Se diluye en un espacio y un
tiempo pasado mientras que los aprendices a torero tratan de proyectarse,
por el contrario, hacia el futuro. A ellos el pasado no les interesa
porque aún no han tenido presente. Algo que a Boetticher ya se le ha
escapado hace tiempo.
(CONTINÚA
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