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Uno
se pregunta qué extraños caminos misteriosos conducen a los
distribuidores y exhibidores de este nuestro país a presentar ciertas películas
abiertamente minoritarias y experimentales como ésta para ser estrenadas
en cines de marcada voluntad comercial. Y lo digo porque esta película,
además de ser exhibida en los cines de público restringido y
minoritario, fue contemplada por este comentarista en uno de las salas de
unos multicines más recientes y por tanto, de moda, de la ciudad de
Valencia donde resido. Bueno, en la sala estábamos sólo siete personas y
tres de ellas se fueron a lo largo de la proyección. Seguramente, si no
tenían referencias se cansaron de ver algo que no se esperaban: una película
difícil, diferente, ingrata de contemplar. No apreciaron seguramente la
originalidad, la experimentación, la libertad de esta obra cinematográfica,
ni tampoco el riesgo que corría su director al realizar este filme tan a
contracorriente de la complaciente y estomagante producción mayoritario
del cine español actual.
Verdaderamente
esta cinta sorprende a cualquier espectador porque se mueve en terrenos
muy independientes y poco transitados por el cine. Recuerda por un lado al
documental sociológico, al cine testimonial y de denuncia, al cine-ojo en
su intento de mostrar la realidad sin intermediarios, al cine que quiere
suplantar el reportaje en directo que la misma televisión puede ofrecer.
Objetivos muchos de ellos imposibles por cuanto el punto de vista adoptado
previo es inevitable y por cuanto la subjetividad se cuela aunque sea de
rondón en toda mirada y la toma de postura es algo además de inevitable,
algo inherente a cualquier intento de hacer cinema-verité. Pero
estas cosas últimas que menciono no son para mí un defecto sino una
virtud en cualquier discurso fílmico.
Y
así en La novia de Lázaro –una película “viva”, como
rezaba un eslogan del cartel del filme– se nos presenta una realidad
social en bruto, “sucia”, retratada sin eludir el feísmo y con tanto
realismo que se transforma en hiperrealista, dando al filme un aspecto de
obra sin pulir, de ensayo, de prueba, que desemboca en una especie de atmósfera
de pesadilla social muy fuerte. Hay en ella entonces una mirada hacia la
problemática de la inmigración distinta de los discursos más o menos
bien intencionados que otras películas nos plantean. Estoy pensando en el
cine de Ken Loach o de Gueguidian. Aquí los protagonistas principales son
inmigrantes cubanos: no hay color intencionado sobre sus personajes. Están
y se mueven no por una tesis previa, sino que sus conductas son
instintivamente primarias, gobernadas por la lucha por sobrevivir en un
entorno claramente difícil. Lázaro, por ejemplo, es un joven que
promueve simpatía y antipatía al mismo tiempo al espectador. Joven, simpático,
sinvergüenza, se torna a la vez peligroso y hasta psicótico. Llega hasta
la cárcel y a nosotros nos parece lo lógico. María Dolores, la novia
que Lázaro tenía en Cuba, llega a Madrid para intentar sacarlo de la cárcel
y en la capital del reino se encontrará con toda suerte de personas que
le harán todo el daño posible, se aprovecharán de ella y de la situación
que atraviesa. Otras personas le ayudarán e intentarán hacerla feliz.
Todo contado y filmado con la mayor inmediatez, sencillez, naturalidad y
neutralidad posibles.
El
filme se hace difícil para el espectador no sólo por la materialidad de
sus medios (sonido directo sin manipulaciones y por ende, con muchos
ruidos, fotografía oscura tomada con luz natural, cámara en mano con
movimientos bruscos, desequilibrados, constantes) sino también porque la
realidad mostrada no es nada estimulante, incluso sin obviar secuencias
que rayan, si no caen, en la misma pornografía. Pero esto no es pornografía
puesto que ésta se hace para satisfacer a los voyeuristas y aquí
ocurre casi lo contrario. Pese a estos obstáculos, La novia de Lázaro
debe ser considerada como un filme importante, por su testimonio y por
constituir un reto cinematográfico.
Además
de ser un preocupado documento sobre la vida miserable de los inmigrantes,
recuerda algo el argumento de La buena estrella –que parece el único
signo esperanzador de todo el filme– y en su técnica podría ser una
especie de mezcla del documentalismo de En construcción y una
adopción a las bravas y en su estado más salvaje del estilo de los
chicos del Dogma. Cuenta además con la interpretación
salvajemente perfecta de su protagonista.
José
Luis Barrera
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LA
NOVIA DE LÁZARO
Título
Original:
La novia de Lázaro
País y Año:
España, 2002
Género:
DRAMA
Dirección:
Fernando Merinero
Guión:
Fernando Merinero
Producción:
Vendaval Producciones
Fotografía:
Fernando Merinero, Mariana Erijimovich
Música:
Jezzabel, Javier Batanero, Tinito de la Calma
Montaje:
Julia Bonanni
Intérpretes:
Claudia Rojas, Roberto Govín, Ramón Merlo, Franciska Ródenas, Sandra
Prieto
Distribuidora:
Nirvana Films
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