800 balas
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En mitad de la nada

De la Iglesia ha acabado confundiéndolo todo. Muchas balas, pero disparadas al aire.El cine de Alex De La Iglesia se rige por una serie de patrones propios, hijos de la negrura y cierto regusto freak, que le otorgaron, en sus inicios, una dosis de frescura y novedad a aquella entidad parapsicológica llamada cine español. Podríamos hablar de pasión por los desheredados, en esta ocasión representados por una cuadrilla de stuntmen que tras la erradicación del spaghetti-western persiste en vivir del mismo modo en que lo hacía en los tiempos de oro de aquel género hoy desahuciado. Será este (sub)mundo el que deberá enfrentarse a la realidad cotidiana a partir del trayecto iniciado por un niño en busca de una suerte de figura paterna extraviada años atrás, y fruto del enfrentamiento familiar entre una madre (Carmen Maura) y un abuelo (Sancho Gracia) que sigue siendo el resto vivo del padre muerto. La novedad viene dada por la inclusión de una pauta melodramática que marca la relación triangular entre madre, hijo y abuelo (padre); novedad genérica que no había sido abordada hasta el momento por el director vasco.

Es aquí donde empiezan las inconsistencias, pues la conjugación entre dos mundos, que se traduce en la hibridación genérica, no acaba sino produciendo una arritmia galopante y enfermiza. Hay un mal ensamblaje de los dos bloques del filme: el primero relativo al mundo inventado por los desafectos a una realidad que nada les puede ofrecer, y el segundo relacionado con el mundo de la madre, entre los despachos de alto copete y la compraventa a gran escala. El trayecto entre las partes se camina mal, la soltura para desenvolverse en un marco propio no se adapta a un espacio que le es ajeno. Hay un grave problema en el avance narrativo de una historia que acusa en exceso su duración, cuando se atisba que hubiera podido ser mucho menor. Tal vez la dificultad de sumergirse por vez primera en un género poco transitado en su filmografía le obligue a cruzar el mismo sendero demasiadas veces, dejando el atajo de la síntesis en un recodo, y optando por el trayecto fácil de la reiteración (las relaciones entre los tres afectados quedan excesivamente remarcadas, por ejemplo).

Pero el mayor disgusto, y para mí lo es, es ver cómo en el universo creado a partir de sus claves estilísticas no acaba sosteniéndose de modo natural. Los personajes que pueblan ese universo re-inventado, perdido en los desiertos almerienses, se conforman a través del exceso de gags (unos con mayor gracia que otros), elemento que funciona no Para De la Iglesia lo importante es acumular gracietas estériles. Y, la verdad, eso no funciona. como cohesionador y potenciador del desarrollo de la trama, sino como mero ejercicio de acumulación de gracietas estériles.

Aún así, ese mundo paralelo sigue en relación con las partes decadentes y oculta del mundo real: en realidad se configura como una de ellas. La prostitución, la inmigración, y el Texas Hollywood de Almería son esferas apartadas de lo cotidiano, territorio de perdedores y perdidos. El filme (en realidad el bloque más cercano al cine de De la Iglesia) participa de esa otra realidad de la que nadie, y, en este caso, el traspiés se fundamenta en esa participación puntal, que convierte las balas en balines y la posible crítica en un mero apunte a pie de página. Los fogonazos son bien visibles: desde la proliferación de parques temáticos que nos inundan, hasta los problemas de inmigración (ver el casting realizado por Julian Torralba, Sancho Gracia), pasando por las actividades de los representantes de la ley y la especulación inmobiliaria. Todo aparece de un modo excesivamente superficial, cuando no viene emparentado con el tópico de puro reconocible, que evita que la cosa exceda la mención, o explicite la causa de tan graves problemáticas (rasgos que sí quedaban manifiestos en su, hasta el momento, mejor película: El día de la bestia). Ese esbozo de una crítica apolillada y huérfana de esencia viene apuntalada por un humor negro más gracioso que directo, representado por gags como aquel del andaluz que se cree vasco (gags, repito, agolpados por una cierta necesidad, harto prescindible, de hacer reír... aunque lo consiga).

EL PROBLEMA DE LOS HOMENAJES

En este caso las dificultades vienen constituidas por el empleo de un arma de doble filo que ha llevado, por un lado, a la caída del filme en taquilla, y por otro a un exceso en la representación de lugares comunes en la obra en si.

El descenso a los infiernos de la recaudación obedece a una promoción, iniciada meses atrás, del todo desacertada que presentaba el filme como un marmitako western. Promoción que en las últimas semanas, y ante los resultados obtenidos, el propio director No, España no va bien, el sur también existe... se ha encargado de matizar para tratar de que el castañazo duela lo menos posible (pues recuerden que en este caso también acapara tareas de producción).

El matiz aportado por De La Iglesia incidía en que el filme no era tanto un homenaje al spaghetti-western como a los dobles que en él participaban, y por extensión a todo este tipo de trabajadores del cine. De todos modos, y atendiendo al filme en sí, podemos hablar de un doble homenaje que finalmente acaba transformándose en una recuperación de estereotipos demasiado envejecidos como para ser traídos de vuelta sin ser sometidos a revisión. Desde la dicotomía buenos / malos, hasta procedimientos de puesta en escena como encuadres y disposición de los actores; que en el fondo son pervertidos más como mero divertimento que como ejercicio de reflexión tanto sobre el género como sobre el mundo. Así pues existe un dudoso homenaje que se queda más en un reproducción de ciertas constantes del cine de De La Iglesia (jamás llevadas a sus últimas consecuencias como en otras ocasiones), aliñadas con toques melodramáticos, que una voluntad de ir más allá de lo establecido.

No obstante, y a pesar de sus muchos defectos, tiene gotas de cine inteligente, aunque a veces se queden en mitad de la nada (lo mejor son los créditos iniciales, apoyados por una buena música de Roque Baños). A pesar de que los apuntes críticos queden desdibujados, la obra se construye desde mundos obliterados que de algún modo reivindican su presencia en espacios públicos; el filme vive en la España que no va bien, y a pesar de no ponerla patas arriba, al menos retrata la existencia de seres que habitan el lado oscuro de la televisión. Es como entonar aquello de “el sur también existe” aunque la cosa se quede en un canturreo en voz baja, y ya no resulte una novedad, pues la cinematografía del director vasco enlata, en sus distintas obras, todo este ecosistema de seres marginales que sobreviven de otro modo, (casi) en otro mundo.

Enric Albero

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