Escribe Ángel San Martín Alonso
Hace unos días, no recuerdo bien cómo sucedió, un tertuliano medio poeta, calificó de pequeñoburgueses a los tipos de la nueva edición del reality show Supervivientes (Telecinco). La expresión me hizo gracia porque me sonó a crítica de los sesenta, pero en el contexto que se formulaba no iba más allá del mero autismo semántico, simple exaltación del famoseo fugaz, del individualismo bien remunerado por la nadería.

Es verdad, aunque no se hable de ello, la ideología pequeñoburguesa es la sustancia que rezuma día a día la pequeña pantalla. Desde la tele se publica la opinión mediática rebajada de matices semánticos y orientada a crear expectativas de promoción entre las clases medias más descapitalizadas. Concursos, sorteos, historias individuales de éxito, crímenes y desgracias entre quienes no se acogen al "modelo de progreso" de las sociedades modernizadas (Callejeros, Crónicas, etc.).
Hace unos días pudimos ver en Antena 3 la entrevista, un tanto oportunista, al convaleciente profesor Jesús Neira. La entrevistadora supo conducir la voz aún temblorosa del entrevistado, hasta situarnos ante los sueños y miserias de la especie humana. La grandeza filantrópica de un ser humano al defender a una mujer indefensa y, por semejante acción, ser objeto aquél de la violencia más irracional.

Al día siguiente, la competencia comercial llevó al plató de La Noria (Telecinco), precisamente a la mujer agredida -no cito su nombre por decoro-, para exculparse y empequeñecer la acción de auxilio prestada por el profesor. Esta última disfruta en su miseria moral de los beneficios económicos que le reporta ir contando dicha miseria de plató en plató, mientras su defensor sufre las consecuencias de la irracionalidad humana y la incompetencia de los sanitarios que no le detectaron a tiempo la grave lesión que padecía. Pero lo que las televisiones ponen de manifiesto es que no hay distancia moral entre estas dos personas. Todo es igualmente válido con tal de alcanzar el fin deseado.
En la memoria catódica tenemos los casos subjudice de Mariluz y de Marta. El primero para llamarnos la atención sobre el estado tan lamentable del aparato de justicia en nuestra España democrática. Mientras que el segundo, con la desgracia personal como argumento, convoca a las masas en la calle para cuestionar el orden constitucional y solicitar la cadena perpetua y, de paso, también la pena de muerte.

Mención especial merece el asunto del "bebé medicamento" que en vez de presentarse como un éxito de la biomedicina está siendo el argumento aporético de la renacida Inquisición encarnada por el transgénico Rouco. Por cierto, ¿es lícito que las televisiones, siendo un servicio público fundamental, den cabida en su programación a comentarios profanos como los de los obispos sobre los avances de la ciencia? ¿Cómo es posible que a estas alturas La 2 de TVE siga retransmitiendo la misa de los domingos? ¿Se atreverán a ofrecer en directo las procesiones de semana santa?
El argumento de "todo por la audiencia", incluidas las manifestaciones antidemocráticas de los obispos, son un ejemplo de esa ideología pequeñoburguesa que alientan los responsables de las televisiones.

Durante estas últimas semanas hemos podido ver, especialmente en TVE, abundante información y reportajes sobre el plan Bolonia. Recordarán que tanto el Gobierno como la Conferencia de Rectores argumentaban que el movimiento anti-Bolonia se producía porque los estudiantes no estaban bien informados. Seguí con atención algunos de estos espacios, hasta que en un Informe Semanal me percaté de las medias verdades contadas por un rector: el plan Bolonia no privatiza nada y permite a los estudiantes completar su formación en la universidad que más les interese. Como se sabe, tan intensa campaña informativa concluyó con la desproporcionada carga policial en Barcelona desalojando a los anti-Bolonia. Por supuesto, las televisiones nos los presentaron poco menos que como delincuentes y "grupos minoritarios".
Lo que ni Gobierno ni rectores parecen darse cuenta es que en el fondo de las protestas no está sólo la reforma universitaria proyectada, sino su rechazo a la ideología pequeñoburguesa en la que se inspira el plan Bolonia. No creen, con la crisis que nos azota de fondo, en el desaforado productivismo que auspicia dicho plan, en la desregulación de un servicio tan básico como es el de la educación, ni creen ya en las reformas diseñadas desde los despachos de políticos tecnócratas que sólo se fían de los master.
Lo que son las cosas, la programación de la tele y las reformas promovidas por los rectores se han convertido en el estandarte del ideario pequeñoburgués. Tal vez por ello el movimiento anti-Bolonia es ridiculizado por la televisión y apaleado por la policía. ¡Como en los mejores tiempos! ¡Volvemos a los sesenta!
