Escribe Ángel San Martín Alonso
Hablar de la televisión de este verano, es hablar de la televisión de las Olimpiadas de Pekín. Sí, de Beijing-08, no de China, pese a mostrarlas como la carta de presentación de China al mundo.
A tenor de las imágenes lanzadas desde las distintas sedes olímpicas, cumplieron con creces los propósitos de los máximos dignatarios chinos. Tanto en la sesión de inauguración y clausura, como en el medallero, China quedó por todo lo alto. De modo que, eso se les debe reconocer, el mensaje propagandístico lo diseñaron bien y ejecutaron mejor. ¡Y otra vez el deporte como argumento! Ello viene a confirmar que la política se hace desde la televisión y sus proyectos se visualizan en competiciones deportivas.
Los chinos y chinas tocaron el tambor en la sesión inaugural, secaron los suelos o compitieron hasta la extenuación, como si siguieran un mandato divino, que no tibetano. Y la televisión supo captar magistralmente esos momentos en los que los chinos se mostraban sumisos y coordinados. O quizá fueron instantes creados por y para la tele. No en vano los mandatarios chinos pusieron al frente de los asuntos de imagen y ceremoniales a un experimentado director de cine como Zhang Yimou.

Sin ningún género de duda la retransmisión deportiva resultó de lo más espectacular, y si los juegos hubiéramos de juzgarlos por lo que de ellos apareció en la pequeña pantalla habríamos de darle un sobresaliente alto. Sin embargo, como dicen los teóricos, esas imágenes se insertan en un relato que habla también de lo que aquéllas no muestran. Muy pronto se supo que en la misma ceremonia inaugural hubo trampa: la niña que cantaba era una y la que aparecía en las imágenes era otra bien distinta y más acorde con los cánones televisivos.
Las autoridades chinas querían darle a Occidente lo que desde éste se esperaba de ellos, algo pulcro y elegante, sin reparar en medios. Se les estaba consintiendo hacer uso del “espíritu olímpico” a sabiendas que detrás de las cámaras practicaban el juego sucio: censura de la información, detención de los disidentes, prohibición de las manifestaciones y el campo de cámara restringido a lo preestablecido por los organizadores de los juegos.

La burla informativa y la opulencia audiovisual les salió tan bien que de inmediato surgieron imitadores. Tal es el caso de la retransmisión del gran premio de Fórmula 1 celebrado en Valencia, donde se ocultó con cartón piedra todo aquello que fuera molesto a los ojos bien pensantes de los telespectadores (mayormente de Tele-5), todo ello a mayor gloria de los responsables del dislate.

Por otro lado, sorprende el que las televisiones procedieran con esquemas parecidos en relación al desgraciado accidente aéreo de Barajas. Del siniestro sólo les interesaban los dramas privados por las pérdidas humanas o las especulaciones sobre las causas. Confirmando así que el interés informativo de la televisión está en lo circunstancial y no en lo sustantivo. Por cierto, ¿qué clase de deportistas fueron a Pekín que sólo un número insignificante explicitó su solidaridad con las víctimas?
Los medios escritos destacan a bombo y platillo que en la inminente temporada de otoño, los distintos canales televisivos se disputarán las cuotas de pantalla en el terreno de la ficción, de las teleseries de producción propia y de las de importación en mayor medida. Acaso piensan esos redactores que no tenemos suficiente ficción con lo que nos cuentan las telepantallas a diario sobre deportes, siniestros, crisis económica o el quehacer de los políticos (por qué tanta visualidad a la convención demócrata y republicana de EEUU si ya sabemos lo que están haciendo en Guantánamo o en Irak). Más coherente es lo de RTVE que para hacer más creíbles las ficciones cambia su imagen corporativa: la “mosca” y las cortinillas.
Una vez más ni el espíritu olímpico ni la televisión han podido/querido sortear la muralla china, para ver en su salsa o lodazal a ese gigante que dicen estar despertándose. Nos quedan para el recuerdo los cáusticos comentarios de Rosa María Calaf (Informe semanal) y la inmoralidad de nuestros políticos mirando hacia otro lado por tratarse de un cliente con posibles.
