La silla de Fernando (2006), de David Trueba y Luis Alegre

  26 Agosto 2021

Charla-lección con Fernán Gómez en un excelente documental

la-silla-de-Fernando-0Se conmemora el centenario del nacimiento de un célebre escritor, director de cine, actor, académico de la lengua española y mil cosas más: don Fernando Fernán Gómez, del que muchos guardamos recuerdos imborrables. Por eso, saco de entre mis archivos los comentarios que en su momento hice sobre esta interesante charla-documental sobre el personaje, que lleva por título La silla de Fernando. Querría que sirviera a modo de homenaje a tan reconocido artista.

Fernando Fernán Gómez nace el 28 de agosto de 1921 en Lima (Perú) y falleció en Madrid en 1907. Llega a España durante una gira de su madre, la actriz Carola Fernán-Gómez con la compañía teatral María Guerrero-Fernando Díaz de Mendoza. Todo el mundo conoce sus decisivas aportaciones como actor, escritor y director de cine en España. Sin embargo, sólo unos pocos privilegiados conocen hasta qué punto Fernando, sentado en una silla, es capaz de convertir una charla en algo más que una charla.

Documental que nos hace comprobar que teniendo a Fernán Gómez de contertulio, la charla se convierte en una suerte de autobiografía no exenta de humor, un retrato que nos acerca al interesante mundo de un hombre genial en muchos sentidos: como escritor, como director de cine, como actor y de los que aman la lucidez y la vida en muchas facetas, las mismas de las que habla Fernando en este documental de 85 minutos, con David Trueba y Luis Alegre muy correctos en la dirección, guion y montaje, que adivinan a preguntar y captar respuestas con pertinencia y perspicacia.

Como dice Boyero: «Excelente documental e impagable entrevista». Así es, esta cinta es ante todo un documental sobre un genio de la cinematografía y miembro de la Real Academia de la Lengua por sus producciones y formación literaria. Hablamos de Fernán Gómez que, amén de singular y muy inteligente, fue un señor que forma ya parte de nuestra cultura contemporánea.

Fernando era agrio, de mal carácter y él mismo confiesa que se dio cuenta en un punto de su vida que le convenía fomentar ese papel de antipático, habida cuenta lo pesada que era casi toda la gente que le rodeaba, gente del gremio actoral o escritores que todos creían ser maravillosos y además tenían que aparentar brillantez.

Esta y otras docenas de vivencias, anécdotas y aspectos de su vida es lo que cuenta en esta entrevista filmada. Bien es cierto que de esta charla puede ocurrir que el protagonista resulte machista, algo engreído o superficial en el abordaje de algunos temas, sobre todo mujeres y jóvenes.

Veamos una secuencia:

  

Lo comprendo. Pero ha de entenderse que se trata de un artista-intelectual nacido a principios del pasado siglo, ya mayor en el momento del rodaje (84 años) y que en realidad era así. Vaya, que no es oro todo lo que reluce. Como pasa con cualquiera, claro.

El caso es que Trueba y Alegre, que visitaban a menudo a Fernán Gómez, viendo el caudal y nivel de plática que poseía, pensaron en compartir con el público ese tesoro, para que fuéramos muchos quienes conociéramos de primera mano —según Trueba, de viva voz— la naturaleza del personaje que, para ellos, «era el mejor conversador que habían conocido nunca, una persona que le daba la vuelta a cualquier argumento (…) de una inteligencia que estaba a años luz de otros que conocíamos, un personaje inigualable en el siglo XX». Contaron para ello con la estupenda fotografía de Mischa Lluch.

De manera que David Trueba y Luis Alegre le propusieron a Fernando la idea de grabarlo y, para su sorpresa, aceptó de buen grado hacer este documental desnudo en el que la mayor parte del tiempo está la figura de Fernán Gómez en primer plano. Con la ventaja, según los autores del filme, que al ser Fernando un actor —«probablemente el mejor actor de la historia del cine español», aseguran, pues que por eso manejaba a la perfección las miradas, la entonación, las pausas, el gesto, el sarcasmo, la contradicción o el humor.

Todo esto era de un incalculable valor para lo que pretendían hacer. Y su producto lo denominaron película-conversación. La voz de Fernán Gómez llena la película. En lo acústico, su tono, timbre y sonoridad son vigorosos y claros. Es potenciada con inflexiones y recursos de veterano actor que proyecta, pronuncia y articula con cadencia inmejorable, natural y sin afectación.

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Y lo que tan rica voz dice, las vivencias, relatos y opiniones que le dan calibre, la honda cultura que palpita en sus modulaciones, los valores que reverberan, la noble experiencia artística aglutinada para brotar con autoridad independiente y con genialidad, envuelta zumbonamente en sarcasmo, todo eso llena y rebosa la duración entera del filme. Ciertamente, es un actor de primer orden y el único y exclusivo personaje de esta plática aleccionadora.

Entonces ya sólo resta ponerlo a hablar: Que si «yo soy maniqueo» —y lo argumenta—, que si hay unos que «son buenos y otros que son más malos» —y lo razona—, el Fernando políticamente incorrecto y crítico, como corresponde a un ser lúcido, en fin, quien vea esta cinta se dará cuenta de que te obliga a pensar, que esta obra es, como dice Oti Rodríguez «muchísimo más que una silla […] planos fijos en el sentido literal, contemplativo y fascinado de la palabra».

Lástima que dure poco. Y es que hubo que elegir entre más de veinte horas de grabación, lo cual también es mérito y mucho de sus directores, sobre todo por cuanto luego había que emprender la nada sencilla empresa de seleccionar y montar las escenas para que pareciera un continuum con sentido, atractivo y con sensación de verismo y espontaneidad, lo que realmente ocurre.

Y el producto de alguien con capacidad intelectual y de conocimiento sobrados, como cuando Fernando confiesa que lo que él quiere es «dar una lección, ya que por mis muchos años me puedo permitir este gusto, a todos los que creen que el futuro está en sus manos y no en las manos de quienes se han apoderado del futuro de todos nosotros. Fin».

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En resolución, este monólogo tiene fuerza y vierte sabiduría por doquier, recuerdos muy valiosos sobre la Madrid sitiada y hambrienta de la Guerra Civil, el infortunio de una posguerra mísera, el mundo bohemio del que era un superviviente en constante búsqueda de una mujer en los lugares equivocados, como él cuenta; historias de un joven trasnochador por bares, garitos e incluso la cafetería del aeropuerto madrileño, bebiendo más de la cuenta porque le gustaba beber; de cómo cambió, por consejo de un amigo, la ginebra por el güisqui, su amor por la lectura y su fervor por Víctor Hugo, el misterioso ostracismo de Buñuel, que para Fernán Gómez fue el más grande (yo diría lo mismo), y la pobreza de nuestro cine que habría podido aspirar a más altos vuelos, sobre todo en una época.

También reflexiona sobre la mentalidad hispana, sobre la pandémica envidia que más que envidia es «menosprecio de la excelencia». Sin olvidar un personal lamento por no haberse comprometido más con sus convicciones libertarias.

Aconsejo a quien no haya visto esta cinta documental que lo haga, sobre todo si le gusta Fernando Fernán Gómez y si le gustan las historias de vida de un personaje cimero que dejó obra: ¡qué importante eso de dejar obra, huella, algo que sirva a los demás, al fin, a nuestros semejantes!

Escribe Enrique Fernández Lópiz

Más información sobre Fernán Gómez: 
Centenario de Fernando Fernán Gómez  
El viaje a ninguna parte (1986), de Fernando Fernán Gómez

  

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