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LA
ESTRUCTURA DE LA NARRACIÓN EN INFIEL Por Luis TormoInfiel,
la última creación del binomio artístico Bergman-Ullmann, suscita una reflexión
que, para quien escribe estas líneas, es común a gran parte de la filmografía
del autor sueco, y es que la estructura que sostiene la narración termina no sólo
cumpliendo su función de receptáculo de unos acontecimientos, sino que se hace
independiente, adquiere vida propia. Tiene algo que ver con esa frase manida de
“ya está todo contado y lo importante es cómo
se cuenta una historia”. Lo que
propone Infiel, analizado a nivel de
argumento, podía haber desembocado, en otras manos, en una reiteración
melodramática sobre el matrimonio y el divorcio. Pero lo que aporta esta película
es precisamente el tratamiento de la estructura fílmica, algo que no es ajeno
al universo de Bergman (que ya ha diseccionado el matrimonio en muchos de sus
anteriores trabajos, unido a aspectos como la traición, el sentimiento de
culpabilidad o el juego con el tiempo y la memoria). Es, como ocurre con los
grandes autores, un acercamiento a un tema, a un asunto, tamizado a través de
“su” mundo particular; un ejercicio similar a lo que hacen Woody Allen en Maridos
y mujeres o Stanley Donen en Dos en la
carretera (por citar ejemplos de películas sobre el matrimonio que tienen
mucho que ver con la visión de sus realizadores). Analicemos entonces esta estructura. La historia se
plantea de la siguiente forma: un viejo personaje escribe una historia que se
materializa frente a él -y al espectador- mediante la confesión de una
mujer-musa que narra a través de un flash-back
una historia en el cual se visualiza un triángulo amoroso entre ella, su marido
y su mejor amigo. A su vez se deslizan detalles que indican que el escritor es
el propio amante de la mujer, con lo cual tenemos una estructura temporal y
funcional, desde el punto de vista del drama, compleja y apasionante. El
escritor pasa, desde el inicio del film a su parte final, de asistir como un
ente objetivo (un artista que crea una obra) a terminar en una postura subjetiva
pues se ha convertido en sujeto activo -y doloroso- de la acción. En este
sentido cabe destacar la inteligente situación de los dos hechos que determinan
la identificación entre el escritor y el amante: en la primera parte de la película
la caja de música (que pasa de la narración de la mujer a la mesa de su
despacho), y en la segunda parte, el monólogo que al amante le cuenta al viejo
escritor y que, a través de un primer plano sostenido, les identifica como una
sola persona, convirtiendo el drama más doloroso pues el pasado se hace
presente mediante esa escenificación. Al final, es precisamente este desarrollo desde múltiples
puntos de vista lo que aporta la riqueza a esta película pues hace que, por un
lado, se mantenga un equilibrio entre los dos personajes que muestran al
espectador los hechos (la mujer y el amante/escritor); y por otro, actúa de
freno estableciendo una distancia entre los personajes y el espectador ante la
brutalidad de los hechos (violencia física y psicológica, engaños,
traiciones, violación, suicidio, etc.).
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