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El
cómic es un arte donde el tratamiento de la imagen adquiere un papel
fundamental, mayor incluso que en el cine. El estilo de dibujo (no
confundir con la técnica) es un lenguaje en sí mismo, y ayuda a la
transmisión abstracta de ideas y emociones. Determinadas historias
requieren estilos concretos para alcanzar una mayor eficacia. Esto es algo
relativo en tanto que la solución de puesta en imagen de una narración
no es única e invariable, y compete al autor o dibujante decidirse por un
estilo u otro. Pero lo que está claro es que no se pueden disociar la
narración y su representación gráfica, y que no todo sirve a la hora de
alcanzar un objetivo.
Así,
las historias de tipo realista suelen servirse de dibujos efectivos pero
no llamativos, de manera que no ensombrezcan a la historia, la cual, por
su profundidad temática, requiere un protagonismo claro. Sería este el
caso de obras como "Contrato con Dios" de Will Eisner, entre las muchas que
hizo este autor judío, uno de los hombres que posibilitó que el cómic
(o la novela gráfica, como él la denominaba) fuera considerado como un
arte legítimo. En el otro extremo están aquellas narraciones
caracterizadas por un dibujo estilizado y espectacular que satisface fácilmente
el deseo de estimulación visual del usuario. En consonancia con lo visto
antes, este tipo de productos suele valerse de narraciones muy simples, en
donde la acción (y casi siempre el sexo) prevalecen por encima de
cualquier otro valor. Este es el caso, entre otros, del género de los
superhéroes como Batman, Superman o Spiderman. El propio Eisner lo cosechó
con su famoso personaje Spirit, y como él mismo asegura en su libro "La
narración gráfica", el narrador puede volver atractiva una
historia trivial sirviéndose de "efectos especiales gráficos"
asociados a enfoques impactantes.
Toda
esta disertación sobre el cómic puede ser aplicada punto por punto al
cine, y qué mejor ocasión que ésta en que se comenta la adaptación de
un famosísimo cómic a la pantalla. Como en tantas adaptaciones y nuevas
versiones de clásicos que últimamente está estrenando Hollywood, el
argumento fundamental para llevar nuevamente al héroe enmascarado al cine
es el de las grandes posibilidades tecnológicas en lo referente a los
efectos especiales de que actualmente se dispone. Toda esta tecnología en
teoría debe permitir que el hombre araña salte de edificio en edificio
de Manhattan de forma creíble. Pero esto es una falacia, porque unos
efectos especiales que no se notan no tienen ninguna gracia, y es que si
se quiere llevar a los espectadores a las salas con la promesa de un gran
espectáculo infográfico, éste debe quedar patente.
Los
efectos digitales, aquí, como en las dos nuevas entregas de La
guerra de las galaxias y en muchas otras películas, se notan, y se
notan porque así se quiere. Y si sus creadores dijeran lo contrario habría
que decirles que les falta mucho camino por recorrer todavía, porque
cuando Spiderman realiza sus piruetas de acá para allá es cualquier cosa
menos Tobey Maguire enfundado en un disfraz. Pero posiblemente esta es una
película a la cual se le puede perdonar, en parte porque su protagonista
está usualmente asociado a la animación y los videojuegos, pero también
porque en la base de su esencia está la inverosimilitud.
A
pesar de las palabras de Sam Raimi en donde aseguraba que aquello que más
le interesaba resaltar del superhéroe era su lado humano y su
cotidianidad, lo cierto es que el enfoque realista no es una opción, ya
que de ser así un tipo vestido de forma tan ridícula mientras se dedica
a salvar a la población de los malos resultaría grotesco y risible. Por
eso el mundo creado por Stan Lee y Steve Ditko para que fuera el entorno
de Spiderman era estilizado e irreal, con personajes excesivos y un humor
zafio (un poco como el de James Bond). En cierta manera el cine de acción
de Hollywood ya presenta estas características, con lo cual no era
necesario un gran esfuerzo de adaptación a la esencia del original. Por
eso llaman la atención ciertos ramalazos visuales del filme, acompañados
de un perceptible cambio de tono que intentan acercarse a la estética de
los cómics de la Marvel Group. Este hecho queda muy claro en las escasas
apariciones del histriónico J. J. Jameson, director del sensacionalista
periódico para el cual trabaja Peter Parker, pero también cuando la acción
se traslada a las instalaciones de OsCorp, lugar de nacimiento del malo de
la película, y en las luchas de éste con Spiderman. Se deja el tono
menos estilizado para retratar -con trazo grueso- la vida privada de Peter
Parker y de aquellos que le rodean. La película mezcla géneros,
registros y texturas visuales sin decidirse por un camino concreto,
creando en cierta medida un pastiche desconcertante.
Por
lo demás, nada reseñable. El superhéroe interpretado por Maguire
responde a lo que se espera de él. Y aunque en un principio la historia
parece apuntar hacia una interesante reflexión sobre las apariencias
(sobre todo en el plano físico y sexual) y la importancia de éstas en
una sociedad dominada por la mediocridad de la gente, en seguida esto se
diluye para dar paso a la pirotecnia y la acción más pura.
Jordi
Codó
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SPIDERMAN
Título
Original:
Spider-Man
País y Año:
EE.UU., 2002
Género:
ACCIÓN
Dirección:
Sam Raimi
Guión:
David Koepp
Producción:
Columbia Pictures Corporation, Sony Pictures Entertainment
Fotografía:
Don Burgess
Música:
Danny Elfman
Montaje:
Arthur Coburn, Bob Murawski
Intérpretes:
Tobey Maguire, Willem Dafoe, Kirsten Dunst, James Franco, J.K. Simmons,
Rosemary Harris
Distribuidora:
Columbia-Tristar Pictures
Calificación:
Todos los públicos
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