Escribe Ángel San Martín Alonso
En uno de los últimos programas de La Tribu (Telecinco), Javier Sardá entrevistó, o lo que fuera aquello, a Jorge Javier Vázquez, a su vez presentador de Sálvame diario (también de Telecinco). Mientras correteaban y saltaban encima de la mesa, Sardá le preguntó por qué algunas invitadas de su programa abandonaban enfurecidas el plató antes de acabar. Ni corto ni perezoso Jorge Javier respondió: "En la tele no hago telebasura sino puro neorrealismo. En mi casa leo a García Montero tan ricamente".

Tras un comentario de Sardá sobre el cine de esa época, su colega le replica que "entrevista a Belén Esteban porque es la Sofía Loren de ahora". Izaguirre grita porque le irrita que compare el glamour de la Sofía con el de la Esteban.
Al hilo de este comentario vale la pena llamar la atención sobre cómo la industria televisiva nos conduce hacia una especie de "psiconeorrealismo": psicólogos consolando cadáveres y chicas alegrando a especuladores (Berlusconi). Los diferentes géneros televisivos, desde los informativos hasta los de entretenimiento, refuerzan la idea que ante el espectáculo, todo vale. Enfocan sus cámaras hacia lo que pertenece a la esfera privada de los personajes que ellos mismos encumbran o destruyen. No les importa tanto ni sus obras ni sus pensamientos en tanto que patrimonio común, en tanto que elementos enriquecedores de la esfera pública y de lo público susceptible de la confrontación política.

La tendencia es tan intensa que ni siquiera las instancias de control como el Defensor del Pueblo, la fiscalía o los tribunales de justicia pueden detenerla. La agenda diaria nos facilita ejemplos de esta naturaleza y en muy diferentes ámbitos, desde el caso de la sevillana desaparecida hasta el político que utiliza el coche oficial para pasear a sus nietos.
Cierto que también hay excepciones, la Cuatro ha renunciado a emitir imágenes en Callejeros viajeros de una de las víctimas del vuelo de Air France siniestrado en el Atlántico. Lo sorprendente es que quienes más fomentan esta tendencia son las ideologías conservadoras y reaccionarias, precisamente las que más tienen que esconder, pero también quienes más y mejores medios tienen para proteger su privacidad. También son los que mejor encajan esa doble moral de exigir a los demás que cumplan los principios que ellos transgreden sin sonrojo.

En plena campaña electoral para el Parlamento Europeo, da pena oír a la mayoría de los candidatos. Se han emboscado en el círculo de las privacidades, muchas de ellas siendo ya materia de los tribunales de justicia, y al redundar en ello lo más que pueden conseguir es incrementar la desafección. Cuando en un corte del informativo de Canal 9 escuchamos a un político del PP decir que "muchísimos españoles envidian el progreso de los valencianos", es para echarse a temblar.
A los pocos días otro político, tras la masiva concentración en la plaza de toros de Valencia, contestaba a un periodista que no le podía pedir más apoyo a su líder, pues sólo le faltaba decir "Fabra, te quiero". Por cierto, el bocas de Alfonso Guerra les recordó desde Sevilla al Sr. Camps y Correa que, si tanto se quieren a través del teléfono privado, hay una ley que les permite casarse.
Con estos mimbres, ¿cómo se puede discutir públicamente lo que es y significa hoy Europa para todos nosotros? ¿Quién se puede ilusionar con ese tipo de discurso? El primer programa de debate de los candidatos del PSOE y PP en la Primera de TVE, salvó los trastos en términos de audiencia; en Antena 3 la cosa fue bastante peor, quizá porque la Primera programó a la misma hora La señora. De todos modos, lo inaudito de estos debates es el formato: no importa lo que digan, sólo que respeten el tiempo tasado. Los candidatos no van a discutir sus propuestas programáticas, sino a zambullirse en las vergüenzas ajenas porque ese es terreno propicio para el espectáculo televisivo.
El Gobierno y el Parlamento trabajan sobre un proyecto de ley que propone modificaciones sustantivas para el modelo audiovisual vigente, sobre todo el modelo de negocio televisivo. Para empezar, la televisión pública deberá "renunciar" a la publicidad y las privadas se podrán concentrar, además de financiar parte de RTVE y de la producción cinematográfica. ¡Ahí es nada!
La reforma viene a ser una transposición al marco normativo español de directivas europeas. Pues bien, no he escuchado a ninguno de los candidatos hablar públicamente de esta cuestión, cuando RTVE puede entrar en coma financiero en poco tiempo y las privadas en fase de fusión. ¿Tendrá algo que ver el que Buenafuente y Gabilondo se "entrevistaran" mutuamente desde sus respectivos platós? ¿Cómo no hablarán públicamente de todo esto cuando el sector está trufado de intimidades: lazos familiares, favores y fidelidad debida? ¡Claro que la componenda moral no es argumento neorrealista!
