El efecto Iguazú
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El pueblo unido...

En los últimos años ha aumentado en el cine español el cine documental.Hay películas que son necesarias. Esta es una de ellas. Debería proyectarse obligatoriamente en todos los centros escolares tanto en Bachillerato como en la Universidad. Una forma precisa de mostrar como defenderse frente al afán destructor de unas capas sociales acomodadas y que son capaces de vampirizar a los trabajadores, cada vez con mayor furia. El Poder tratando de ejercer el poder, de dictar ordenes que olviden la existencia de seres humanos cuya única mira no es ser poderosos: simplemente desean vivir de su trabajo... algo en los que muchos creen. No se puede decir lo mismo de la mayoría de los “mandamases” cuya único designio es aprovecharse de los más débiles para vivir a su costa.

De una época a esta parte han aumentado considerablemente en el cine español las películas documentales. Y, en ese, llamémoslo género (por decir algo) es donde nuestro cine está mostrándose más eficiente. He dicho muchas veces que no creo en el género “documental” y lo sigo afirmando. No creo en su existencia en cuanto con esa definición se intente explicar que tal género es sinónimo de realidad pura y dura: una forma de mostrar imágenes en las que se refleja “verazmente” lo que acontece en unos lugares determinados. Eso no es cierto en cuanto ese cine representa otro tipo de realidad. Algo idéntico por otra parte a lo que expresa el cine de ficción. O sea que el cine de ficción es tan realista como el documental, mientras que el documental es tan “creativo” y “manejado” como la ficción fílmica. Ver maravillosos “documentales” como  Hombres de Arán (excelente montaje, unión música-imagen, planos hermosamente compuestos), de Flaherty, explican perfectamente la unión entre lo documental y lo ficticio. No me refiero claro está a ejemplos más claros, y de por aquí mismo, como los significados por la extraordinaria obra de gente como Basilio Martín Patino (Canciones para después de la guerra, Caudillo, ¡Queridísimos verdugos!, La seducción del caos, Andalucía, un siglo de fascinación...) o Guerín (Innisfree, Tren de sombras, En construcción...). En esos casos se trata de documentales “apañados”, engañosos en su clara forma de “desconstruir” el género. Un objetivo que explícita claramente la propuesta de ese tipo de filmes donde impera -como en la mayor parte del cine- el “documento” como “referente” de la realidad.

Hay películas que han contado el enfrentamiento de los trabajadores contra un indiscriminado poder como si se tratase de “documentos”. Se ha partido bien de una total ficción, de una reconstrucción total de los hechos o de los hechos tomados mientras ocurren. En el primer apartado se encuentran títulos tan dispares como pueden ser (por citar casos recientes) El pianista, de Polanski o Felices 16, de Loach. En el segundo podría hablarse de Domingo sangriento, de Paul Greengrass. El tercero de estos casos vendría representado por este envolvente Efecto Iguazú.

El filme de Ventura trata de mostrar la evolución de la lucha obrera de los trabajadores de Sintel.El filme de Ventura trata de mostrar de forma clara y precisa la evolución de la lucha obrera de los trabajadores de SINTEL, una empresa dependiente de telefónica y que un día fue vendida sin saber muy bien a quién. Una forma de crear una empresa fantasma para poder despedir a gusto, y sin derecho alguno, a los trabajadores. Una vergüenza propia del falso estado del bienestar y de la globalización en el cual nos encontramos inmersos. Los miles de trabajadores de SINTEL, brillantes obreros especializados, no se quedaran de brazos cruzados, y fueron capaces (en un momento donde todo, en este país, estaba permitido para los gobernantes envalentonados por el silencio cómplice de todos nosotros asentados en el espejismo de la abundancia) de echar un pulso al gobierno y a una de sus empresas como era Telefónica. Detrás de todo ello se encontraba (al igual que en La cuadrilla, de Loach) el afán del capital por liberalizar cualquier empresa, aunque fuese de utilidad publica. Probablemente la sociedad de la opulencia no quiere identificarse en nada con una sociedad donde prive el derecho colectivo y, por tanto, se niegue a priorizar lo social sobre el ansia de arrogantes individuos dispuestos a enriquecerse a costa de lo que sea.

Si La sal de la tierra, de Biberman es uno de los más grandiosos filmes realizados nunca sobre un conflicto social (rodado con escasos medios y de forma que la historia “recreara fielmente” lo ocurrido en una zona cercana a la frontera entre los Estados Unidos y México) en donde se aunaba lo humano con lo social, El efecto Iguazú filma la realidad de la lucha y muestra los momentos más esclarecedores de un conflicto socio-laboral. Los trabajadores de SINTEL, al comprobar que sus justas reclamaciones no eran atendidas, levantaron un campamento en pleno Paseo de la Castellano de Madrid al que llamaron “Esperanza”. Su aposentamiento en el lugar fue en enero. Y allí, impertérritos, se mantuvieron hasta primeros de agosto de 2001. Muchos meses, muchos días de encierro y de protesta. Ellos siguiendo con sus acciones (y vida) cotidianas para forzar un (imposible) diálogo al tiempo que se organizaban en un campamento donde llegaron a convivir gentes llegadas de diferentes lugares del Estado Español. Ventura (conocido sobre todo por sus colaboraciones en el canal catalán TV3) se fue a vivir al propio campamento como manera de vivir “in situ” la situación de los trabajadores.

El efecto Iguazú no se inicia con el conflicto. No se ve montar, por ejemplo, las primeras tiendas, ni vemos el transcurrir de los primeros días en el campamento de esos exiliados de sus hogares en busca de algo tan elemental como un puesto de trabajo. Las cámaras de Ventura comenzaron a rodar durante el mes de mayo y estuvieron presentes hasta que los trabajadores, más cansados que convencidos, decidieron poner fin al conflicto ante las pruebas de buena voluntad que parecían emanar del Ejecutivo. Los Sindicatos, y he ahí otra gran lección del filme, fueron engañados. Es como casi siempre, por desgracia, terminan estas cosas. Las promesas necesarias para atajar los conflictos son palabras que después se lleva el viento.

El final de filme aúna lo satisfactorio y lo entrañable junto a un deje de melancolía al romper la unión de tantas personas como se reunieron (y lucharon) en Madrid durante cerca de doscientos días con un único objetivo común. Algunos espectadores han querido ver en el final una salida o optimista. Pienso que el preciso, y descorazonador, letrero final deja las cosas en su sitio.

Ventura no muestra el inicio del conflicto, sólo la parte final, cuando los trabajadores acaban por cansancio convencidos de la buena fe del ejecutivo.Al igual que ocurría en Los niños de la guerra, de Camino, la narración carece (¡que gran logro!) de una voz en “off” explicativa. No hay tal. Son ellos, los trabajadores y las voces de otros que estuvieron, durante esos días, cerca, las que hablan y conducen el relato. La labor de montaje es excepcional al haber tenido que optar por dejar en la “papelera” muchas imágenes no utilizadas (la película fue grabada en vídeo digital).

Directa explicación de unos hechos, muestra de sucesos significativos (la junta de accionistas de telefónica, por ejemplo), el interés de ciertos medios de comunicación por lo que ocurría en un lugar de Madrid, el seguimiento de un día cualquiera en la vida de los trabajadores, el paso de las estaciones (ese verano con las mujeres y los niños viviendo las “vacaciones” en los improvisados refugios de la Castellana), la ansiedad de los rostros, la emoción de unos abrazos o de una escucha radiofónica... Todo eso está en esta hermosa, grave, triste y gran película donde no falta el humor al igual que ocurría en aquella convivencia diaria en el campamento de la esperanza.

Se le puede achacar al filme un cierto tono panfletario al comprobar la importancia que la película concede al sindicato de comisiones obreras o al partido político de Izquierda Unida en detrimento (al menos parcial) de otros sindicatos y/o partidos. También es discutible la incorporación (en el filme) de algunos instantes que no son excesivamente relevantes para la narración del conflicto. Es el caso, sobre todo, de la manifestación del orgullo gay y en menos escala (al estar más integrado en el contexto de la narración) la asistencia, por parte de unos cuantos obreros de SINTEL, a las manifestaciones antiglobalización de Génova en el año 2001. Aquí, de todas maneras, la mayor crítica no estaría (en si) en el hecho de la presencia de los obreros en otra significativa lucha contra la globalización. Más discutible, en ese instante, sería la utilización de un montaje alternativo por el que se intenta emparejar a los personajes (y los hechos a los que se enfrentan) que han ido a Génova con aquellos otros que tratan de llegar a un acuerdo en Madrid.

Como nos cuenta uno de los obreros de SINTEL, El efecto Iguazú puede servir de metáfora para ponernos en aviso sobre determinados hechos. Algunos de los hombres y mujeres de SINTEL fueron invitados a visitar las impresionantes cataratas de Iguazú por la empresa en la que trabajaban. Años después, se nos recuerda, verifican que lo que vieron tiene semejanza con la realidad que ellos viven: un río aparentemente tranquilo desemboca en una impredecible catarata que se traga todo lo que navega por el falso remanso del río. El agua es así igual que el capital, la globalización que padecemos: algo aparentemente manso capaz de enfurecerse, cuando le viene en gana, y tragarse todo lo que encuentra. Unas imágenes grabadas por los trabajadores que hicieron aquel viaje en Iguazú, nos muestran -acompañando a las palabras del representante de los trabajadores- lo que significa ese “efecto” glotón. Pero realmente pienso que eso hecho también puede ser leído de otra forma: el mundo obrero (el pueblo) es capaz de decir un día basta y en su plante enfrentarse desde la unidad a los servidores del dinero. Difícil pero no imposible.

Un filme aleccionador, didáctico, notable como forma de contar una historia real desde el mismo punto/lugar en el que ocurre. Y, además, cosa insólita en el cine español oyéndose con claridad todo lo que se dice. Extraordinaria, por cierto, la aparición de Saramago y sus vivas palabras expresando con rotundidad su “radicalismo” de persona mayor. Del indiscutible Goya al mejor documental concedido a  este comprometido efecto iguazú, deberían aprender tanto filme “light” y complaciente como hoy abunda por estos y otros lares y de los cuales títulos como Full Monty o Los lunes al sol son claros ejemplos. Lo enjundiosamente comercial jugueteando con los temas comprometidos, no quiere decir siempre que se logre aquello que, aparentemente, se intenta conseguir. Si no se consigue, no nos engañemos, es flaco servicio el que se hace a cualquier movimiento reivindicativo.

Adolfo Bellido

EL EFECTO IGUAZÚ

Título Original:
El efecto Iguazú
País y Año:
España, 2002
Género:
Documental
Dirección:
Pere Joan Ventura
Guión:
Georgina Cisquella
Intérpretes:
documental, no profesionales
Distribuidora:
Cre-Acción Films S.L.

 

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