Sin perdón
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Las flores de Harrison

He aquí una de las muchas películas cuya estrategia de promoción publicitaria puede provocar desorientación en muchos espectadores: aparte del diseño de sus anuncios en los carteles de revistas y prensa (una rosa, el rostro difuminado de Andie McDowell y un pequeño carro de combate ), o el mismo despistante título, aun cuando tiene su fácil sentido moralista en el film, se presta a engaño o incluso el mismo reparto, con una Andy McDowell interpretando acertadamente un papel que prescinde del “glamour” oficial con el que siempre se ha rodeado. Más aún cuando siendo una película de producción francesa (de cuyo director un servidor no conocía nada) parece una película norteamericana, por su propio reparto, por su forma de estar realizada y además por un ritmo acelerado y trepidante como si se tratara de un filme de aventuras bélicas.

Quizá el cine europeo ande por ese camino de pérdida de señas de identidad (ya saben: un tempo más tranquilo, un discurso más denso, una producción más barata...) debido a la mímesis dirigida hacia el cine producido por la industria norteamericana, con el deseo de competir en ganar a un público que no anda, por cierto, con muchos deseos de calidad artística sino con el ramplón afán de pasar el rato sin ninguna clase de complicación: ver cine sin mirar, divertirse sin tener que pensar.

Las flores de Harrison, una sorpresa agradable pese a su ingrato tema, es un filme pues que reúne las condiciones de ser simultáneamente un film bélico con una estructura casi de aventura clásica -un grupo de persona que arriesgan su vida en la misión casi imposible de rescatar a otra perdida en el fragor de una batalla- y también es un filme que denuncia el indecente olvido que la guerra de los Balcanes ha sufrido por parte de los países occidentales y también el tratamiento periodístico que puede trocar en importante lo baladí y oscurecer los sucesos más brillantes que puedan ocurrir en el mundo.

Europa y Estados Unidos dieron durante mucho tiempo la espalda a una guerra que no les interesaba y cuando lo hicieron, el incendio devastador era ya imposible de sofocar. Es la guerra de la antigua Yugoslavia cuyos rescoldos todavía amenazan con despertar. Un conflicto al que en su arranque nadie dio importancia, hasta que no aparecieron las primeras imágenes en las fotos y en la televisión, porque en esta sociedad nuestra dominada por los poderosos medios audiovisuales, todo lo que no se muestra con imágenes, no existe en el mundo.

De esto trata esta gran película: del horror de una guerra absurda, incomprensible, sucia y vergonzosa, de la insolidaridad del mundo con sus víctimas, del titánico arrojo de los reporteros gráficos, movidos por el deseo de gloria del premio Pulitzer y conmocionados después por el espantoso espectáculo dantesco que tienen in situ que fotografiar.

La historia que da pie todo este discurso es la de una mujer que movida por la fuerza del amor acude a buscar a su esposo, fotógrafo de la revista Newsweek, desaparecido en esta espantosa guerra: su periplo constituirá un viaje al más profundo de los infiernos.

Después de un prólogo pausado y reflexivo donde se nos cuenta las cuitas y problemas de los fotógrafos de prensa, los condicionamientos, estrategias y demagógicos posicionamientos del mundo periodístico y sus a veces tramposos intereses, el filme salta al decorado salvaje y apocalíptico del a guerra de Bosnia en los primeros meses de su desarrollo, cuando las matanzas étnicas y los más viles asesinatos tuvieron lugar. Aquí la acción entra en un ritmo vertiginoso, las secuencias se suceden en un crescendo acelerado, cortado con gran cierto con la reflexión de los testigos periodísticos de aquellos sucesos, que dan al espectador un respiro ante tanto horror mostrado con el acierto de no buscar en ningún momento el morbo de la violencia y la muerte.

Una magnífica fotografía (premiada en el festival de san Sebastián último), con un uso muy apropiado del formato scope, una soberbia reconstrucción de los escenarios bélicos, una puesta en escena muy viva, sin buscar nunca el morbo en las escenas siniestras y una interpretación ajustada convierten a esta película en más que recomendable.

Una pega: la escena final, facilona y complaciente perece un postizo impuesto para dorar la amarga píldora que es este digno e interesante filme. Quizá en esto se parezca aún más a las comerciales cintas americanas.

José Luis Barrera                   

Harrison’s flowers 

Nacionalidad: Francia, 2000.

Dirección: Élie Chouraki. 

Guión: Élie Chouraki, Didier Le Pecheur. 

Fotografía: Nicola Pecorini. 

Intérpretes: Andy McDowell, David Strairn, Elias Koteas, Brendan Gleeson.

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