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EL
DIABLO TOCA LA FLAUTA
Estamos viviendo,
desde hace años, un retroceso cultural inimaginable en los años sesenta.
Hoy parece odiarse todo lo que significa cultura, como siguiendo aquella
“dolorosa” máxima de Göebbels, el célebremente triste representante
del nazismo alemán, cuando dijo aquello de que “echaba mano a la
pistola siempre que escuchaba la palabra cultura”.
Públicos de
cualquier condición y clase parecen decididos a vivir en una nebulosa de
falsa felicidad en la que su sonrisa bobalicona muestra el falso
bienaventurado mundo en el que viven. ¿Para qué enfrentarse a problemas
si bastante tiene uno diariamente? ¿Qué es eso de la cultura?, o acaso
¿uno “vive”, come, y gana dinero, preocupándose por se culto?
Parecen cosas de otros siglos. La cuestión es quedarnos en nuestros
mundos (pobres) vivenciales de diversión, de profesionalidad exigida como
rendimiento y olvidarnos del resto. ¿Saber de literatura, de cine, de
pintura, de música...? Oiga, ¿eso sirve de algo? Sólo hay que saber de
lo que da de comer, de lo que nos proporciona el dinero necesario para el
sustento y... los demás.
Vivimos
en un engaño que no sólo otros tratan de vendernos los otros (medios de
comunicación y de presión –más bien de represión- organizada a través
de los tiempos) sino que nosotros mismos (claro, a través de un proceso
repetitivo e inoculado) vamos clonando. Para que preocuparnos del lenguaje
del cine si eso se nos da por añadidura, por ciencia infusa, al igual que
el conocimiento de la música o la pintura. ¿Acaso a alguien le preocupa
la reflexión que hace Tim Robbins en su apreciada Abajo
el telón sobre la curiosa aparición de un determinado tipo de
pintura en un momento determinado? ¿Es qué alguien trata de desentrañar
la razón que hay detrás de tal o cual película si nos suena a rollo?
Simplemente rollo –o no entendimiento, mejor no preocupación por
entender, no introspección por el sentido de la obra que un autor nos
ofrece- será todo aquello que no es capaz de divertirnos, de hacernos
pasar un buen rato.
Claro, el inculto, el ser digno de desprecio, es el
autor de la obra y no YO el gran “endioso” del maravilloso mundo
occidental del que formamos parte. Somos en cuanto tenemos (poseemos)
cosas no en cuanto adquirimos, o tendemos a ello, un determinado
conocimiento personal. En casos de cine (reciente) –no hablemos de las
otras artes- hay ejemplo a montones de películas interesantes y que han
sido defenestradas, incluso en cines cultos. ¿Cuánto tiempo han durado Réquiem por un sueño, In the
mood for love, Ni uno menos, Al
límite, Una historia verdadera... en los cines de estreno? ¿Cómo es
posible el fracaso actual de una película combativa como Abajo el telón cuando ayer –o anteayer- este título hubiera
hecho gritar de alegría a los públicos ante su “mensaje” cultural?
¿Por qué nadie se preocupa de tratar de entender el póstumo filme de
Kubrick desde su línea psicoanalista-onírica, quedándose con su
(inexacto) sentido realista amoroso?
Podemos argüir que es cosa de
siempre, que ayer (por seguir con Kubrick) la mayor parte de los que
asistieron a su (maravillosa) 2001, una odisea del espacio, dijeron que era un “tostón” increíble
(en aquellos momentos como la “cultura” era valorada más que ahora,
muchos se callaban, aunque no les hubiera gustado, y decían que era muy,
pero que muy importante). Hoy algunos, que negando el pan y la sal, siguen
diciendo, incluso, cosas peregrinas de aquella obra maestra de la
ciencia-ficción de finales de los años sesenta, como decir (lo he leído
en un artículo reciente) que no se ha cumplido ninguna de las
ideas-propuestas que el gran director pensó para ese año (que es éste
que está ya entre nosotros), olvidando que esa fecha (al
igual que títulos de novelas famosas con caducidad en sus títulos) no era más
que
la expresión de un “momento” de cambio; es decir: la fecha no es lo
importante.
Bueno, pues henos
aquí, en pleno siglo XXI incultos, orgullosos de nuestra incultura, y
cada día más jugando al curioso deporte por el cual la cultura se
mercantiliza o mejor sólo es cultura lo que da dinero. Podíamos poner, y
estudiar, varios ejemplos sobre el tema, pero vamos a ceñirnos a uno: la
aparición en plan “superman”, arrasador de todo cuanto encuentra a su
paso, de una tal Torrente, lo que equivale a Santiago Segura, otro más de
los variopintos S. S. que se dan cita en el mundo del cine. Lo malo no es
que este personaje (¿dónde termina S.S. y empieza “Torrente” o
viceversa?) sea anodino, ejemplo de la vulgaridad más elocuente del cine
(y de los personajes) de hoy, sino que sea aclamado como un curioso fenómeno
social y cultural. Incluso, ya ven, hasta los cines de alcurnia (esos que
suelen estrenar películas minoritarias) se apuntan para sacar dinero con
tal taimado y vergonzante personaje.
Segura ha sabido
desde siempre la importancia que suponen los medios. Es un claro
antecedente de ciertos personajes del concurso (impresentable) de Gran
hermano o de la vulgaridad de otros espacios televisivos como Tómbola
o Debat Obert. Ha dado forma
a un personaje, se ha paseado por los círculos necesarios para pasear su
palmito (allí donde pudiera ser conocido) y se ha creado una aureola de
hombre anárquico y contracorriente, o sea contra sistema. La triste
realidad es que lo verdad es al revés. Segura es un ser necesario para un
sistema político-económico que necesita amaestrar a sus ciudadanos desde
la vulgaridad, la ramplonería y la antiestética más radical. Entre la
figura de un Landa persiguiendo suecas o de un López Vázquez soñando
con curvilíneas señoras y este Segura no hay tanta diferencia como
actitud ni como personaje. Este personaje que se cree gracioso, porque
alguien le ríe sus salidas de tono, que se cree “autor” porque ha
creado un estilo (ya existente) basado en la sal gruesa y en el
desquiciamiento (no en el esperpento) más absoluto, es producto de una
triste sociedad, que encumbra a seres como él (y a otros en otras
“carreras” ya sean financieras, deportivas, políticas...).
Si entre las
“landadas” y las películas de Segura (y que, conste, tantos sus
tristemente truculentos cortos como sus dos, hasta ahora, Torrentes) no existe mucha diferencia, tampoco existe entre esas
series desde el punto de vista estético o artístico. Para entendernos S.
S., en ese sentido, no está muy lejos de las películas de Lazaga,
Klimowski,
o de las de Ozores Pero hay
algo más peligroso. Segura (mal actor también, casi siempre) sólo
parece tener una mira: ganar dinero. Los espectadores le interesan (o sea
las personas) en cuanto son capaces de dárselo, de acudir en manada (y
nunca mejor dicho) a recibir la correspondiente ración diaria de
incultura. Nada más. Para ello trata, casi siempre, y mientras le sigan y
le sirvan, de rodearse de una serie de amigos y amigas a las cuales
“explota” inocentemente (en la última película salen actores y
actrices o personajes conocidos como reclamo de venta). Son amigos de
conveniencia, de momento...
Está S. S. en su perfecto derecho de hacer
eso. Lo peor es que se lo admitan. Y que ciertas críticas bailen al son
que tocan. Lo extraño es que Segura se sorprenda que variados críticos
hayan vapuleado su segundo Torrente.
Y, creo que su sorpresa, estriba en no entender la razón de porque no
vapulearon también el primero tan indigno como el segundo. Pero, una cosa
es una gracia, una salida de tono, y otra muy distante admitirle paridas
tras paridas. O escuchar a alguien que habla de los Torrentes
como ejemplos de esperpentos. ¿Sabrá el tal crítico que es el
esperpento valleinclanesco?
De todas formas lo
peor de Torrente (del uno y del
dos) no es todo lo dicho (incluida el ser asumido, como también se ha
indicado, por cines de elite, tratando únicamente de ganar dinero: o sea
el susodicho síntoma cultural) sino su ética. ¿Por qué? El personaje
de Torrente muestra a un policía fascista convencido, pero, en el fondo,
un pobre hombre. ¿Cómo no nos va a caer simpático? ¿Cómo no vamos a
sentir cierto apego ante tan ser vulgar, del montón, (incluso más feo y
sucio), que liga y que es digno de compasión. Amarle, admitirle, es una
obra de misericordia. Y más, en las fechas de su estreno, en plena semana
santa (la segunda entrega). O sea que, nuestro
Torrente es un ser digno de alabanza, de ser adorado y admirado. Un
fascista que asume su fascismo. Un reflejo, a lo mejor, y sin que S.S.
lo intentara conscientemente, de un país y de un momento. De aquí el grave peligro que
encierran sus películas. No solamente son antiestéticos sino que son
también un ejemplo de claro mensaje para el espectador. Si
S. S. quería hacer una película crítica y antifascista ha obtenido lo
contrario (¿de verdad lo quería?), lo que demostraría su incapacidad
como narrador. En eso al menos las películas de Ozores y Cia eran
consecuentes con sus ideas. Derechistas y a la derecha más ultra en todo.
Para
Segura todos los seres somos, se quiera o no, unos vulgares Torrentes.
¡Maravillosa conclusión! –y dejemos a un lado, inherente a lo anterior, todo el
machismo que explota-. Mientras
obtienen sus buenos dividendos y extienden sus vergonzosas ideas, tanto
Segura como sus clones sonríen satisfechos: van a ser millonarios invitando
al espectador a “asentarse” en su incultura. Nada menos que Torrente
2 se ha convertido en la película de mayor recaudación en una semana
en toda la historia del cine español. Segura, que no tiene ni un pelo de
tonto sabe que es un muñeco de quita y pon, propio de un momento, y que
su estrella dejará de brillar con prontitud: su momento de gloria es efímero.
Por eso se aprovecha con rapidez de nuestra generalizada estupidez....
Pero de momento, sus películas y su figura se hermanan al atontamiento
cultural junto a los variados programas televisivos que como Gran
Hermano nos devuelven (ante la visión de sus protagonistas) la imagen
de la propia incultura en la que nos revolcamos. O quieren hacer que nos
revolquemos. ¿Hasta cuando? Simplemente, hasta que tengamos la valentía
de decir ¡BASTA! Mientras eso no ocurra los "Torrentes"
que pueblan el mundo seguirán riéndose (y no nosotros de ellos) y
aprovechándose de nuestro intento de confundir diversión con incultura.
Y es que hay diversiones (sanas) que también son cultura. Miremos, por
ejemplo, las comedias clásicas del cine americano (Hawks, Preston Sturges,
Leisen, Wilder, Edwards...) o a ciertas películas de humor de nuestra
cinematografía (Berlanga o los “esperpentos” cómicos que aquí
filmara Ferreri) y entenderemos la clara diferencia que existe entre una
cosa y otra. En ellas hay una diversión, una estética y una ética. De
todo ello carecen las películas (y los cortos) realizados por S. S.
Afirma, el avispado director-actor, que sólo pretende (con sus películas)
que la gene se descojone con ellas. Realmente sus palabras han sido alteradas pues lo
realmente quería decir es que sólo pretende (con sus películas)
descojonarse de los espectadores ya que lo inconcebible es que sus
“basuras” obtengan tal cantidad de espectadores. Cosas de este
maravilloso momento “cultural” en que vivimos. Terminemos con un frase
de Forges (permítasenos que donde aparece “Gran Hermano” nosotros
pongamos “Torrente”): “...para que haya un Torrente
hacen falta millones de primos”.
Adolfo
Bellido López
(director
de EN CADENA DOS).
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