La
anterior película de Nolan era desconcertante. Su Memento
era más bien un juego, tan hábil, que vendía como original y bueno
lo que no era sino discutible y rodado con técnica de videoclip. Algo hoy
muy en moda, sobre todo después del éxito de las películas de David
Fincher (con Seven a la cabeza).
Una moda como cualquier otra. Por otra parte, la técnica de spot
publicitario de cualquier tipo o de “conocimiento” de canciones, viene
ya siendo utilizada hace tiempo, desde que se adelantara a ella (fracaso
incluido) con ¡Qué noche la de aquel día! un tal Richard Lester. Él no procedía
de ese mundo (del campo de la publicidad) pero supo crear un estilo en
cine. Lógicamente sólo servía para aplicar el sistema a unas
determinadas películas rompedoras como The
Knack o las interpretadas por The Beatles. De ahí lo discutible de
“su” Petulia. Pero, claro,
una cosa es Lester (irregular pero con películas logradísimas), y otra
los realizadores que llegan al cine procedente de “esa” actividad. Los
hermanos Ridley y Tony Scott son el más claro ejemplo (y no brillante). Y
entre los imitadores habría que citar algunas de las alucinadas obras del
señor Oliver Stone.
Pues
bien, Nolan en Memento, su debut
cinematográfico, jugaba al
montaje rápido evitando que se vea “algo” de forma nítida y, como
elemento original, narrar la historia al revés; de atrás a adelante. No
como flashback y sí como
recuerdos inscritos en la piel del protagonista (como si fuera el
personaje de la novela de Bradbury “El hombre ilustrado”). El género
en el que bebía la película era, más o menos, el policíaco. La
desorientación, sorpresa o enfado que nos transmitía el filme hacía
esperar su próxima obra para ver lo que era capaz de darnos. Su segunda
obra ya está aquí… Y, demuestra (como se intuía), que el señor Nolan
es un alumno aplicadito, pero poco más. O sea que Insomnio,
con su apariencia
de filme trascendente e importante (como Memento)es
una simpleza repleta de buenas intenciones, deudora de numerosas películas
y sobre todo envuelta con una insoportable capa moralista.
La
acción transcurre en Alaska, donde, por arte de magia, se trasladan dos
policías de L. A. para investigar el crimen de una jovencita. No se
entiende muy bien la razón de esa presencia, ante un simple crimen, de
dos policías de otro distrito. No basta con afirmar, como se dice en el
filme, que se les ha intentado alejar de su ciudad al estar (ambos)
perseguidos por actividades delictivas. O sea investigados por los compañeros
(“vosotros sois como funcionarios
que nunca os metéis en el peligro”, dice más o menos por teléfono
el personaje interpretado por Al Pacino a un agente de servicios
internos).
Surge
el doble drama, luego convertido en triple, ¿o quizá sea un triple drama
pasado a cuádruple? Por un lado ambos policías “desterrados” se
enfrentan entre sí. El más joven está dispuesto a declarar la verdad,
lo que lógicamente va a fastidiar al policía que interpreta a Al Pacino.
¿Por qué? Simplemente porque él tiene un buen “olfato”. Sabe
enseguida quien es el criminal en cada caso. Todos los ha solucionado. ¿Cómo
lo logra? Poniendo pruebas falsas, que sirvan de acusación para el
“presunto” asesino, al que (sea o no) se le va a cargar con el crimen.
Pero, que conste, es un gran y se supone que honrado policía. Sus
problemas de conciencia ante el deseo de asesinar a su amigo... aunque no
se atreva a hacerlo (caso del personaje de Farley Granger en la
inconmensurable Extraños en un tren:
su mujer debe morir, para así poder casarse con su novia actual, pero él
no puede hacerlo aunque lo desee) produce una crisis de conciencia que ya
se encontraba latente.
Nada
mejor que plantear esa crisis en un paraje “con niebla” (y ahora se
entiende la razón por la cual la película se desarrolla en Alaska): una
niebla que debe traspasarse para llegar a “ver”, pero donde, a la vez,
el sol nunca se pone y la luz, ya se sabe, es la verdad, lo que impide
dormir al pobre Al Pacino (de ahí el título “simbólico” de Insomnio):
la metáfora acompaña a la realidad. Una y otra intentan formar un todo.
El espacio solitario, inhóspito de Alaska es una representación del
propio estado de ánimo del protagonista, de su enfrentamiento personal.
Pero... ahí surge uno de los máximos errores del filme: la disociación
entre el espacio real y el simbólico, el enfrentamiento entre ambos
mundos o la relación entre ellos. Cuando sorpresivamente aparece en
escena el asesino de la chica ambos mundos tienden a confundirse. Se
explicita el mismo Al Pacino en la figura del asesino. Ambos han matado
sin querer hacerlo, por una autodefensa o una reacción brusca ante un
hecho: una mujer que se ríe de la impotencia del escritor o un compañero
que anuncia al policía que va a declarar sobre lo que quiere saber el
departamento de asuntos internos. En ambos personajes actúa el
remordimiento a través de un insomnio que les atenaza.
De
ahí que, en la identidad de ambos personajes, uno supone lo que el otro
hace. Las trampas que mutuamente se van poniendo para evitar ser cazados o
para escaparse de su propia presión. Todo en apariencia muy profundo. Un
cine de honda raigambre psicológica, pero que va haciendo agua al no
saber unir ambos mundos, expresar su identidad-relación. No resulta
convincente, queda dicho, la llamada del asesino, adivinando los
movimientos del que le busca, lo que está haciendo cuando “no
tiene posibilitad de verle”. Pasando, además, como es normal, su
llamada a través de la propia línea del establecimiento hotelero en el
que se encuentra Al Pacino.
En
los dos personajes, en sus actos, parece inquirirse lo mismo: ¿ellos, a
pesar de todo, no han sido las victimas de un sistema? ¿Es que no saben
quien es el maltratador, el asesino? Ambos seres aparecen, incluso, unidos
por sus oficios: un escritor local de múltiples novelas policíacas, un
policía que ha descubierto, sin tardar, al culpable de todos los
asesinatos en los que ha intervenido. ¿Es que no importa que el escritor
ayude a la chica o que el policía haya resuelto los casos de asesinato?
Su forma de hacerlo, de esconder unos y otros las pruebas, acceder a un
juego para cortarlo en el momento preciso, es, para ellos, adecuada. El
fin justifica los medios, pero... la culpa siempre de una u otra manera
aflora.
El
drama de un ser dividido e insomne se une a la voluntad de resolver el
caso de una joven policía local, admiradora del “listo” policía. Se
conoce todos los casos, y ella, con la ayuda de –suponemos- la
providencia, va atando cabos y descubriendo la realidad que trata de
esconderse. La justicia siempre termina por triunfar ¿o no? La chica
buscando otra cosa descubre un periódico que trajeron los dos policías
de L. A. Casualmente ha caído
detrás de un mueble que hay en la comisaría (una de las muchas
ingenuas trampas de un rocambolesco guión). En primera página aparece la
investigación de asuntos internos. ¿Entonces...? Las cosas no están
claras. En el doble enfrentamiento final entre ambos (e idénticos)
asesinos con la policía se llega a la destrucción de ambos (se matan
mutuamente como era de prever). La policía comprende lo que Al Pacino le
da a entender. La muerte de su compañero fue casual. La chica ha
descubierto una de las balas disparadas en la persecución del asesino (¿cuántas
se dispararon? ¿No fueron varias y de distintas personas?), y que se
encuentra cerca del sitio donde murió el policía. Es el final del eslabón
para terminar inculpando a Al Pacino. Pero ahora ella, al saber de aquella
muerte casual, intenta tirar la bala, ocultarla, evitar que después de la
muerte (¿no ha pagado ya su culpa?) de un sabueso tan inteligente, se
sepa que ha sido un gran “embustero”. Antes de morir lo evita el mismo
policía, un Al Pacino, que como actor empeora a medida que el relato se
hace más complejo (al final, como le pasa bastantes veces a este actor,
sobreactúa sin poder evitarlo), impide que la chica oculte las pruebas. “Debemos
–le dice más o menos–, evitar
que haya una primera vez”. O sea que se traspase la frontera entre
el bien (que debe representar un policía honrado) y el mal (los otros a
los que se persigue). Y, claro está, la chica guarda la labor, dispuesta
a ser eficiente y honrada. El discurso moral acaba de concluir. Y que, por
favor, no quede duda alguna de la línea en la que se mueve el señor
Nolan.
Filme,
pues, bienintencionado, pero repleto de secuencias cuando menos absurdas.
El disparo de Al Pacino en el callejón, la conversación que desarrolla
en su habitación del hotel con la dueña del mismo (ella ha apostillado
otra de las muchas frases subrayadoras de la película: “en
este sitio sólo viven los naturales del país o aquellos que han llegado
huyendo de algo”), extraña confesión, explicativa e innecesaria,
de Al Pacino a la mujer. La conclusión es más despistante. Hay un salto
en el tiempo pero la escena transcurre en la misma habitación. Al Pacino
se despide para terminar su periplo –o su calvario– mientras que vemos
cómo la mujer duerme... en la cama del policía.
Por
si fuera poco, de tanto en tanto el director incluye planos de corta
duración imaginados y/o reales que nos llevan a estados anteriores, a
obsesiones o neuras de nuestro culpabilizado protagonista. Juegos de
videoclipero.
El
escaso interés de la historia se ve, incluso, disminuido al comprobar que
se trata de un extraño cruce entre títulos tales como En
la cuerda floja y Sed de mal.
El policía que interpreta Al Pacino sigue los mismos métodos que
empleara Quinlan-Welles en esa última película. Pero la de Welles era
una obra maestra, briosa, mientras que la de Nolan es una película
frustrada y frustrante, engolada y repetitiva, navegando por los caminos
de un cine que quiere dárselas de moderno, cuando no hay nada detrás de
sus –si se quiere brillantes- imágenes. Una verdadera lastima.
Mr. Arkadin
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INSOMNIO
Título
Original:
Insomnia
País y Año:
EE.UU,, 2002
Género:
THRILLER
Dirección:
Christopher Nolan
Guión:
Hillary Seitz
Producción:
Alcon Entertainment, Section Eight Ltd., Witt,Thomas Productions
Fotografía:
Wally Pfister
Música:
David Julyan
Montaje:
Dody Dorn
Intérpretes:
Al Pacino, Hilary Swank, Martin Donovan, Robin Williams
Distribuidora:
TriPictures
Calificación:
Todos los públicos
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