Vivimos, sin lugar a dudas, una época dorada para la televisión. Hace relativamente poco tiempo era un reducto de la población aquel que seguía religiosamente series de ficción (tanto nacional como internacional) y su mercado en DVD apenas era explotado. Asimismo, era inimaginable que los capítulos emitidos en USA llegaran con menos de un año de diferencia a nuestras pantallas.
Hoy en día esta situación ha dado un giro de 180 grados, se ha convertido en algo común ver series, es frecuente que existan ediciones de lujo, reediciones, etc. de todas aquellas que se emiten en televisión y los estrenos USA-España se realizan casi a la par —Falling Skies—.
Este aumento radical de la demanda ha supuesto que algunas series actuales tengan la misma calidad que el cine o a veces incluso más, no siendo definitorio en la carrera de sus intérpretes dar el salto al cine como lo fuera antaño, pasando la pequeña pantalla de trampolín a target.
De hecho, es frecuente ver cómo figuras consagradas en la pantalla grande cuyas carreras cinematográficas quedan en punto muerto se convierten en protagonistas de series de éxito —Glenn Close— o hacen apariciones que les procuran los premios y el reconocimiento que no alcanzan con las grandes producciones cinematográficas —Bruce Willis—.
La generación masiva de series también supone productos mediocres, dado que algunas cadenas dan salida o renuevan shows simplemente porque existe un hueco en el mercado, por la disposición de la parrilla o porque alguna otra se cae. Se otorga prioridad a los estudios de audiencia sobre todos los demás elementos.
Todo esto ha devenido en un enorme hueco de calidad entre las series que la poseen y las que no. Se desplazan, por tanto, a los extremos, quedando menos productos en una zona media. Este salto de calidad ha provocado que la diferencia entre las grandes series sea muy acusada respecto a aquellas de relleno.
Se acerca el invierno
La mejor producción televisiva estrenada en este 2011 es Juego de tronos, basada en la saga literaria firmada por George R. R. Martin, que relata la historia de varias familias en un reino cuya localización y época son genialmente difusas.
Lo primero que hay que decir de la serie de
Lo único seguro es que nada lo es, no hay una figura que ostente el poder de un modo absoluto, la fama de los actores o la publicidad invertida con su cara en ella no aseguran su continuidad para la siguiente temporada, cualquier suceso puede acaecer en los siete reinos.
David Benioff y D. B. Weiss, sus creadores, parecen acólitos del filósofo Heráclito dado que en Juego de tronos: “todo cambia, nada permanece”. Dicho pensamiento es novedoso en la televisión, es raro que se arriesgue tanto como aquí, la regla general es saber más o menos qué pasará o seguir una estructura muy determinada. Pueden existir sorpresas o giros de guión pero estos casi siempre se ajustan a una lógica, aquí somos testigos de cambios imprevisibles, son cientos las cábalas que podemos hacer en nuestra cabeza y muy pocas las que se cumplirán.
En Juego de tronos la línea argumental trazada es clara y está perfectamente hilada, pero las cosas no tienen por qué suceder cuando se espera que lo hagan. Un ejemplo de esto es que el penúltimo episodio de la primera temporada posee la misma importancia que la season finale cuando en el 99% de los casos los guionistas se reservan su as en la manga hasta el último momento. Esta gran apuesta ha conseguido buenos resultados tanto en calidad como en audiencia.
Si analizamos con detenimiento los hechos transcurridos desde el piloto hasta el final de temporada, podemos concluir que todo se ha visto modificado o afectado en algún modo. Es increíble cómo en tan solo diez episodios se ha conseguido modificar el mundo de los personajes de arriba abajo. Mientras que otras propuestas contienen excesivos episodios de “relleno”, aquí no existe ninguno, no se sigue la tradicional fórmula de 22 episodios, ni siquiera los 12 comunes de las midseasons, sino que son sólo 10 brillantes episodios los que componen esta primera entrega que deja con ganas de más.
El gran desembolso realizado por
Este total despliegue de medios en que la sangre corre a borbotones se ve equiparado a la trama, formando un todo demoledor no apto para aquellos que no gusten de presenciar altas dosis de violencia y sexo.
Atemporalidad y fantasía
Juego de tronos posee un carácter atemporal. A pesar de situarse en una época claramente antigua, su análisis y reflexión sobre la familia, el honor, la política, etc. bien podrían situarse en nuestros días.
Las mentiras y tejemanejes de los personajes cercanos al poder tienen vigencia en nuestros días. Así como la lucha por ser aceptados y queridos tanto por la sociedad como por otras personas, tal como como les sucede a Tyrion Lannister, que busca el amor de una mujer y la atención de su padre o a Lord Nieve en lucha por deshacerse de la etiqueta de bastardo y alcanzar la valía y aprobación por parte del vulgo con la que cuentan sus hermanos.
La deslocalización y la creación de un universo totalmente nuevo con una serie de reinos juega a favor de Martin, dado que esto le otorga una gran libertad de movimientos pudiendo desarrollar tramas de todo tipo. Esto, unido al carácter fantástico de la serie, la dota de total albedrío. Este amplio rango de movimientos es manejado con gran destreza por Martin, dado que al ser tan vasto su campo de acción ha de saber delimitarse y saber muy bien hacia donde quiere llevar sus historias y qué es lo que de ellas quiere. Y lo consigue con creces. El escritor aprovecha la fantasía de que dispone a su favor pero sin dejar de estar ligado a una realidad.
Antes de su emisión y debido al cariz de los libros, existieron falsas habladurías que la relacionaban con El señor de los anillos, pero nada más lejos de la realidad. Nada tiene que ver la creación de J. R. R. Tolkien con ésta. Mientras que Frodo y compañía pasean por un mundo de anillos y magia totalmente utópico, los Stark se ven rodeados de seres sobrenaturales, pero siempre dentro de un mundo cercano al nuestro, que se centra en el ser humano y en sus entelequias mundanas y espirituales.
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