ENCUENTRO
EN VALENCIA
(y
2ª parte)
ACTO
TERCERO:
Charla
con los espectadores
(Sala
Juan Piqueras de la Filmoteca Valenciana. Junio de 1995)
Al
día siguiente de su “toreo” Boetticher se presenta a los espectadores
en una de las salas de la Filmoteca. Es el momento que se da a conocer el
libro sobre su obra. Nos jugamos mucho en este acto. Nadie daba un duro, o
casi, por la presencia de Budd en el acto. Como, al parecer, pocos lo
conocían -eso se decía-, se pensaban que no habría mucha gente en el
acto. Lo mejor, se dijo, sería proyectar una película y al final
realizar un coloquio con el director al tiempo que se presentaba el libro.
Pero ¿qué ocurriría entonces? ¿No quedaría el acto, la presencia del
director, oscurecida por la asistencia de aquellos espectadores que sólo
iban a ver la película? Y en el caso contrario, es decir que no hubiera
película y sólo el acto de presentación de Budd y del libro... ¿iría
gente? ¿tendría tirón la presencia del no muy conocido director
norteamericano? Propusimos lo segundo. Como autores del libro se nos hizo
caso, pero, en caso de que el acto fallase, suponemos que la “ira”
caería sobre nosotros.
Llegan
Budd y Mary con bastante antelación. Les recibimos en el hall de la
Filmoteca. Budd me mira sorprendido. Por primera vez desde que nos hemos
conocido he aparecido con corbata y chaqueta. Él, al igual que el día de
la cena, aparece trajeado de forma impecable, quizá más: un total
coqueto. Su mujer, Mary, no le va a la zaga. Le digo que voy así en honor
suyo. Sonríe, dice que me lo agradece, y que, bueno, que siempre debía
ir así. ¡Estos norteamericanos!
Subimos
al despacho del director de la filmoteca, Ricardo Muñoz Suay, toda una
leyenda de nuestro cine, que fallecerá de forma inesperada durante el
verano de 1997. En el despacho se ofrece un aperitivo. Pero Budd no prueba
bocado. Se encuentra ya muy cansado. Son varios días sin parar,
repletos de emociones. “No descansa, -dirá Mary- tiene muchos dolores
de espalda”. Los años, y los golpes, le pasan factura. No puede estar
de pie mucho tiempo, tampoco en una determinada posición. Los primeros días
aparentaba una juventud, una fortaleza que desde luego distaba mucho de
ser algo más que una fantasía, un recuerdo de la juventud, mantenida por
ese, siempre, próximo, y siempre imposible rodaje de Un caballo para el señor Barnum.
Faltan
diez minutos para que comience en la sala el coloquio con Boetticher.
Salimos para preguntar cómo va la asistencia. Nos asombra gratamente el
saber que ya está todo lleno, que no se admite el paso a la sala de más
público. Boetticher, él sólo sin ningún otro aditamento, ha puesto el
cartel de “agotadas las localidades”.
Ricardo
será el introductor del acto. A continuación hablo yo sobre el libro y
Boetticher. Sabín sigue haciendo fotos. En la sala, en primera fila, se
encuentra Mary, bebiendo en sus ojos el indisimulado triunfo que, entre
los jóvenes, celebra su marido. Y es que Budd está feliz, se encuentra
trasportado al séptimo cielo. Todo lo que no recibió cuando desarrollaba
su vida profesional lo recibe ahora. ¿Cómo es posible que entonces, en
activo, nadie, o casi, le aplaudiera, y ahora, cuando ya no realiza películas,
reciba los aplausos? Lo que ha ocurrido es que ha recolectado lo que sembró
con humildad en una vida intensa.
Habla
sin parar, al igual que el día que le conocimos. Se le preguntan por esto
o aquello. Da igual la pregunta que le haga, ya que, como el día de la
cena, contesta lo que mejor le parece. Cuenta las mismas historias de
siempre, las que contó ayer y las que contará mañana, pero las cuenta,
otra vez, como si fueran nuevas. Infatigable, habla durante dos largas
horas. El Hollywood de ayer se entrega a los espectadores con sus
encantos, sus vacilaciones. ¿Dónde está la Meca del cine?
¿Dónde
están los elefantes?. Este es el título de la última
novela/documento/relato de Boetticher. Ahí hace un análisis de la Meca
de cine. Habla de su “estancia” como director de cine. El título se
refiere a una anécdota (¿real, imaginaria, soñada, vivida?) que
corresponde a su niñez: tuvo que ir al médico (o al dentista) y para que
no sintiera terror ante ese hecho, en su casa le dijeron que iba al circo,
algo que le gustaba mucho. Al llegar a la clínica comenzó a ver, por
todas partes, gente de blanco. Eran los médicos y las enfermeras.
Sorprendido se volvió a sus padres y les pregunto que dónde estaban los
elefantes. Por tanto, por comparación decidió preguntarse dónde estaban
esos “animales” (u otros) en Hollywood. Él al menos no los encontró
en ese gran circo que es la industria americana del cine.
De
todo eso no habla directamente pero si indirectamente. Otra vez, pues,
aparecen sus recuerdos sobre el mundo del cine, de los toros, de sus películas.
Y otra vez, también, habla de sus amores y de su rendido tributo a su
actual mujer, Mary, que ha llevado su vida a la tranquilidad que ahora
tiene. Mary siempre sonriendo sigue mirando a “su” Budd. Ella ha hecho
el milagro de que él dejase de caminar en solitario, que supiera al fin
lo que era un tranquilo amor. La sabiduría de haber vivido ha conducido a
Budd y a Mary a una relación por encima del tiempo. Viajan y acuden
juntos a cualquier lugar. Se cuidan mutuamente y realizan su cotidiano
trabajo en su rancho de Ramona. Los maravillosos caballos del director no
son ahora su única compañía. Ni tampoco sus ahijadas, protagonistas del
espectáculo de rejoneo sin toros. Budd sabe de caballos, de toros, de
cine y de mujeres. Eso, en este hoy de junio de 1995, nadie lo pone en
duda. Tampoco el emerger juvenil de alguien que desde su vejez recuerda. Y
siente y ama, y sigue trabajando en lo que le gusta. Nadie que asiste al
acto puede intuir su gran cansancio, sus dolores y molestias (“desde una
lesión en la columna después de una
aparatosa caída del caballo, -dirá Mary- se encuentra mal, casi
le es imposible montar”). Parece tan vivo. Y lo está cuando, como
ahora, recibe por parte del público el entusiasta reconocimiento a su
magnifica obra. Cuando el acto termine, Boetticher se verá obligado a
recogerse en su hotel donde volverán a surgir sus dolores, pero hasta que
llegue ese instante seguirá hablando, desgranando recuerdos, intercalando
palabras españolas. Seguro que se siente como si hubiera realizado una
faena triunfal en la Gran Plaza de Méjico. Se jalea, oye los constantes
“oles” de los otros. Sólo espera, como colofón, que le saquen a
hombros por la puerta grande.
EPILOGO:
La
despedida
El
día que concluye el certamen, Boetticher recibe el premio Cinema Jove por
su labor, por su contribución al mundo del cine. Los jóvenes, que han
visto algunas de sus películas por televisión o aquellos que ahora por
primera vez han tenido acceso a ellas a través del gran ciclo sobre su
obra que han preparado conjuntamente Cinema Jove y la Filmoteca
Valenciana, puestos de pie vitorean a este mito proveniente del cine de un
ayer de nunca jamás.
Él
lo sabe ahora, aunque alguna vez lo dudara, no hizo un cine de serie B,
alimenticio, artesanal, de escasa calidad. Su cine es grande y está vivo.
Posee su propia vitalidad. Huye de formas y modos. Es exclusivamente suyo.
Sus personajes, bien un torero (Santos, por ejemplo) o un hombre del oeste
(sobre todo el Scott de su serie de siete westerns), siguen siendo él
mismo: alguien que desea encontrar ante todo una razón que le permita
seguir viviendo. Él la ha encontrado. De momento sigue fiel a la búsqueda
de su último sueño, hacer realidad ese caballo del señor Boetticher,
perdón quiero decir del señor Barnum, sobre cuya historia (la suya, la
de Califa y la de los que les acompañan) va a hacer una película (¿acaso
prefiere ignorar que “eso”, al menos en parte, ya lo ha filmado para Mi
reino por...?) Al recibir hoy en la sala una gran ovación se siente
transportado a los “tercios” desde donde añora saludar. Su enigmático
rostro, a veces como esculpido en piedra, desgrana una sonrisa mientras
eleva en ofrecimiento su nuevo, uno más, trofeo. Desde el centro del
escenario/ruedo mira a Mary y le hace entrega así, en silencio, de lo
conseguido. Ella es la guardiana de su vida.
Al
terminar el acto ambos deciden volver al hotel. Mary, solícita, accede a
los deseos de Budd. Él necesita, o exige, el reposo y los cuidados que el
gran amor de Mary puede concederle. Sabe que no puede más, que su
cansancio le va impidiendo día a día la “interpretación” de su
papel de eterno joven. Pero también sabe que el mito no puede
derrumbarse. Por eso debe marcharse, antes de que la luz intensa sobre la
escena derrita la máscara colocada sobre su rostro. Hay que mantener
“viva” la leyenda.
Nosotros,
Sabín y yo, sabemos que la filmografía de Budd está cerrada. Hemos leído
en una revista, de forma irónica, que nos hemos equivocado en nuestro
libro sobre él, ya que damos por sentado que no dirigirá más películas.
Nuestro libro, pues, “cierra” su “profesión”. Algo, afirman,
falso ya que el realizador va a comenzar inmediatamente una nueva película.
Los que, como ellos, han visto en actos oficiales a Budd, así lo creen.
Nosotros, que hemos convivido varios días con él, sabemos que eso no es
verdad, que nunca podrá hacer otra película. Que Mr. Barnum es el hermoso sueño, o disculpa, que le permite seguir
viviendo algunos años más. Entiéndaseme bien, Boetticher morirá un día,
pero, eso sí, su cine seguirá constantemente vivo, dotado de gran
vivacidad, eternamente joven...
Cuando
nos despedimos de Budd y de Mary sabemos que al menos a él no le
volveremos a ver, aunque suponemos que la falta de uno difícilmente
permitirá la existencia del otro, que probablemente parta en busca del
ser desaparecido. Y es que “esta” pareja forma un todo de difícil
individualización. Budd hoy vive ante la ilusoria inmediatez de un nuevo
rodaje: la vieja y nueva película de siempre. Una historia de historias
que recuerda aquella otra del accidentado rodaje de Arruza. Pero ahora, el vaquero solitario, no podrá hacer realidad
su sueño, ya que ni siquiera sería capaz de aguantar el esfuerzo que
supone un intenso rodaje. Algo que intenta olvidar. Prefiere seguir
cavilando, negociando, hablando con posibles (hoy estos, mañana aquellos)
futuros actores. Seguirá así hasta que un día despierte del sueño y
comprenda que nunca, nunca podrá rodar esa u otra película. Entonces Mr.
Barnum dejará su caballo y se dejará “marchar” a otras tierras
lejanas.
Hemos
conocido a Boetticher, uno de los últimos bastiones existentes del cine
clásico, una leyenda viva. En él se refleja la historia del cine
americano, de sus luchas, fracasos y triunfos. Es la historia de un
vaquero que ha diseminado los trazos de su vida en sus películas. En
ellas habla de amor, de soledad, fracasos y triunfos, de un deambular
constante en busca del reposo, de la tranquilidad. Boetticher, en parte,
con su Mary del alma, ha conseguido alcanzar y recibir los merecidos
homenajes que reconocen su constante cabalgar al encuentro consigo mismo.
Adios
Mary, adios Mr. Boetticher.
POSTDATA:
Septiembre
de 2001
Sabín
y yo hemos llegado a un acuerdo para editar un nuevo libro sobre
Boetticher. Nos disponemos, pues, a caminar nuevamente por su cine. No será
una re-edición del anterior libro. Será uno nuevo adaptado a las
características de la colección que lo acogerá. Comenzamos a
prepararlo. Sorprendidos comprobamos que en USA se ha editado en vídeo y
DVD hacia febrero de 2001 una película antigua de Boetticher, de esas difíciles
de ver, de las que firmó como Oscar Boetticher concretamente Behind locked doors, una especie de curioso antecedente de Corredor
sin retorno. También se ha editado en junio de 2001 una película
montaje sobre la segunda guerra mundial titulada Combat
Camera: The Pacific, que suponemos (aparece como dirigida por Budd
Boetticher) es el resultado de la edición de los documentales que el
realizador grabó en los campos de batalla del Pacifico durante la segunda
mundial. Al menos cuenta con The
fleet that came to stay, un documental, difícil de encontrar hoy día
que la Paramount comercializó durante la contienda. .
A
finales de noviembre vamos a recibir una noticia esperada hace tiempo:
Boetticher ha muerto en su rancho. Desgraciadamente su fallecimiento no
tendrá en los medios el eco merecido. Los grandes diarios estatales
acogen la noticia en el breve espacio de la sección de necrológicas. Eso
en los que dieron la noticia más o menos puntualmente (como mínimo con
cuatro días de retraso). Otros ni dieron la noticia. Cuando esto escribo
aún no ha salido ninguna revista mensual de cine. Es de esperar que en
ellas se trate como es debido, como se merece, a Boetticher. Al parecer,
eso me dijeron, en alguna cadena de televisión, en uno de sus programas,
se ha hablado de pasada de esta importante muerte. ¿Cuándo Garci se
decidirá a proyectar en su programa una película de Budd? ¿Es que
acaso, De Toth, del que se han pasado varias películas en “su”
programa de conocimiento cinematográfico, tiene más valor que Boetticher?.
Posteriormente
hemos sabido algo más sobre los días cercanos a su fallecimiento. Se nos
confirma, en parte, lo que intuimos en aquel junio de 1995: Boetticher había
ya renunciado a rodar Un caballo
para Mr. Barnum. El guión se lo había pasado a Martha Coolidge. ¿Por
qué? Decía que después de él, era la persona que más sabia de
caballos. Puede ser verdad, pero desde luego entre ambos hay una gran
diferencia. Martha es una artesana, que sobre todo ha trabajado en
televisión. Por supuesto nunca ha realizado westerns. No es, además, una
directora “clásica”... Si le
había pasado el guión era simplemente porque sabía con certeza que
nunca podría dirigir personalmente “su” última película. Eso, en
tal caso, sería labor de otros.
Le
habían ocurrido otras cosas en los últimos meses. Sobre todo había
conseguido una cierta seguridad personal para “su” Mary. Había
conseguido vender los derechos de su autobiografía “When
in desgrace” para realizar una película. También una editorial le
publicará su “historia” en Hollywood bajo el título de “¿Dónde
están los elefantes?”... Quizá haya que añadir derechos de autor
por los últimos filmes editados, y citados más arriba.. Boetticher, así,
podía asegurar la “vida” de Mary, una vez que él hubiera partido
para vivir “otras aventuras”. Mary, su otra vida, tenía, en lo
posible, asegurada la suya. ¿Podrá sobrevivirle mucho tiempo?
El
vaquero solitario, el personaje que nunca estaba quieto, que buscaba, y se
buscaba, en un deambular constante, llevaba, en el momento de su muerte,
cuatro meses “atado” a una silla de ruedas. Se marchó en silencio,
como uno de sus personajes.
Nadie se dio cuenta. Una noche se acostó para... despertar ágil y joven
en el reino del más allá donde le esperan con toda seguridad muchos
amigos (Anthony Quinn, entre otros, fallecido en este mismo año), bellas
mujeres a las que amó y por las que fue amado, y los queridos... caballos
que le precedieron. Su cine, sus inolvidables películas, siempre estarán
entre nosotros.
Cuando
se edite nuestro libro, el nuevo sobre Boetticher, echaremos en falta su
presencia, pero, de todas maneras, en nosotros, siempre estará vivo en el
recuerdo.
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