Sin perdón
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Silencio roto

A un servidor le da la penosa sensación que bastantes de nuestros cineastas de cierto renombre se repiten como el ajo. O sea, que vista una de sus películas, ya están vistas todas las restantes. Es verdad que la unidad de estilo y que  una consecuente continuidad en temas y preocupaciones suelen ser una constante en los grandes maestros del cine: pero su genio nos hacen ver las imágenes cinematográficas como si fueran nuevas, nos sorprenden con planteamientos estilísticos y resoluciones artísticas totalmente diferentes. Es decir no nos dan la sensación del “dejà vu” de cierto cine español encumbrado. 

Y lo digo por Montxo Armendáriz, cuyas dos mejores películas (la primera: Tasio, y la penúltima: Secretos del corazón) se parecen como dos gotas de agua: su propia forma estética y estilística parece copiarse a si misma. Silencio roto también adolece del mismo defecto. Los mismos paisajes y paisanajes repiten paseo por el celuloide, con sus secretos escondidos de corazones frustrados, con sus protagonistas casi adolescentes, con esa mirada de corte ecológico sobre el paisaje, con la tensión entre pueblo y ciudad (el clásico tema del “elogio de aldea y menosprecio de corte”), con personajes pintados en casi blanco y negro, elipsis montadas con encadenamientos de fenómenos meteorológicos o de la propia naturaleza y con un montón de metáforas que se repiten y son tan explícitas que se convierten en molestos subrayados. 

Parece ser que esta última película del director vasco-navarro no ha andado exenta de cierta polémica sobre su propia originalidad. Concretamente, se le ha acusado de haber plagiado en su guión a algún escritor valenciano que tiene escrita una novela sobre el mismo tema y de la que se han tomado elementos de ella para copiarlos en la película: sea como fuere, lo cierto es que Silencio roto recuerda demasiado (salvadas las distancias) a la reciente You're the one de J. L. Garci. Casi los mismos años (1945), casi el mismo decorado (un pueblecito del norte), un mismo personaje (una mujer de la ciudad que vuelve al pueblo de sus orígenes), el oprobioso ambiente de la represión de la dictadura y también, aunque en distinto plano, la presencia de los maquis. Y curiosamente, también y en el mismo año pasado, Gonzalo Suárez  revisita ese tiempo de posguerra, y esos paisajes norteños y ese opresivo ambiente de la dictadura franquista con El portero. ¿No tienen razón ciertos espectadores que dicen estar hasta el moño de películas sobre ese ingratísimo tiempo pasado? ¿o habrá que llamarlos desmemoriados reaccionarios? 

Pese a esto, Silencio Roto quiere ser una película más original que otras sobre los terribles y difíciles años de después de la Guerra (in)Civil Española. Quiere ser neutral, pero sigue teniendo en mismo regusto desabrido que aquellas realizadas en tiempos de la dictadura: se continúan exaltando a unos como héroes y víctimas y denostando y execrando a otros como verdugos. Sigue todavía mirándose la Guerra Civil como un conflicto de buenos y malos. Pero aún hay más, y eso es más peligroso: permite una sospechosa segunda lectura a favor de un sangrante conflicto político que hay hoy en nuestra patria. Y no señalo más. 

La intención de su director es destapar el silencio que la historiografía y también el cine han ocultado acerca de la resistencia antifranquista que luchó escondida en la montaña, como guerrilleros –los maquis-, esperando que las potencias democráticas europeas y el movimiento comunista les ayudaran a derrocar la oprobiosa dictadura franquista. Pero Europa le dio la espalda y Stalin, desde la URSS, dio otras consignas. O sea que, como hizo la política informativa franquista y la amordazada prensa de aquel tiempo, no se les considerase bandoleros y bandidos (en realidad, al final,  algunos por corrupción devinieron en eso). Ahora y oficialmente se ha llegado a reconocer su valía como hombres (también había mujeres) que lucharon contra el fascismo, por el ideal democrático. Estamos de enhorabuena, porque se ha hecho justicia a unos hombres y mujeres que en su tiempo lucharon por unos ideales democráticos, aunque dominados, eso sí, y como se apunta en el filme, por el partido menos democrático del mundo: el comunista.

Toda esta situación se cuenta en la película siguiendo el endeble hilo del amor de una muchacha que retorna a su pueblo natal en busca del trabajo que no encuentra en la ciudad y allí se enamora de un joven herrero que se tiene que echar al monte como maqui para salvar su vida de la dura represión de la Guardia Civil. Todo esto se cuenta con una puesta en escena muy poco imaginativa, una fotografía remilgada e inapropiada (el bosque muy bonito, el pueblo muy pintoresco) para lo que se quiere mostrar (el cine de Montxo Armendáriz parece a veces el cine de James Ivory a la española). 

Lo mejor de la película es que está vista desde el punto de mira de las mujeres, que son la que verdaderamente sufrieron las consecuencias de estas situaciones. Pero al filme le faltan elementos fundamentales ¿dónde está el alcalde del pueblo?, ¡el cura sólo aparece diciendo misa! Seguramente Montxo Armendáriz con el ánimo de un pacifismo a ultranza (¡uf, ese arco iris que sale al final de la película!) ha eludido a dichos personajes. Le sobran también muchos subrayados, como el rollito de la sonrisa del protagonista, el endeble argumento amoroso, la represión de la blasfemia o el traslado del cadáver en carretilla o la excavación de la tumba a la puerta del cementerio (escenas horriblemente planteadas). Sólo las actrices secundarias femeninas están acertadas; igualmente los secundarios –algunos encarnando personajes muy tópicos (el maestro represaliado, el cacique)- están convincentes en su actuación.  Pero no así sus dos protagonistas principales: Juan Diego Botto está fuera de su personaje y ella, Lucía Jiménez, fuera de lugar.

 José Luis Barrera                

Silencio roto

Nacionalidad: Española, 2001. 

Dirección: Montxo Armendáriz. 

Guión: Montxo Armendáriz. 

Fotografía: Guillermo Navarro. 

Intérpretes: Juan Diego Botto, Lucía Jiménez, Mercedes Sampietro, María Botto, Alvaro de Luna.

 

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