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Estamos
de nuevo ante un drama agobiante, sin salidas, tanto para el espectador
como para sus protagonistas, donde se nos obliga a participar a esa bajada
a los infiernos del recuerdo y la culpa. No sabemos si el peso que Ingmar
Bergman carga consigo, el peso de la culpa, se libera mediante ese psicoanálisis
personal que suponen su biografía, sus novelas y su cine que nunca deja
de pertenecer al plano de lo biográfico y que repite, una y otra vez, de
manera obsesiva, las relaciones siempre traumatizantes, dolorosas,
violentas y culpables con cada una de sus parejas. Su formación en un
entorno familiar religioso le ha dejado esa manía de explorarse y de
abrirse en canal a pesar de que el tiempo debería haber mitigado el
dolor; pero gracias a ello podemos asistir a su cine, a ese milagro de la
profundidad del drama de cada matrimonio, a esa lucidez y sinceridad en el
análisis de cada movimiento sicológico, a los diferentes estadios que
desde el encuentro, pasando por la felicidad, los celos, el hastío, la
violencia y el odio, llevan a la ruptura.
Es francamente interesante la postura que adopta el
narrador de la historia, el propio Ingmar Bergman, que llama a una actriz
para que interprete a Marianne, el personaje femenino, al que trata de
definir para que la actriz encargada de su representación puede actuar
según lo haría la verdadera Marianne. La historia que tiene que
interpretar puede parecernos que sea la historia real de Marianne, ya no
actriz, sino persona real que se confiesa con el viejo director, pero no
podemos dejar de darnos cuenta que el director va comprobando la actuación
con los manuscritos ya viejos, escritos en un antiguo cuaderno rayado en
el que también hay incorporadas postales y fotografías. Por otro lado sólo
aparecen en el estudio, que es el propio estudio de Bergman, el actor y la
actriz que interpretan a Marianne y David, nunca Isabelle, hija de
Marianne y Markus. Pero no deja de ser curioso que la vieja fotografía
que Bergman guarda en el cajón de la mesa del despacho coincida con
el rostro de la hija de Marianne y Markus en la película. En ese momento
la historia sale del marco del despacho y es a través de la imaginación
de Bergman como la visiona y la vive el espectador. Isabelle sólo existe
en su mente y en la realidad, no en la representación. La caja de música
china que tiene un papel relevante en la historia con David, al final de
la película, se queda sobre la mesa del director y en su cajón podemos
ver una antigua guía de París de tapas rojas que corresponde a la época
en la que el director, podemos suponer, vivió la experiencia real con
Marianne. También, en ese cajón, se nos deja entrever en una fotografía
solo la parte del mentón de una mujer, la Marianne real de la historia,
así se nos insinúa que está basada en un hecho real, pero se nos oculta
pudorosamente el rostro de la mujer que los vivió Al final, de manera
misteriosa, Marianne actriz, desaparece del plano como si fuera un
pensamiento y sobre el cestillo de la mesa quedan los folios que se supone
son el guión de la película, ésta que acabamos de ver y que comenzaría
ahí, al terminar.
El plano siempre muy cerrado no nos permite escaparnos
de las caras y los gestos de los personajes, tampoco podemos identificar
las calles o el hotel de París, ni el tipo de coche en el que ella se
monta con Markus, su marido; incluso las ropas son muy clásicas y
atemporales, porque, salvo la historia de este triángulo amoroso, nada le
importa al director. La interpretación ajustada, severa, contenida y
profunda de los personajes y la voz grave, llena de silencios y de
intimidad, nos permite, a través de su mirada, bucear en el fondo de sus
vidas. Y es terrible ver cómo, una vez puesto en marcha el mecanismo por
el que los amigos Marianne y David se convierten en amantes, nadie escapa
a la felicidad y al dolor. En el final sorprendente de la historia,
Marianne descubre que no sabía nada de su marido y que cuando creemos
estar rompiendo la legalidad estamos entrando en una cadena en la que éramos
el eslabón que faltaba.
Daniel
Arenas
Daniel Arenas
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Nacionalidad:
Suecia,
2000.
Directora:
Liv Ullmann.
Intérpretes:
Lena Endre, Eerland Josephson, Krister Henriksson,Thomas Hanzon, Michelle
Gylemo.
Guionista:
Ingmar Bergman
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