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FICCIONES DOCUMENTADAS
O REALIDADES FICCIONADAS (en torno a 24 Hour Party People)
Por Mister
Arkadin
Los seres
que pululan por el cine de Winterbottom intentan, sin conseguirlo,
salir del mundo en que han sido condenados a vivir. O quizá, ¿será
lo mismo?, a morir. Dioses vengativos, divertidos, asisten al infamante
espectáculo de sus escapadas. Son como peces boqueantes recién sacados
de su habitáculo. El símil no es retórico, ya que el propio director
lo refiere en esa curiosa película, inquietante y, al mismo tiempo,
gratuita e irritante que es I want you.
Tanto da que
se implore a lo alto. El cielo no se apiadará de unos seres ancestrales
que no hacen más que cumplimentar su éxodo edénico. El paraíso no
existe o ha dejado de existir. Los niños, tan especialmente tratados
en el cine del realizador inglés, y los adultos, ingenuos, acobardados,
idiotizados, andan o transitan buscando hacer buenas unas segundas
partes (en el decir del protagonista de 24
hour party people) que nunca se cumplimentarán con éxito. Una
segundas partes que según citas reales o ficticias se niegan, siguiendo
el discurso de tan singular personaje, desde algún alto punto de
la literatura norteamericana.
El cuentista, vividor y pecador, de
tal filme es a la vez parte y todo. Él observa, comenta y vive.
Un personaje real periodista, empresario, vocinero y endiosado que
se llamaba, como en el filme, Tony Wilson. Al igual que Winterbottom
trabajó durante una época de su vida en Granada Television. Antes,
Wilson había sido un mediático referente de la radio. Lógico en
tal parlanchín elemento. Pues bien, tal ser real quiere salir de
la mediocridad del mundo en que vive y se convierte, o intenta hacerlo,
en un endiosado ser dominador y creador. Pero ni siquiera, probablemente,
llegará a creativo. El comienzo del filme es elocuente: trata de
volar con escasa fortuna. Soberbio y bromista engreído no es más
que un fantoche movido por otros hilos. La necesidad de salir de
un lugar en el que no llega a ser ni el divo que presume le lleva
a mover a las personas como fichas de ajedrez. Para ello pone en
marcha discográficas que no dan un duro o ruinosos negocios discotequeros
que le llevan al límite de lo prohibido. Es difícil contactar, sin
terminar por quedar manchado, con los hampones y criminales que
pululan alrededor de sus negocios. Son las mafias de la droga y
de los fáciles negocios,
Pero ¿acaso
lo que vemos es real? ¿Se trata de elucubrar sobre la realidad que
el mismo personaje vivió? Todo es o puede ser. Tony Wilson es interpretado
por un actor, igual que cada uno de los personajes que aparecen
y se despiden a lo largo del filme, pero el verdadero ser que dio
lugar a tal reflejo, salvo que haya muerto, vive y se reconoce o
discrepa del pretendido dibujo animado que se le ha dictado. Es
el caso de uno de los cantantes que le afana la mujer a Tony en
(tópica y cinematográfica visión) un cuarto de baño. Todo perfecto
si no fuera porque aparece el verdadero adúltero explicando que
aquello no fue así. El hecho no ocurrió nunca: la visión procurada
por Tony es falsa. La defensa del periodista-empresario es que cuando
hay que contar algo, elegir para contar, hay que atenerse a las
palabras finales de John Ford en El hombre que mató a Liberty Valance: entre la realidad y la leyenda
se escoge la leyenda. Simplemente porque aparente por ser más bonita
o real.
La referencia
al cine de Ford abre la película, y todo el cine de Winterbottom,
a un prodigioso referente cultural repleto de citas, homenajes y
recuerdos. El director inglés es, sin duda, un buen conocedor de
la literatura, del cine y del arte en general. 24
hour people party está repleta de referencias de todo tipo,
tanto en estética como en cruzadas conversaciones donde se habla
de grupos, directores de cine, escritores, pensadores, etc. La narrativa
de la película se adentra, incluso, en el mundo que hace años dio
carta de naturaleza, sin probablemente descubrirlo al menos en forma
total, en el cine nacido a la sombra del videoclip. La forma específica,
y mal entendida casi siempre, de referirse al “clip”: intentar aunar
música con imagen. El citado comienzo se encuentra en otro británico,
Richard Lester y su fulgurante Qué noche la de aquel día. Ahora Winterbottom intenta desde esas enseñanzas
hacer el dibujo preciso, adecuando fondo y forma, del pop, casi
en la estela de Warhol. De ahí proceden los grandes logros y también
los defectos del filme.
Pero Winterbottom
no se corta en su cine. Adapta cada película a una determinada forma
de contar, aunque muchas veces por sus imágenes transite la figura
fantasma de Ingmar Bergman, con sus duelos y culpas, en Jude, I want you, Go now. O la brillantez del desacompasado
Leone de Hasta que llegó su
hora pasando por la triste nostalgia del Logan de La leyenda de la ciudad sin nombre en El perdón. Tampoco es inútil o simplista la referencia a El sol del membrillo (¿acaso conocerá la
obra de Erice?) que se encuentra en la visión de las ventanas encendidas
en el Londres nocturno de Wonderland.
En las ciudades de ambas películas, el Madrid de Erice y el Londres
de Winterbottom, el único reflejo (¿luz?) de la ciudad viene dado
por la inverosímil aureola emitida por cientos de televisores repetidos
en tantas y tantas ventanas iguales. Incluso en uno de sus últimos
filmes, In this World, la estética empleada no
dista mucha de la de cualquier título actual iraní. Todo ello sin
olvidar, claro, la referencia a filmes guerreros con niño que asoma
en su Bienvenido a Sarajevo, en la que también
asoman imágenes de claro referente bergmaniano sin olvidar la voluntaria
cita al más destartalado, o primitivo, cine de corte documental.
Sin duda,
el cine de Winterbottom opta por el documento. Todas sus películas
lo son en mayor o menor medida. Se trata bien de contar algo realmente
ocurrido o de pasar como real unos hechos que provienen de la más
pura de las ficciones. Tal sentido lo encontramos tanto en Jude
como en In this World.
Y naturalmente en los otros títulos del realizador. ¿Qué es si no
la observación meticulosa de la creación del ferrocarril y la destrucción
de la ciudad en El perdón? Algunos considerarán que el realismo del director es falso.
Tienen razón, pero su falsedad viene de la propia falsedad que es
o supone el arte en general, el cine, en este caso, en particular.
Recuerdo, por ejemplo, una escena tal como la que muestra la escalofriante
muerte por asfixia de unos emigrantes “ilegales” en los contenedores
que los transportan en un barco hacia inexistentes edenes. El director
filma, lógicamente, el hecho real como si ocurriese aunque sabemos
que no es posible que aquello pueda ser filmado. Se trata de contravenir
la realidad en función de un rodaje irreal que transforma lo no
podido filmar “in situ” como más real. Esa es una de las grandezas
del cine. Cuando los emigrantes llegan a puerto se puede comprobar
que en su mayoría han muerto. Los que han conseguido sobrevivir
al infierno no podrán de todas maneras pisar el edén. Están imposibilitados
para ello. El enorme calvario que ha supuesto para el niño protagonista
su marcha desde su tierra en Afganistán hasta Londres se cierra
con el fracaso: deberá ser deportado, más pronto o más tarde, a
su país de origen. Pagado por un Estado volverá a realizar a la
inversa el trayecto aunque ahora de forma directa y sin “peligro”.
Gran, y cruda, ironía la del realizador. ¿Acaso no estaría mejor
en el país que dejó? ¿Espera igual destino a los niños de Sarajevo
que han marchado a otros lugares? ¿Serán desclasados toda su vida
como les ocurre a los refugiados de I
want you? Todos los seres de Winterbottom terminan por incumplir
su sueño de gloria para volver al origen. Es el caso de Jude, queriendo
salir del terruño y convirtiendo el blanco y negro en color. Al
final se hunde en la tierra y vuelve el blanco y negro a imperar
en su vida. Es la historia del dueño y creador de la ciudad en El perdón: alguien que ha encontrado oro
le ofrece el filón a cambio de su mujer y su hija (¿es quizá el
diablo?) para que a la vuelta del tiempo se vea obligado a pagar
por lo que hizo. Morirá sobre la nieve destruyendo antes su propia
obra. Es, en fin, el mismo caso de Tony Wilson en 24
hour party people.
El documento
se hace imagen en el indicado variopinto dibujo warholiano
que representa el filme. La primera parte, el primer fracaso, termina
con la separación de su mujer, lo que supone una conmoción en su
mundo, pero quiere mostrar que su caída es sólo producto de una
circunstancia. Si el comienzo del filme nos mostraba de forma metafórica
la ascensión y caída de Wilson, la segunda, en clave cómica, se
abrirá con el envenenamiento de múltiples palomas que caen muertas
a los pies de sus malignos (y divertidos) matarifes. Es la muestra
de lo que viene detrás. Un nuevo ansia del periodista por encumbrarse
y una nueva y definitiva entrada en el mundo de la vulgaridad. Para
mayor identificación con las cosas y lo seres, el propio Wilson
aparece hacia el final de la película. Ese soy yo, dice. Una forma
de comparar o identificar realidad y ficción.
Entre la gracia
y la desgracia, la crónica y el regodeo en unas inventivas el filme
pop de Winterbottom intenta ser la crónica de una ciudad, Manchester,
y de los movimientos musicales que ahí tuvieron lugar. Una fecha
abre la película, 1976, y un hecho: la presentación en sociedad
de Sex Pistols ante cuarenta únicas personas (menos había en la
Última Cena, ironiza el contador de la historia, y mira dónde se
ha llegado). Luego asistiremos a los lances que supusieron la creación
de grupos como Joy Division, New Order o Happy Mondays junto a las
empresas que los lanzaron o arroparon, tales como Factory o La hacienda.
Lugares, ambos, que fueron impulsados por Tony Wilson. Poniendo
en entredicho, en la línea marcada más arriba del arte como mentidero
de la realidad, 24 hour party people pasa revista a una
época y a una ciudad. Los hechos presentados, incluso en su atropellado
discurrir, sirven como forma de entender aquel momento en el que
se trata de preguntarse sobre lo que supusieron aquellos años. ¿Cuál
era el sentido real de los grupos? ¿Qué ideología había detrás de
aquellos movimientos? El filme une actuaciones con anécdotas o muestra
momentos tan intensos como las muertes de los cantantes de dos de
los grupos mostrados, bien por medio de un suicidio (impresionante
la secuencia en que muestra tal hecho después que el cantante termina
de ver por televisión una película de Herzog) o un infarto. La muerte
es el último acto de los personajes fanáticos de Winterbottom, incapaces
de huir de un trágico destino que siempre les ha marcado.
Queda dicho
que la ciudad en 24 hour party
people es importante, pero no solamente ocurre en este filme
de Winterbottom. En toda su obra la ciudad es elemento esencial,
aunque siempre distinta y distante. Será Manchester en esta película
como lo es Londres, oscura y tétrica, en Wonderland o la ciudad (siempre nevada,
perdida en el tiempo y el espacio) del oeste en El perdón o aquella otra portuaria de I want you o las variadas que irá encontrando el niño en su viaje
hacia Inglaterra en In this
World o, en definitiva, el trágico Sarajevo hundido en una guerra
tan absurda e inútil como todas las guerras.
Winterbottom
es un director extraño, aunque no tanto como puede aparentar. Si
lo es se debe ante todo a dos hechos: la aparente disparidad de
todo su cine y la incomprensible asiduidad de su realización, máxime,
este caso, cuando sus películas no son, ni mucho menos, exitosas.
Pero ambas cuestiones son engañosas. Su cine es dispar en cuanto
no pertenece a un género determinado. Así, ha hecho un (más o menos)
western, uno o dos thrillers, un filme de guerra,
una (al menos) comedia, un musical, y hasta está pendiente de estreno
una obra de ciencia ficción. Esta disparidad es muy relativa, ya
que en todo su cine hay temas muy concretos, ansias de documentar
una realidad, identificación con ciudades, clara inclinación hacia
la musical como determinante de la acción, valoración del paisaje
o del entorno... Eso sí, este director es capaz de hacer una película
simplemente partiendo de una canción (I want you) o centrándose en un hecho insignificante.
La segunda
extrañeza que menciono hace referencia a la continuidad de su cine.
Hace, algo que puede parecer raro, una película por año. ¿De dónde
sale la financiación de muchos de sus imposibles, o poco comerciales,
proyectos? No se pueden olvidar un par de cosas: Winterbottom ha
alcanzado una reputación, lo que le lleva a ser un cineasta asiduo
de festivales; y su formación televisiva le lleva a poner en marcha
un cine rápido y cuyo presupuesto no es excesivo. En este sentido,
muchos momentos de sus películas, muy bien elaborados, se ruedan
cámara en mano e incluso en formato digital. De todas maneras, el
director parece ser un entusiasta de su trabajo, ya que a la película
realizada por año hay que unir los trabajos que sigue haciendo para
televisión.
Si el realizador
es, como demuestra su cine en general y 24 hour party people en particular, un gran amante de la música, también
parece serlo del fútbol. Una de sus películas habla ya de ello,
Go now, mientras que en In this World los niños juegan a este deporte
en las aldeas perdidas de Afganistán. Pero, ahora, promete hacer
una trilogía dedicada al mundo del balompié. También hablará de
victorias y de derrotas o, mejor, de ascensiones y de caídas. Se
trata de contar la historia de alguien que llega a ser jugador del
Real Madrid. Sí, han leído bien, del club blanco. Esperamos, junto
a la llegada de su película de ciencia-ficción, la realización (y
posterior visión) de esa prometida trilogía, al parecer ya comenzada,
que nos hablará de ciudades y de deseos. Y naturalmente de pérdidas,
de fracasos. El mundo de edenes nunca conseguidos englobador de
las obras de Winterbottom.
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