Más allá de la superficie
Un adolescente se encuentra en su cuarto tocando al piano la sonata
Claro de luna de Beethoven.
La cámara realiza una panorámica por todo el cuarto y muestra
una imagen cotidiana de lo que es el cuarto de una persona joven.
Un amigo se entretiene con un típico videojuego violento, disparando
contra posibles enemigos que van cayendo eliminados sin piedad.
El joven termina la interpretación de la pieza musical, coge el
ordenador y selecciona un arma de fuego de un catálogo on line. Al cabo de un tiempo, un mensajero
entrega en su casa el arma con la munición correspondiente. No
hay casi diálogo, apenas cuatro frases.
Esta escena que hemos descrito pertenece a Elephant (2003) y refleja la tónica general de la película de Gus
van Sant, una descripción pormenorizada de las últimas horas de
la tragedia del instituto Columbine, que terminó con el asesinato
de varios jóvenes y profesores a manos de dos compañeros. Así,
la cámara de Van Sant se convierte en un apéndice de los jóvenes
y los sigue hasta la saciedad, mostrando los acontecimientos sin
ningún tipo de emoción. No hay –aparentemente– reflexión ni explicación
de los sucesos que vemos en la pantalla, los diálogos y las conversaciones
son los mínimos, ocasionales y cuando se producen son asépticos,
tontos (la escena de las tres chicas en el comedor escolar). De
hecho, el filme es un seguimiento a los personajes, que empieza
con una cámara que enfoca a un coche y continua toda la película
con esa cámara tras las espaldas de los protagonistas, y donde
va saltando de uno a otro, hasta conformar una panorámica de la
vida corriente de un instituto americano y donde el término ficción
y documental se mezclan continuamente.
Este rastreo obsesivo crece en progresión geométrica favorecido
por la deconstrucción del relato, que hace avanzar y retroceder
la acción y que muestra al espectador el mismo hecho desde puntos
de vista diferentes según se vea a través de un personaje u otro
(la escena en que el chico rubio es fotografiado en los pasillos
se llega a ver hasta tres veces). Este efecto facilita que el
ritmo de la película se rompa y las escenas se conviertan en fragmentos
aislados de una especie de rompecabezas que vamos componiendo
hasta el momento del desenlace (desenlace que aparece narrado
de la misma forma, de una manera fría, neutra, y donde las muertes
constituyen un elemento más, sin aditamento sentimental).
Ahora bien, bajo esa aparente neutralidad y que podría ser la antítesis
de Bowling for Columbine
de Michael Moore (que de cara al espectador es todo explicación,
pedagogía e incluso manipulación), el director de Mi Idaho privado, en realidad, sí está
dando explicaciones, sí está mostrando algunas de las causas que
posibilitan el que una tragedia de esa dimensión pueda pasar.
Y es que entre panorámicas, travellings y cámara en mano, Elephant se asoma a temas como:
1. La influencia negativa que los adultos provocan en los jóvenes.
Los adultos están presentados como elementos extraños: desde el
padre que tiene problemas con el alcohol, hasta los profesores
o empleados del instituto. Así, la figura de los padres no aparece
en ningún momento en el filme (el futuro asesino besa a su amigo
porque no ha tenido ninguna experiencia de amor, de cariño).
2. El sistema que deja al margen a aquéllos que no siguen el modelo
clásico, así entre las imágenes de chicos jóvenes, atractivos,
parece que no encuentra acomodo la adolescente poco agraciada
físicamente que muestra un carácter retraído y que sufre las miradas
de sus compañeros o la reprimenda de sus profesores.
3. La atracción por la violencia y que se muestra en los videojuegos
con muertes ensangrentadas, la facilidad en la compra de armas
(la escena descrita al principio) o la terrible escena del adolescente
de color que, alertado por los disparos en el instituto, acude
directamente hacia su muerte, sin explicación, casi como una especie
de suicidio motivado por la curiosidad.
4. Las contradicciones de la sociedad media americana: el coche del
inicio que casi provoca un accidente en una calle típica que parece
tranquila; la escena de las tres chicas en el comedor escolar,
a las que seguimos a través de una conversación cotidiana de adolescentes
y que termina en los servicios, metida cada una en un aseo, vomitando
la comida que acaban de consumir; o la enseñanza que favorece
el diálogo (el foro de estudiantes con el profesor) que termina
interrumpida por los disparos, etc.
Es decir, muchos temas que aparecen punteados, dejados caer, aquí
y allá, y que muestran que debajo de una imagen de normalidad,
cuando se profundiza un mínimo, aparece un mundo interior oscuro
que esconde síntomas alarmantes de anormalidad, una especie de
película de terror de instituto, al estilo Terciopelo
azul o La noche de Halloween, es decir, debajo
de un mundo normal aparece el terror, el miedo... y que Gus van
Sant muestra en diferentes ocasiones, como tenemos ocasión de
apreciar en la escena en que el mismo adolescente que interpreta
en su casa la sonata al piano es capaz de asesinar despiadadamente
a sus compañeros de instituto.
Y es que en escasos ochenta minutos, enmarcados por una cámara
que capta el cielo que pasa (prólogo y epílogo), asistimos a un
relato de terror cotidiano sobre esa sociedad que considerándose
avanzada fabrica adolescentes capaces de asesinar a sangre fría,
y esta vez asusta porque sabemos que es verdad.
Luis Tormo