Muchos
se preguntan si en los (temibles) tiempos que corren, alguna suerte del código
Hayes sigue vigente. La respuesta no se presenta igual de rotunda en todos
los ámbitos, pero aún quedan vestigios de aquel ejercicio de cicatería
sucia y ramplona. The ring (La señal) se presenta como un producto
engendrado por las nuevas prácticas censoras de la industria
norteamericana.
La
obligación de fundamentar la afirmación primera nos lleva a hurgar en
las trastiendas de las factorías cinematográficas estadounidenses,
espacios dirigidos por avezados brokers bursátiles que derrocaron,
a golpe de beneficio, a los ya extinguidos grandes productores (que a
pesar de su continua disposición a la batalla por la primacía económica,
ostentaban un alto grado de conocimiento del medio). Y en este contexto en
que la tiranía economicista exporta la traducción moderna, que no es
otra que el todo vale, de la maquiavélica frase “el fin justifica
los medios”, aparecen filmes como The ring (La señal).
Pero
señalemos cuales son estos medios. La película The ring (La señal)
dirigida por Gore Verbinski, no es más que un remake de la notable
película japonesa The ring (El circulo) dirigida por Hideo Nakata
en 1997, obra nacida de la adaptación de una novela del Stephen King nipón,
Koji Suzuki. El espectador puede enfrentarse al filme con conocimiento de
causa, es decir, habiendo visionado primero el filme japonés, actividad
que le permitirá ejercer un análisis comparado de las dos piezas para
determinar cuán necesaria era la revisión. El problema (la censura)
aparece cuando al espectador se le niega la posibilidad de ver la obra
primera y se le ofrece la nueva versión como el sumum de una
especie de un nuevo cine de terror. El filme de Nakata, tras comprar Dreamworks
sus derechos, no ha sido exhibido en Estados Unidos, y su distribución en
video y DVD seguramente verá la luz en el próximo milenio. ¿Para quién
existe el libre mercado?
El
éxito comercial era inevitable, pues las bondades exportadas por la cinta
nipona son muchas y no había necesidad de mutilarlas ante el triste
desconocimiento de los grandes públicos. Así pues se respetan las
principales líneas argumentales, se emplean los mismos recursos, se
copian algunos planos, en ocasiones se adopta el tempo pausado e
inquietante del filme de Nakata, etc... Ahora bien, es en los detalles (y
en la voluntad manifiesta de adaptación al contexto propio) donde la
producción estadounidense pierde fuelle y ayuda, en un impecable discurso
laudatorio, a elevarse al original japonés.
La
necesidad de rescribir la propuesta principal obedece no sólo a parámetros
sociológicos, sino también cinematográficos: en ambos terrenos los
cambios son para peor.
Desde
el punto de vista cinematográfico existe una adopción de patrones
pertenecientes a una serie de nuevas tendencias en el cine de terror USA:
en primer lugar, el guionista Ehren Kruger (Scream 3) opta por dar
más protagonismo al personaje del niño (David Dorfman), que desempeña
un papel clave que no tiene en el original, hasta el punto de tener
visiones sobre los acontecimientos que desencadenan la historia (la
referencia a filmes de éxito sonado como El sexto sentido se hace
inevitable); en segundo lugar, el realizador, en los momentos en los que
no decide copiar a Nakata, opta por ofrecer soluciones visuales cercanas a
ese subgénero llamado cine de terror adolescente (la planificación de la
primera secuencia, que existe en las dos versiones, es radicalmente
distinta: en la nipona se opta por planos de conjunto, casi siempre estáticos,
provocando, al cambiar de escalas y angulaciones, que la sensación de
miedo avance inexorablemente; por otro lado en la versión americana la
primera secuencia obedece a una planificación elaborada a partir de
escalas cortas, buscando el sobresalto en el espectador (el ejemplo de
este modus operandi se encuentra en uno de los mejores filmes del género,
Scream de Wes Craven). En último lugar cabe comentar la figura del
padre de la sobrenatural niña desencadenante de toda la historia (Brian
Cox), inexistente en el filme nipón; personaje que se nutre de papeles
mil veces vistos en el último cine de terror americano: la figura del
asesino en serie (o psycho-killer) que recuerda (gancho en mano) a Sé
lo que hicisteis el último verano, y demás subproductos de tan
desangelado subgénero.
Desde
un punto de vista sociológico, existe la necesidad de fundamentar la
investigación que inicia Rachel Keller (Naomi Watts) tras la inexplicable
muerte de su sobrina. Mientras que en la versión japonesa es el afán por
conseguir un buen reportaje el que lleva a la periodista a involucrarse en
el caso, en la versión USA se potencian los lazos familiares. El
sollozante inicio en que la hermana le hace prometer a Rachel que debe
encontrar las causas de la muerte de su hija resulta del todo
descorazonador, así como la necesidad de potenciar la relación entre la
primera víctima de la misteriosa cinta y su primo (figura que desvelará
los misterios que envuelven al relato). Como mal menor, podemos decir que
la productora no optó por reconciliar a la familia de padre díscolo y
madre independiente (aunque antes del excelente final ideado por Nakata
parece que así sea) y se mantuvo fiel al original.
Un
último apunte nos remite, de nuevo, al modo de hacer cine en la actual
industria norteamericana. La influencia del videoclip vuelve a
quedar demostrada en los continuos (e innecesarios) insertos que el
director intercala en el relato (siendo el peor empleado el de la cara de
la muerte de Noah –Martin Henderson-). Además queda patente, en dos
escenas que desatan la risa y la incredulidad en el espectador, la
necesidad de exagerar ciertos pasajes de la historia a fin de ofrecer un
buen espectáculo: el salto al vacío del caballo resulta del todo
prescindible, al igual que el suicido del personaje interpretado por Brian
Cox (¿no creen que con el secador bastaba?).
Resumiendo,
si no han visto el original, la película de Verbinski puede incluso
llegar a gustarles (a pesar de que, en muchas ocasiones, no llegue ni siquiera a narrar bien: la relación familiar atípica nunca se sabe
qué
derroteros tomará); si han visto la de Nakata, mejor se abstengan (eso
si, en la nipona no podrán ver la bella figura de Naomi Watts en ropa
interior... sé que es un comentario machista, pero sólo constato qué tipo
de artimaña (que además de poco ingeniosa, constituye un nuevo ejercicio
de vacuidad narrativa) debe recurrir un filme para captar espectadores.
Enric Albero
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THE RING (LA SEÑAL)
Título
Original:
The Ring
País y Año:
EE.UU., 2002
Género:
Terror
Dirección:
Gore Verbinski
Guión:
Ehren Kruger
Producción:
Asmik Ace Entertainment, BenderSpink
Fotografía:
Bojan Bazelli
Música:
Hans Zimmer
Montaje:
Craig Wood
Intérpretes:
David Dorfman, Naomi Watts, Lindsay Frost, Brian Cox
Distribuidora:
United International Pictures
Calificación:
Todos los públicos
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