Escribe Ángel San Martín Alonso
Tomo como título un producto cocinado advirtiendo que se me da bastante mal esa tarea doméstica, lo mío es fregar. Pero tomo la empanada como metáfora para referirme a un tipo de programa que me empalaga tanto como el citado plato. No sólo me producen ardores gástricos, con ellos entro en el trance de la absoluta confusión.
Entre esos programas está el larguísimo espacio nocturno de La noria (Tele 5) o el más corto de entrevistas En noches como esta (TVE 1). Lo que digo de éstos, desde luego, puede aplicarse con parecido rigor a los muchos de idéntica catadura que pueblan la actual rejilla de televisión (59 segundos de TVE, 360 grados de Antena 3, Parlem clar en RTVV...).
La semana pasada me privé del sueño por ver la entrevista que Juan Ramón Lucas le hacía a la adiestrada Ana Botella, mi cabreo fue creciendo a medida que transcurría el programa. Reacción que no debería sorprenderme, pues algo parecido me pasó cuando el citado periodista entrevistó a Antonio Banderas o a Santiago Carrillo. ¿Cómo puede ser que un tipo que hace un digno programa matutino en Radio Nacional conduzca entrevistas tan babosas en la tele? ¿Es necesario redundar en los tópicos de las historias para regocijo y fidelidad de la audiencia?

Entiendo que no se puede presentar a estos personajes de tanta resonancia entre la mayoría de los telespectadores y dejarlos pasar de rositas. Lo cual es tanto como permitirles que hagan publicidad de sí mismos, darles ocasión para publicitar los rasgos por los que son más populares o más odiados. Ambivalencia que está presente en todos los entrevistados, con independencia de su posicionamiento ideológico y político.
A Ana Botella, por poner un ejemplo, no se le puede permitir mantener su cínica sonrisa cuando alaba la gestión de Ruiz Gallardón, siendo que duerme con el malencarado señor Aznar. No se trata de sonrojar a los o las invitadas, pero sí de profundizar en los requiebros de sus planteamientos y proyectos.

Más irritante es el caso de La noria, un programa “amarillo” con pretensiones de divulgación rigurosa. Su presentador, Jordi González, a veces con muecas de feriante, propone temas tan serios como el de Educación para la ciudadanía, el caso del “profesor Neira” y el último día la objeción de la iglesia católica al llamado “bebé medicamento” nacido en Sevilla.
Los contertulios son los de siempre, dispuestos a opinar sobre lo divino y lo humano, más para estimular a gritos las pasiones que la razón, tanto entre ellos como entre los telespectadores. No sólo banalizan el tema, sino que con frecuencia, al igual que se hace en otros programas, humillan al invitado al airear la sustanciosa suma de dinero por la cual aceptó la “invitación”. ¿Cómo se puede pagar a alguien para que proclame la inocencia del agresor del profesor Neira o para que arremeta contra los avances de la ingeniería genética?

Y llegados a este punto es cuando me embarga el “síndrome de la empanada”. El estómago regurgita gases y otros malestares por la incapacidad de clasificar y descomponer las sustancias audiovisuales ingeridas.
Si tenemos en cuenta que esto sucede en un espacio público, entonces el cabreo debe ser mucho mayor. Primero, se paga a unas personas para que difamen a otras, luego se les ridiculiza por cobrar y, acto seguido, se les aplaude por las ocurrencias que sueltan en directo ante las cámaras. Todo ello amasado con los pareceres de unos opinadores todoterreno que echan bilis sobre el suceso o el sujeto de análisis. Al final, es imposible aclararse de nada ni, sobre todo, sacar una idea razonada de lo que han estado hablando. En los más de los casos se suscita un estado de insomnio por la ingesta de ideología barata y conformista, aunque coherente con el papel preasignado a la audiencia.
¿No son más peligrosos para el alma estos programas que el cartel de la ninfómana? La moral casposa que nos invade sigue pensando que es más dañino lo que se mira que lo que se escucha.
Quizá por esto el director de cine Lars von Trier dijo hace unos años que el “desafío último es ver sin mirar”. ¡Sabias palabras! El mirar lo han echado a perder los efluvios destilados por los relatos empanados de la tele.
