A propósito de Schmidt
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Si desea la felicidad, apadrine un niño

Payne nos propone un enooorme spot sobre una organización para adoptar niños. Casi nada.Cine de buenas intenciones, moralizante, además, o lo que lo mismo con un mensaje “positivo” que lime toda la aspereza de la narración. Así todo lo propuesto termina por volverse contra la narración. El nuevo filme de Payne, conocido sobre todo por la simbólica Elección, no deja de ser en el fondo un curioso filme de propaganda. O si se prefiere un largo anuncio de algo más de dos horas. Algo así había hecho (pero con clase) Coppola en Tucker donde rendía sus dotes de publicista a la calidad de uno de sus coches y al fabricante, uno de esos hombres americanos, que se dice, luchan sin descanso en pos de un sueño.

Aquí desde el comienzo (al menos en el cine dónde vi la película) todo ES un anuncio. Antes de la película se proyectaba el “spot” de una especie de ONG que invitaba al espectador a apadrinar un niño “al igual que hace el actor Jack Nicholson en la película que van a ver”. En la parte de abajo del fotograma se especificaba el nombre de la ONG y el número de teléfono al que había que llamar para “apadrinar” al niño. Ya metidos en la película, al poco de empezar. vemos como Schmidt (algo así como sería por aquí Pérez o García) cansado de pasar y pasar canales de televisión, llega a una emisora en la que hay anuncios. Ahí se queda. Por la pequeña pantalla recibe una información idéntica a la que nosotros ya habíamos recibido. Nuestro hombre gris (iluminado él) decide hacer lo que dice el anuncio. Así que apadrina un niño. Cuando ya “tiene” niño, le dicen que si quiere puede escribir cartas a su “ahijado”. Así lo hace, un “bonito” sistema para que el ser mediocre, al escuchar y visualizar las cartas, nos confirme que su vida ha sido muy gris, y que está hasta... Al final del filme después de que nuestro anti-héroe haya recibido muchos “palos”, y haber comprendido que la vida es un asquito, recoge (en su casa) una carta donde la “sor” de la misión de acogida de niños le da las gracias en nombre del niño “acogido”. Una escena preciosa. He leído a algún crítico que “babeó” emocionado ante ese “sensible” momento. Al son de la apabullante música que inunda sin descanso toda la película, es el instante mágico en que nuestro buen hombre comprende (aunque el niño no haya leído las cartas ya que no sabe leer y escribir) que ha hecho algo en la vida (además la “sor” le dice en la carta -¿por qué va a desconfiar de sus palabras?- que lee todas sus cartas al niño ¡de seis años!, y que se las siga mandando que le gustan mucho), que sirve para algo. Su vida tiene sentido. Cantos celestiales. El señor Schmidt pone cara de angelito. Los demás no le entienden. Menos mal que está el niño de Tanzania. Por cierto ¿por qué no iraquí? Si así fuera sería de rabiosa actualidad. Así solo se queda en rabioso e impotente ladrido. Si la película, en ese final, hubiera puesto en evidencia, se hubiera preguntado sobre la realidad de ese apadrinamiento. Es decir si se planteará que también ahí, es posible, que le estén engañando (de hecho el dibujo del niño parece haber sido hecho en “cadena”, lo mismo por ese u otro niño).

¿Quién ha pagado esta película? ¿Quizá la ONG que aparece en un anuncio antes de la proyección?O sea que al final Schmidt se ha dado (o se le ha dado) cuenta del resultado del anuncio (de su compra). Un exacto estudio de mercado. Vea, pruebe y compare. Nada es igual que lo que aquí le ofrezco. La salvación de su cuerpo y de su alma está en hacer posible la oferta de un determinado anuncio. ¿Quién ha pagado esta película? ¿Acaso la ONG que ofrece los niños? Que conste, y para aclarar conceptos, que la susodicha organización publicitada no es más conocida por aquí que la de Vicente Ferrer de sus misiones en la India.

Lo más sorprendente del caso es que este filme publicitario y publicitado ha embebido a parte del personal. Se ha dejado engañar por un previsible cúmulo de situaciones a cual más tópicas: hombre jubilado que sólo sabe trabajar; mujer que se muere al poco de estar jubilado; hija que vive lejos y se va a casar; futuro marido de la hija estúpido a más no poder; ejecutivos arribistas; soledad del pobre hombre que se ve expulsado de todo los sitios y que para remate descubre que su mujer cuando era joven le engañó con su “mejor” amigo. Para que nada falte en este repaso vivencial, nuestro infeliz hombre decide volver a los orígenes, es decir a los lugares por los que anduvo en su infancia. Y entonces... Si, eso mismo: ya no existen, el mundo es otro muy distinto al que él dejara atrás. Por no existir hasta ha desaparecido la casa en que nació convertida ahora en una tienda...

Toda la búsqueda de su pasado se posibilita al no admitírsele en el presente. El jubilado (no pre) se encuentra sólo, y no puede retener a su hijita del alma (nunca parecen haberse hecho mucho caso, pero eso sí, unas fotos del “ayer” tratan de dejar claro que él ha querido lo mejor para su “pequeña”) decide hacer el viaje desde su población a la de su hija. Ahora sabemos la razón por la cuál antes de jubilarse se compró una caravana. Muy forzado el viaje al encuentro con la hija, pero según exigencias del guión (y de acuerdo a la novela de la que parece procede) todo estaba atado: la caravana a punto. De esa forma la segunda parte se convierte en un previsible “road-movie” que hace, por momentos, añorar la sencilla y esplendorosa Una historia verdadera de David Lynch. La hija (pero que quede claro: quien es un egoísta de tomo y lomo es el señor Pérez de turno) le dice que nones (por teléfono y cuando está ya en camino), que ahora está muy ocupada. Que se vaya como buen jubilado a descansar a su casita. Para eso la tiene. Allí se debe quedar como niño bueno hasta el día antes de su boda en la que debe hacer el viaje. de “verdad”. Nicholson-Schmidt entonces desobedece. Es cuando va a buscar su “pasado”.

No me extraña que recorra (o intenta deshacer) ese camino, ya que su transitar por esos camping desconocidos le lleva a situaciones demenciales (y, por su parte, a salidas aun peores) como el encuentro con una “encantadora” pareja de esas que son amigas de cualquiera. Como tal se lo toma nuestro personaje. Cree que la mujer se le insinúa, así que mientras el marido va a buscar bebida él se dispone a actuar, pero... una cosa es la realidad y otra la que él se imagina. Total que sale trasquilado.

El zoológico humano termina por cerrarse con la insólita (y forzada) familia de su futuro yerno. La cosa (o sea las acciones) quiere tener gracia (una secuencia lamentablemente perdida en la que Schmidt lucha con una imposible cama de agua). También los personajes, con los que se quiere -supongo- criticar a la sociedad norteamericana (una excelente Kathy Bates que hasta está a punto de hacer creíble o válido su papel de madre liberada de su yerno). Pero, insisto, todo es tópico. Payne, al igual que en Elección, no coge el tono adecuado. Oscila entre la realidad y la ironía, entre el dibujo grosero más que grueso de unos personajes y la reflexión (moralista) sobre una sociedad que sólo busca satisfacer su egoísmo. La dificultad de lograr el equilibrio se debe en parte a la falta de definición de sus seres. En aquella el profesor tutor de la jovencita, en ésta el señor Schmidt cuya forma de actuar no está en consonancia ni con el personaje, ni con sus propuestas. Algo que es un claro obstáculo para el filme, al quedarse en una zona de nadie. ¿Por qué Schmidt decide pasar a la acción, no perder un momento -como dice- más de su vida sin que eso quede plasmado en sus acciones?

Aunque los actores están bien, sobre todo Kathy Bates, lo cierto es que los personajes son tópicos e increíbles.Aparentemente se trata de una película lúcida, en realidad es muy pobre, debido sobre todo a unas expectativas siempre incumplidas. Muy clásica en estructura. Por ejemplo al principio después de los planos iniciales se asiste a la comida-fiesta-homenaje por la jubilación del protagonista. En ella hay un discurso. La secuencia se cierra con la “espantada” de Schmidt (sin saber muy bien la razón) hacia los servicios. El mismo esquema se repite en la secuencia pre-final. La comida-fiesta se debe ahora a la boda de la hija del protagonista. También un discurso, que da paso a la conclusión de la escena que es... la visita de Schmidt a los lavabos.

La interpretación de Nicholson como siempre. Luchando entre dominar sus “tics” o dar pie, con sus ojos móviles, a una expresión de locura. Seguro que añoraba aquellos otros (mejores) tiempos en los que protagonizó emblemáticos títulos: Alguien voló sobre el nido de cuco, Chinatown, El resplandor...

¿Damos otra oportunidad al señor Payne? Bueno, vamos a dársela por eso de haberse formado en Europa y hablar un correcto español. Para que lo sepan estudió filología en la Universidad de Salamanca. Todo un lujo.

Por cierto este filme de Payne se considera (lo que es gracioso en si) como independiente. De ahí suponemos (por parte de algún sector crítico) que se vea su hipotética importancia temática, su compromiso. Si nos ponemos así, propondría otro título de ahora mismo, más minoritario, más importante en su sencillez, en sus medios. Se trata de The goog girl, de Arteta. Con sus limitaciones es mucho más lúcido y crítico (y nada moralista) que esta nadería de Payne.

Mr. Arkadin

A PROPÓSITO DE SCHMIDT

Título Original:
About Schmidt
País y Año:
EE.UU., 2002
Género:
Drama
Dirección:
Alexander Payne
Guión:
Alexander Payne, Jim Taylor
Producción:
Avery Pix, New Line Cinema
Fotografía:
James Glennon
Música:
Rolfe Kent
Montaje:
Kevin Tent
Intérpretes:
Jack Nicholson, Hope Davis, Kathy Bates, Dermot Mulroney, Len Cariou
Distribuidora:
TriPictures
Calificación:
Todos los públicos


 

 

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