KANZO
SENSEÏ (DOCTOR
AKAGI)
Kanzo
Senseï (Doctor Akagi)
de
Shoei Imamura
Interpretada
por
Akira
Emoto, Kumiko Aso, Juro Kara y Masanori Sera
Guión:
Shoei
Imamura, Ango Sakaguchi y Daisube Tengan
Estreno
en España:
Canal
+.
Un
año después de haber ganado la Palma de Oro en el festival de Cannes 97
con La anguila, por lo que
entraba a formar parte del selecto y reducido club de los que han ganado
el citado premio dos veces (Francis Ford Coppola, Billie August, Emir
Kusturica), Shohei Imamura presentó, fuera de concurso, Kanzo
Senseï que suponía una continuación tanto de sus planteamientos
narrativos como de la perspectiva adoptada frente a ellos. Recuerdo, pues,
que La anguila era una historia imprevisible, y por lo tanto
sorprendente, que desconcertaba al espectador porque lo que empezaba
siendo un espeluznante drama, en el que un marido celoso asesinaba
brutalmente a su mujer y a su amante, acababa siendo una comedia, por
momentos surrealista, para finalizar con una celebración de la lucha por
la supervivencia por parte de personajes solitarios y marcados por una
existencia herida. Kanzo Senseï
no juega, a lo largo del relato, con el cambio de tonalidad, sino que
busca desarrollar una historia ante un aparente caos narrativo, que, sin
embargo, no es más que la demostración que Imamura, director
septuagenario, busca reivindicar la libertad creativa.
Kanzo Senseï
es una historia emotiva que nos cuenta las vicisitudes de un médico rural
entregado por entero a su causa y que trata, en lo que se convierte en un
quijotesca empresa, de investigar y combatir una plaga de hepatitis, que
asola a la nación nipona, provocada por la desnutrición y la falta de
sanidad, consecuencias directas de la
contienda bélica que libra Japón (estamos en los preludios de los
bombardeos de Nagasaki e Hiroshima). Lejos de tratarse de un relato
exclusivamente épico, la desesperada lucha del protagonista, el doctor
Akagi, siempre equipado con su maletín y corriendo de un paciente a otro,
sin dar lugar al reposo, está vista con cierta comicidad, la misma con la
que, por ejemplo, los habitantes de los pueblos se toman su constante
tendencia a diagnosticar hepatitis, lo que les lleva a conocerle como el doctor hígado. Pero, la sacrificada pugna del doctor Akagi, con el
que, según declaraciones del propio Imamura, el director homenajea a su
padre, también médico de profesión, se extiende al estamento militar,
desde donde se cuestionan las recomendaciones que el protagonista hace a
sus pacientes, ya que les aconseja descanso y una buena nutrición,
condiciones imposibles de cumplir en un país en crisis y que necesita de
su población civil para resistir una guerra más que perdida.
A
mi modo de ver, lo más destacable de la película es la decisión de
Imamura de alejarse del tono crepuscular, del poso de amargura propio de
este tipo de historias, y de una estructura rígida y calculada lista pera
desembocar en la tragedia. Kanzo
Senseï opta por una estructura libre, en la cual, sólo
aparentemente, impera el caos y la dispersión, provocando, a veces, la
confusión de una forma premeditada y plenamente asumida por el propio
director. A diferencia de lo que sucede con otros directores como, por
ejemplo, Angelopoulos, el director de La
balada del Narayama opta por unas tonalidades propias de un agradable
cuento infantil, puesto en escena por cierta mirada naïf y contrapunteado
por una banda sonora de aires jazzísticos que se ajusta a la perfección
a las imágenes.
Lo
que, en definitiva, podría haber supuesto un cajón de sastre se
convierte en un ejercicio de verdadera libertad creativa y en una
arriesgada propuesta narrativa, que demuestra el inconformismo y la
voluntad de experimentar, lúdicamente, que tiene Imamura con su trabajo.
A partir del desconcertante caos estructural, de la mirada desenfadada,
transparente y serena de su director, y del trazo cómico de los
personajes, Kanzo Senseï se
erige en una obra magistral, que conjuga con admirable habilidad
diferentes registros a lo largo del relato. Citar, por ejemplo, la mágica
escena en que se organiza un improvisado laboratorio en casa del doctor
mediante un microscopio de segunda mano y una lámpara de carbón
utilizada en un proyector de cine, o el desbordante erotismo de la escena
final, o momentos de profunda tristeza, como cuando se le anuncia al
protagonista la muerte de su hijo, que ejerce de doctor en el frente, etc.
Da
la sensación que con esta película, que vendría a ser el preludio de lo
que anteriormente se nos contó en Lluvia
negra, Imamura se permite hacer lo que le venga en gana, logrando,
además que su arriesgada propuesta resulte ser una obra, a pesar de su
aparente ligereza, con una enorme fuerza cautivadora, que recorre el
trayecto que va del hedonismo al nihilismo, que pasa de la caricatura más
simpática a la reflexión más amarga.
Nota:
Para todos aquellos que no hayan podido ver Kanzo
Senseï informar que se emite durante estos meses en Canal +.
Josep
Carles Romaguera
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