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Dos
películas parecen competir en estos días de fin y principio de año,
auspiciadas por una fuerte promoción publicitaria y por unos espectadores
que antes han sido compulsivos lectores y ahora andan deseosos de ver en
pantalla lo que otrora su imaginación fraguó al socaire de la lectura.
Aquí está unos de los riesgos a correr cuando se intenta filmar un
argumento apreciado o valorado expuesto antes por la escritura: las
comparaciones (dicen que siempre son odiosas) entre el texto literario y
el texto fílmico son inevitables y a la vez engañosas, por cuanto que lo
que se escribe sugiere el despertar de la imaginación y lo que se ve en
imágenes incita más bien a la connotación de otros discursos
reflexivos.
Digo
esto porque curiosamente, en estos días nos hemos enfrentado a dos películas
que se diferencian precisamente por la inteligencia con que han sido
adaptadas de sendas obras literarias y cuyas premisas de calidad artísitico-literarias
resisten mucho el ejercicio de comparación: la obra de Rowling, que me
parece literatura light,
deficientemente infantiloide, de lectura facilona y la ya obra cerrada de
Tolkien, de lectura apasionante, de imaginación desbordada, de elevado
nivel cultural y de hondo y soterrado discurso.
Ambas
obras literarias has dado lugar, con la poderosa ayuda financiera de las
grandes productoras, a dos filmes que no son comparables: Harry
Potter y la piedra filosofal, una cinta comercial que no remonta el
vuelo del arte y un filme mediocre que rezuma la sospechosa filosofía del
oscurantismo, de la exaltación del poder y del éxito, del maniqueísmo y
de hasta cierto racismo. Por el contrario, El
Señor de los Anillos es una película muy lograda artísticamente,
que a la vez realiza un severo discurso de hondas raíces humanistas. El
primero, en su intento de seguimiento estrechísimo de todo lo que narra y
describe el libro se queda a medio camino en ambiciones, desperdiciando,
en su conjunto, las inmensas posibilidades que el medio cinematográfico
ofrece. El segundo, sin guardar estricta literalidad al libro, conserva el
espíritu propio a la obra de Tolkien: una verdadera saga reflexiva sobre
la condición humana a través de simbolismos y desbordada imaginación,
que bebe sus aguas de los prístinos manantiales de la literatura
anglosajona, como fueron las leyendas artúricas o el material del que se
valió Wagner para escribir sobre otro anillo. Tolkien añadió, muy
camuflados, elementos bíblicos y una filosofía propiamente cristiana (no
en vano fue un católico convencido) como son los temas de la vocación,
el ideal del servicio a los otros o la aceptación del
sacrificio o la propia inmolación. Paro además, el profesor de
Oxford, que dedicó gran parte de su vida a la confección de esta obra
literaria, añadió toda su sabiduría sobre mitología griega y céltica
y todos sus conocimientos de lenguas extranjeras, vivas y muertas.
En
tres años consecutivos veremos la obra completa del novelista inglés
filmada por el australiano Peter Jackson, que ha rodado simultáneamente
en bellísimos y casi increíbles exteriores de Nueva Zelanda. No es cosa
aquí de contar un argumento que de
por sí es muy largo y prolijo: pero el mismo filme en su transcurso se
encarga de recordar al espectador los entresijos de éste (hay varios feed-back
en la primera parte de la película para redirigir la atención del
espectador). Viendo el filme y gracias a un guión muy bien trazado, el
espectador sigue con interés creciente en variados clímax y anticlímax,
una larga aventura que se interrumpe casi a las tres horas y deja al
espectador con deseos de ver su continuación.
El
Señor de los Anillos
se sitúa en una época antigua, casi primigenia, pero como toda obra de
arte que se precie, a través de su belleza, retrata las cuitas y
desdichas de los hombres de hoy. Su corrupción y caída por obtener el
poder, las tentaciones que éste provoca y la violencia que por su falta o
mal uso produce. A la vez es un canto al sentido del deber, a la fidelidad
a la conciencia, a la lealtad en la amistad, a la capacidad de sacrificio.
Pese a que en este tipo de historias la presentación maniquea de los
personajes es muy corriente, aquí por mano de Tolkien y respetado por su
director Peter Jackson, tal separación radical entre el bien y el mal
existe, pero fuera de sus protagonistas: estos se debaten entre las dos
fuerzas, de modo que los hombres y los hobbits aparecen como somos todos en la vida: con el corazón
dividido entre bien y el mal, debatiéndonos entre la elección del bien y
la tentación al mal.
¿Quién
podía esperar del realizador que empezó con Mal gusto y otras películas gore,
Peter Jackson, el esplendor de este filme? Porque esta entrega primera
de El Señor de los Anillos
constituye una verdadera sorpresa para muchos espectadores exigentes que
podrían pensar que el filme sería uno más del género fantástico,
donde la voluntad de primar la fuerza de los efectos especiales borraría
la línea clara y bien trazada del horizonte bien definido de una obra
estimulante. Lo que el espectador ve es precisamente eso: el claro empeño
y decido proyecto de realizar una obra
coherente, seria y divertida a la vez, con conjunción de los intereses
comerciales y artísticos y que junto al deslumbramiento de su
espectacularidad no pierde de vista lo íntimo, lo lírico y lo personal a
través de un adecuado discurso.
Todos
sus elementos técnicos y artísticos están al servicio de este discurso:
su potente plasticidad estética nunca cansa, al contrario, sorprende
continuamente: arquitecturas oníricas, paisajes soñados, criaturas
imposibles aparecen soberbiamente fotografiados. El casting
de actores anda a la vez muy adecuado al elenco de sus personajes donde
destaca sobre todo Ian MacKellen en el papel del mago Gandalf. Eljah Wood,
al menos en esta entrega no da empero la altura del personaje que encarna:
quizá se deba a su juventud. Una música con resonancias célticas y
wagnerianas y las dulces y ensoñadoras melodías de Enya hacen aún más
atractiva, si cabe, ésta más que hermosa película que devuelve al cine
algo que nunca debe perder: espectáculo, emoción, arte y reflexión.
José
Luis Barrera |
EL
SEÑOR DE LOS ANILLOS
Título
Original:
Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring
País y Año:
EE.UU., 2001
Género:
FANTÁSTICA
Dirección:
Peter Jackson
Guión:
Philippa Boyens, Peter Jackson, Stephen
Sinclair, Frances Walsh
Producción:
New Line
Fotografía:
Andrew Lesnie
Música:
Howard Shore, con canciones de Enya
Montaje:
John Gilbert, D. Michael Horton, Jamie
Selkirk
Intérpretes:
Elijah Wood, Ian Holm, Ian McKellen,
Christopher Lee, Billy Boyd, Liv Tyler, Cate Blanchett
Distribuidora:
Aurum
Calificación:
Todos los públicos,
luego modificado a Mayores 13 años.
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