UNA
HISTORIA (rota)
DE
SILENCIOS (de entonces)
Por
Mr. Arkadin
Se
confunde muchas veces la persona con el cineasta, aunque las
excepciones existen. Buñuel, por ejemplo, como persona era en su
vida un retrógrado de mucho cuidado. Los críticos y estudiosos hablan
del liberal Buñuel. Su cine es lo contrario. Casi, casi es lo que ocurre
con Hitchcock, que tantas cosas tiene en común con el aragonés. En ambos
se produce la dispersión personal, la presencia de la doble personalidad:
lo que es y lo que se piensa (o desea). No son los únicos casos de
realizadores en los que se refleja el personaje de Stevenson. Ahí está
el cine de Antonioni o de Fellini arremetiendo contra una sociedad... en
la que tan a gusto viven (o vivían) sus autores. Y a ellos se les respeta
y se trata con bondad su obra (más la de Fellini que la de Antonioni).
Mientras
a ciertos artistas se les perdona lo que son por lo que hacen, a otros se
les canta siempre las cuarenta... en bastos debido a los vaivenes de su
vida “pública”. ¿Por qué esa disparidad de criterio? Simplemente
porque al ser humanos tenemos nuestras fobias. Ellas nos ciegan frente a
algo que probablemente tiene valor. En este artículo voy a plantear esta
disparidad de criterio, aludiendo a dos películas españolas, bastante más
parecidas de lo que parecen, debidas a dos realizadores muy diferentes: You´re
the one (Una historia de
entonces) de José Luis Garci y Silencio
roto de Montxo Armendáriz.. Esa crítica llamada de izquierdas (¿existe
esa rara “nominación” entre gente agazapada ante intereses
comercialistas?) arremetió, como era de suponer, contra el filme de Garci
y ensalzó la última película de Armendáriz, algo también previsto,
pero, en general, lo hizo basándose en datos ajenos a lo que ofrecen y
expresan ambas obras. Naturalmente se considera que Garci se encuentra
vendido al poder mientras que Armendáriz sigue siendo un artista
“comprometido”. Independientemente de la verdad (siempre sujeta a
error) de esos decires, ni la peli de Garci es tan mala ni la de Armendáriz
tan buena. Incluso, si asistiéramos a una velada pugilística el filme de
Garci ganaría ampliamente al de Armendáriz.
Y
vaya por delante que no soy ningún entusiasta de la obra de Garci. No me
interesa su cinefilia, su afán de imitar modelos clásicos
norteamericanos. Eso sí, admiro su afán por realizar un cine a
contracorriente, por hacer películas cada vez más impecables
profesionalmente (sonido en sus diversas facetas, dirección de actores,
cuidada ambientación...), aunque a veces envueltas en su sentido
demasiado anticuado (diálogos muy elaborados pero falsos, haciendo bueno
el dicho de que nadie habla en la realidad como en las películas...
americanas). Se trata, en fin, de un realizador hábil que conoce lo que
es el “cine” y sabe rodearse de excelentes técnicos. Me gustaron
cosas de Asignatura
pendiente, Sesión continua, El
abuelo... y sobre todo el
primer Crack, cuyo prólogo era
magnífico.
You’re
the one, su última película habla, en magnifico –e indiscutible-
blanco y negro, de la guerra civil española. Para ello, utiliza como
dominante de la acción la historia de unas mujeres que quieren encontrar
el presente a fuerza de olvidar el pasado. En la película hay una
historia llena de silencios: la de dos, mejor tres, mujeres. Aparece también
un niño que intenta aprender a vivir. Y unos personajes que se preguntan
qué narices hacen en ese pueblo asturiano. No comprenden lo que pasa a su
alrededor o los cambios que han tenido lugar, aunque quizás tampoco
comprendieron lo que ocurrió antes, y antes de antes; ejemplo de ellos es
el cura. O piensan en otros tiempos que expresaban una cultura que ahora
se ve ahogada; por ejemplo, el maestro. Esperanza frente a desesperanza,
color enfrentado a negrura, cultura a incultura, diálogo a silencio... El
dominio, en definitiva, de unos sobre otros: los guardias civiles
silenciosos también, pero siempre vigilando lo que ocurre, lo que se dice
(observan la proyección, por ejemplo, desde la puerta del bar) o el
alcalde que dictaminará la última palabra incluso en la Iglesia.
Al
fondo, y reflejándose en los rostros, los ecos, aún, de la guerra: unos
maquis que no se ven pero que se sienten por los tiros que se escuchan a
lo lejos, los ladridos de los perros, las lagrimas solitarias, la
“explosión” de una mujer en el bar, unas miradas perdidas, un niño
que observa, un cura que se emborracha, un maestro que trata de ser fiel a
un ayer... Unas historias de unas personas que habitan un pueblo
cualquiera del norte de España, con su escuela, su iglesia, su casa
solariega (la de la “señora” que probablemente ha “confundido”
sus ideas o ideales). Ni en las calles de ese lugar, ni en las casas nadie
habla de la guerra aún cercana. ¿Una mentira? Así, ha sido catalogada
por numerosas críticas (?), pero era la realidad de aquella España de
los años cuarenta. La guerra se “explicaba” por los miedos, los
sobrentendidos, las palabras obtusas pero nunca por concreciones, por
llamar a las cosas por su nombre. Los niños de la posguerra aprendimos
mucho de aquellos silencios que nos iban llenando el cuerpo de miedos,
hasta pegárnoslo de tal manera que era casi imposible despegarlo.
En
estas descripciones la película de Garci es más honesta y sensata que la
de Armendáriz. Bien es verdad que You’re
the one no es un filme redondo, ni siquiera excepcional. Para serlo le
sobran muchas cosas: la inclusión del personaje de los padres de Lydia
Bosch, el sorprendente disloque final del guión con la llegada al pueblo
del amigo del amor de Lydia, portador de una carta de aquél, diálogos
demasiado “espesos”, prefabricados, incluso teatrales o recitativos
(aunque bien dichos, de forma que pueden ser escuchados sin dificultad: un
lujo en el cine español actual)... Junto a esos errores e, incluso,
baches de ritmo, hay muchos aciertos: la fotografía que da el sentido de
aquel tiempo (oscura, con una pátina de tiempo pasado...), la excelente
interpretación (extraordinarias Julia Gutiérrez Caba –dando vida a uno
de los personajes más admirables del filme-, Ana Fernández, y, sobre
todo, Lydia Bosch, sin olvidar a Iñaki Miramón o al niño Manuel
Lozano), la dificultad para hacer “veraces” escenas al borde del ridículo
(la lectura que hace Lydia de la carta, algunas conversaciones entre Lydia
y el maestro, la conversación –casi monólogo- de Julia G. Caba en la
playa, siempre fumando sus puros...), y lo magnifico de algunas
secuencias, en especial el descubrimiento de la opera por parte del niño
(rodado además con un extraordinario movimiento de cámara), la despedida
de Lydia (con el detalle de la carta que deja el pequeño), la
representación teatral de la Navidad, la conversación –mientras se
acuestan-de madre e hijo...
Los
silencios de los personajes de Garci son elocuentes mientras que los de
Armendáriz son, por inverosímiles y equivocados, fraudulentos.
Lo
más curioso (y nadie lo ha dicho) es que las películas de ambos son muy
parecidas en planteamiento.
En ambas se habla de un pueblo en los momentos posteriores a la guerra
civil, donde en los montes hay maquis familiares de los habitantes del
pueblo. También la historia es contada a través de mujeres. En las dos
una mujer llega al pueblo al principio, y al final, lógicamente, tiene
lugar su marcha. Hay, igualmente, un niño que aprende a vivir. Incluso
salen guardias civiles, mandamases y se siente el miedo en los habitantes
de ambos pueblos, desde los que se escuchan los tiros y se temen las
batidas de la Guardia Civil.
Hay,
en los dos títulos, discrepancias narrativas y estéticas, incluso se
plantea una “visión” diferentes sobre la manera de encarar ambas
poblaciones. Más real es, sin duda, la visión de Garci. Es increíble un
pueblo, posterior a la guerra civil, en el que, no haya más que un niño...
Armendáriz así lo presenta. Jóvenes es difícil que existieran en las
poblaciones, pero niños sí había (hoy no, por supuesto). Tampoco es
presumible ver un pueblo donde los habitantes, en general, independiente
de la época del año que se muestre, no tienen otra ocupación que la de
pasear. Y no digamos del escaso peso (apenas entrevisto) que el realizador
concede a la presencia del sacerdote (cuando era una de las fuerzas vivas
y dirigentes en aquellos momentos). Podemos pasar por alto la presencia
del alcalde, ya que se presume que es –aunque no se diga- el mandamás
del pueblo, paralítico, tío de la protagonista...
Por
supuesto que Silencio roto es
fiel a la forma de hacer de su director, incluso toma algunas referencias
temporales ya utilizadas en otros filmes: el paso del tiempo dado por el
giro de la rueda de la bicicleta es idéntico al giro del aro en Tasio. El punto de vista de un personaje (al igual que hiciese en la
acertada Secretos del corazón)
es el centro sobre el que gravita la narración, en este caso la chica que
llega. Su mirada intenta ser la receptora de toda una realidad que la
envuelve y desconoce Lo que ocurre es que la forma de mostrarse ese cambio
o sentido es erróneo desde la propia narratividad de la historia: ¿cómo
admitir el paso continuado y sin problemas de la mujer del pueblo a las
montañas?... Además, en muchos momentos parecemos asistir a una típica
película de buenos y malos (que siempre suelen ser malísimos, reflejándose
su malignidad de forma muy primaria: actitudes, rostro....) con el
consiguiente y peligroso maniqueísmo, también presente en los propios
maquis. Hecho este último que implicaría una lectura actual de la película,
presentando no sólo la disparidad de criterios de la izquierda, sino la
necesidad o no de una lucha armada como forma de lograr la “libertad”
del pueblo. Habría que preguntarse, en este sentido, hacia donde
realmente parece desplazarse (desde el hoy) el sentido o sin sentido del,
hasta el momento, último filme de Armendáriz.
Resulta
muy forzada la presencia de la mujer del sargento (humano, no faltaba más)
de la Guardia Civil, un reflejo de la propia protagonista, y cuyo marido
debe morir, al igual que la pareja de la protagonista (algo que entra
solamente dentro de la lógica del director). Lo abierto de la delación
final (aunque sobrentendido) entraría más de lleno en la lectura de la
película como un reflejo (tal como se ha dicho antes) del hoy y de
ciertas circunstancias que padecemos, que de una historia de
“entonces”.
Los
símbolos que la película utiliza me parecen exagerados al máximo. Citaré
el nacimiento de la niña como reflejo de esperanza (¿quizás represente
a una nueva y joven España?), el niño que se apresta a odiar (repetición
de los actos de otros) o el más ingenuo de todos (inexplicable en un
director de la talla de Armendáriz): el arco iris que vemos formarse al
final mientras la protagonista se va del pueblo (nueva insistencia en el
mañana, en el cambio, en el vislumbrar la esperanza en el futuro).
Hay
escenas mal resueltas, como la del aceite de ricino (¿acaso salida de la
brillantez del Amarcord de
Fellini?) o el primer encuentro de la pareja en la montaña.
Pero,
además, existe sobre todo un error de bulto: la estética que el director
aplica al filme. ¿Cómo es posible que una historia tan “oscura” como
la narrada sea rodada por medio de una foto de impecable y bella factura?
¿Cómo las imágenes tan cuidadas pueden tratar de reflejar el ambiente
opresivo en el que se vive? Una fotografía que en si traiciona todo el
sentido de la historia. No sé la razón, pero en más de un momento de la
proyección, me vino a la memoria la equivocada Tierra
y libertad de Ken Loach. Tanto en una como en otra la idea queda
comida por el erróneo planteamiento narrativo y formal al que ambos
realizadores someten a sus películas.
You’re
the one pertenece a la mala cosecha del cine español de los 2000. Por
eso es lamentable su mala acogida por cierta parte de la crítica. Un año
en el que solamente hubo una obra destacable y algunas –muy pocas-
interesantes, entre ellas hay que citar sin duda la de Garci (y que,
incluso, incluí sin el mayor reparo entre los mejores estrenos del pasado
año). La de Armendáriz pertenece a la cosecha del 2001 del cine español.
Por lo que llevamos visto hasta ahora promete ser peor que la del año
anterior. Vamos progresando.
Como
alguno se quedará con las ganas de saber cual es –para mí- la película
más notable del 2000 en el cine español, pasaré a decirlo. Y lo hago
con retraso, ya que no había tenido ocasión de verla hasta hace unos días.
Se trata de Leo de José Luis
Borau. Un ejemplo prodigioso de hablar del hoy (la mentira, la basura en
la que vivimos, la manipulación...) desde la sugerencia y la metáfora
integrada en la historia (los camiones que recogen basura, los submundos
casi oníricos en los que viven los personajes...). Una lección de cine
que tampoco parece haber sido comprendida por muchos críticos, y que es
una de las grandes obras de José Luis Borau junto a aquella, ya perdida
en el tiempo, Hay que matar a B... Leo, You’re
the one y El bola son los tres mejores títulos españoles del año 2000. Y
también una pequeña sorpresa, la primera película de Córdoba Aunque
tú no lo sepas.
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