El
cine chino es mirado en Europa con la lógica del exotismo. Nos parece
algo que puede saciar por un momento nuestra curiosidad casi turística
pero por su extrañeza para el espectador occidental lo vemos como algo
ajeno, algo extraño a nuestra sensibilidad. Bajo la etiqueta de oriental,
empaquetamos entonces todo lo que de aquella lejanas y amplísimas
tierras nos viene: entre la morralla que llega a la pantalla europea (películas
de monstruos y cataclismos, filmes de kung-fu,
kárate y paródica violencia) se esconden auténticas joyas cinematográficas,
de la más alta sensibilidad y más sublime pensamiento labradas por
artistas-cineastas que nada tiene que envidiar a los más reputados
autores cinematográficos occidentales.
Uno de estos
cineastas es el chino Zhang Yimou, que
se dio a conocer en Cannes con su Sorgo Rojo, y que con constante
periodicidad casi anual, nos obsequia con películas que irradian sabiduría,
belleza y poesía en una cartelera de cine muchas veces astragada por la
rutina, el interés comercial y la ramplonería. Todavía está en cartel
en muchas de nuestras ciudades su lírico y bello último filme “El
camino a casa”, que parece mimética continuación de su anterior
obra, ésta que aquí se comenta: la misma remota aldea, la misma mísera
escuela, los mismos humanos personajes.
Ni qué decir
tiene que este tipo de cine no es el que habitualmente se produce en
China. El burocratizado gobierno chino, que promociona todo cine de evasión
o de propaganda de su régimen, permite
que Zhang Yimou
y otros grandes cineastas realicen estos filmes para que se exporten a
Europa en una operación de prestigio de su impresentable estampa política.
Pero la procesión va por dentro: Zhang Yimou y otros grandes cineastas
sufren una implacable, callada y feroz persecución por parte de la férrea
censura del gobierno chino que ve con gran incomodidad lo que se ve
y se expresa en toda su filmografía. Películas como La
semilla de crisantemo, Quiu- Yu
una mujer china, Vivir o esta dos últimas antes citadas nos enseñan
el carácter de un autor consecuente, comprometido social y políticamente
y enfrentado a las maneras políticas del gobierno de su país. Bajo la
apariencia de una delicada belleza de imágenes y de un vibrante lirismo
de las situaciones, en la obra cinematográfica de Zhang Yimou late una
clara y decidida voluntad de
reforma social y una vibrante reivindicación del respeto a los derechos
humanos tan pisoteados: los de la educación, los de la mujer, los de la
libertad personal. Los de la conciencia frente al aparato del estado o los
de la libre expresión de pensamiento.
Ni uno más
narra la historia de una adolescente, que no ha pasado de sus estudios
primarios, contratada para sustituir al maestro titular, ausente por
atención a su madre muy enferma, en una pequeña y mísera escuela rural.
El maestro le previene, ante las numerosas bajas escolares, que no permita
que ningún niño deje de ir a le escuela. A la muchacha le cuesta muchísimo
poner en un poco de orden a sus alumnos, sobre todo porque además hay un
revoltoso alumno que los revoluciona a todos. Las tareas propias
escolares, aprender a escribir y a contar son casi descuidadas. Pero un día
el alumno travieso falta a
clase: se ha ido a la ciudad, enviado por su pobre familia, para encontrar
un trabajo. La maestra adolescente no lo piensa dos veces: deja sus
alumnos en el pueblo y se marcha a buscarlo, revolviendo toda la ciudad
para encontrarlo.
Cada película que
hace Zhang Yimou suele mostrarnos una diferente forma creativa: si en El camino a casa se
andaba con paso de melodrama lírico, en Ni
uno más se deambula lo
largo del filme con pies neorrealistas. Zimou intenta mostrarnos la
realidad por medio de una historia ficticia con elementos reales, algo muy
parecido a lo que ya hacía el gran Roberto Rossellini. Los actores son en
su mayoría interpretados por los mismos personajes que representan: por
ejemplo, el alcalde es el mismo que gobierna el municipio en la vida real,
el edificio de la escuela se nos muestra con toda suerte de detalles para
exponernos su decrepitud y extrema precariedad -¡esa tiza racionada!-.
Muchas escenas en la ciudad se rodaron con cámara oculta como el mismo
espectador puede advertir: planos del niño hambriento por las calles
urbanas, donde –como contará el director en una entrevista- la gente le
daba de comer sin advertir que el niño estaba fingiendo, la muchacha a
las puertas de los estudios de la televisión, etc. La mismo espontaneidad
de los niños en la escuela es prácticamente improvisada, no hay un
forzamiento para una puesta en escena y casi no hay un plano con
continuidad, dado lo imprevisible
de la conducta de los pequeños alumnos. Lo mismo ocurre, por ejemplo, en
la poética escena de la degustación de la coca-cola. Igualmente hay una
decidida voluntad de no transformar estéticamente la escenografía: la
misma escuela o el increíble -por austero y humilde- despacho del
director de la televisión. Todos estos elementos incrementan la frescura
del film y desprenden una gran sensación de estar contemplando el
incontaminado y maravilloso espectáculo de la vida y compartiendo el
emocionante sentimiento de la solidaridad con los más sencillos: algo en
el fondo muy evangélico, y no en balde quizá
la historia nos recuerde aquella bella parábola evangélica de las
noventa y nueve ovejas seguras en el redil y el pastor que se va a buscar
a la oveja perdida.
Quizá el final de
Ni
uno menos adolezca de ser algo complaciente -la solución del
conflicto nos parece algo socorrida- y se escore peligrosamente
hacia el melodrama fácil y lacrimógeno y el simbolismo ingenuo, aunque
lleno de gratificante sentido y esplendente belleza (la secuencia final de
las tizas de colores) pero globalmente el filme está tan llenos de
aciertos que se puede ser indulgente con estos leves defectos.
En el film de Yang
Zimou se nos ofrece también un nuevo retrato de mujer que sigue la
constante de toda su filmografía: esta adolescente no difiere gran cosa
de las otras heroínas (hay que llamarlas así: nunca mejor dicho) de sus
películas. Son mujeres fuertes bajo la apariencia de fragilidad, de
pensamiento libre e indómita libertad, que sin ninguna clase de
idealismos (nuestra protagonista, por ejemplo, se empeña en buscar a su
alumno perdido en parte porque quiere cobrar el dinero prometido) que se
embarcan en las más arriesgadas y duras acciones para sobrevivir, para
conseguir sus metas propuestas. Frente a la secular marginación femenina
de su país, la propuesta no puede ser más reivindicativa. Estas mujeres
además son magistralmente dirigidas de modo que este cineasta chino no
tiene que envidiar nada a George Cukor, el maestro americano de la dirección
femenina.
No cae Yimou en la
presentación de fáciles soluciones: desde un país de dictadura
comunista no piensa que es occidente y su capitalismo feroz la panacea de
los males de su país. La secuencia de la visita de los niños al
supermercado es en este caso ilustrativa, no solo de la ideología
de este director sino del tratamiento fílmico que realiza en su cine: por
una parte se nos muestra el asombro y al admiración por el gustoso sabor
de las dos coca-colas que los niños ¡tienen que compartir entre veinte!;
por otro lado hay una especie de sorna en la misma presentación escénica,
como indicándonos que no es echándose en los brazos del capitalismo y su
estúpido consumismo como se puede arreglar una sociedad sin libertad.
Un
moderno y progresista discurso sobre el tema de la educación se
desarrolla igualmente a lo largo de todo el filme. Este acaba con unos rótulos
que avisan que en China, a lo largo de cada año, el absentismo escolar
por problemas económicos de las familias alcanza a más de un millón de
niños. Ni
uno menos (de ahí el título) reivindica la importancia de la
escolarización infantil. Pero no la escuela por ella misma: la educación
debe estar unida a la misma vida y ésta debe ser la mejor escuela. La
motivación de adquirir conocimientos, saber y cultura debe nacer de las
misma necesidades de la vida. Así, se nos muestra como los niños y la
maestra obvian los deberes puntuales escolares: copiar largos textos de la
pizarra, cantar los propagandísticos y triunfales cantos patrióticos que
contradicen la dura realidad de la vida. La necesidad es lo que da sentido
y motivación a la enseñanza: los niños aprenden matemáticas para saber
cuánto dinero tienen que recoger para sufragar el viaje de la maestra a
la ciudad o se llenan de feliz satisfacción al poder plasmar con la
escritura lo que sienten al escribir con tiza de colores sus pensamientos
en la pizarra.
José
Luis Barrera. |
Not
one less.
Nacionalidad:
China, 1998.
Director:
Zhang Yimou.
Guión:
Shi Xiangsheng.
Fotografía:
Hou Yong.
Música:
San Bao.
Producción:
Zhao Yu.
Distribución:
Columbia.
Intérpretes:
Wei Minzki, Zhang Yong.
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