Soderbergh
se mueve últimamente entre la originalidad y la sumisión a las grandes
productoras. Su comienzo (discutible) fue fulminante. Sin llegar a la
treinta se llevó el premio de Cannes por Sexo, mentiras y cintas de vídeo. Un curioso pero muy menor filme,
Después de aquel inesperado triunfo, y que dio esperanzas de juventud al
maltrecho cine norteamericano actual, trató de buscar una forma de
expresión propia que aún no ha alcanzado. Original, si se quiere,
incluso difícilmente encasillable, Soderbergh ha decidido últimamente
formar una pequeña productora con su amigo, el actor George Clooney, con
lo que al parecer trata de redimirse de algunos de sus pecados, es decir
de hacer las películas que la industria le reclama. Y así entre títulos
a mayor gloria de Julia Roberts o del propio Clooney nos ofrece un
personal (y algo insólito) El halcón inglés, un filme experimental repleto de flashback,
muy superior a ese juego de circo (por cierta similitud) que es Memento.
Ahora antes de
enfrentarse a una serie de retos que implican sendos “remakes” de La
cuadrilla de los once y (lo realmente insólito) de Solaris
nos ofrece esta discutible y personal bajada al infierno de la droga. Basándose
en una serie de televisión de corte documental, Soderbergh ha tratado de
presentar la lucha del narcotráfico de drogas entre Estados Unidos y Méjico.
El problema es que la historia o, más bien, historias que se muestran en
la pantalla, no son demasiado convincentes unas veces por ausencia de
datos concretos sobre el tema, otras por la gran parcelación del relato
aparte de no quedar definidos con exactitud personajes y situaciones. No
se puede entender como un fiscal antidroga de Estados Unidos pueda ir sin
protección alguna (y con su primoroso coche), a bucar a su adicta hija a
un barrio de drogatas, ni cómo se produce un cambio tan grande en
el personaje interpretado por Catherine Zeta-Jones, que pasa de ser
ignorante de los negocios de su marido a convertirse en experta mujer de
sucios negocios. Y para que hablar de lo tópico de los niñatos y niñatas
drogadictos. O de las situaciones –o resoluciones- totalmente simplistas
y torpes: el policía americano que después de la muerte de su amigo
entra en la casa –se le permite entrar sin demasiados problemas- de
Catherine y su marido para...colocar (triunfador, él) un micrófono espía
debajo de una mesa...
Lo mejor del filme
es la forma utilizada: un tono de color para cada una de las historias
(tres o cuatro, o incluso más, según se mire), así como la perfecta
utilización del montaje (se pasa constantemente de una a otra con total
precisión) y de los saltos temporales (no sólo espaciales). Eso, el no
contar todo, dejar lagunas para que el espectador pueda poner algo de su
parte, dar un determinado sentido a la narración es algo realmente
destacable y propio de alguien que es algo más que un simple aprendiz.
Por
el contrario, no se puede entender como S. S. no parece consciente del
tono de su película, de que, en definitiva, es un rodaje con actores
conocidos de una trama de tintes, por supuesto, realistas, pero alterada
por el lógico sistema de rodaje. El cine, parece ignorar el realizador,
es una mentira, creadora de la propia verdad de la imagen creada. De ahí
el error de los realizadores del movimiento “dogma” a los que,
incomprensiblemente, S. S. parece adherirse. O una de dos o no ha
entendido las (discutibles) propuestas del movimiento o piensa que el cine
–lo cuál no creo- es algo real. ¿Por qué digo esto? Simplemente
porque al final (y de una larga procesión de letreros de crédito) se han
suprimido los nombres de los principales hacedores del filme, es decir el
los guionistas, fotógrafo y cámara, música, montaje y realizador. Quizás
por dejar, bien, el valor del producto a un entorno colectivo o por cedérselo
a los actores y a la gente que nunca se nombra. O a lo mejor se trata de
un falso sentido de modestia ya que todos sabemos que Soderbergh hace las
labores, además de director, de fotógrafo, cámara y montador. ¿O es
que su inmersión en el movimiento “dogma” se debe solamente al uso de
la cámara a mano, como, se predica, debe ser el rodaje (realmente...
falso) de un documental? De cualquier forma es digno de alabanza cómo
lleva la cámara a mano, que incuso (con sentido periodístico) es capaz
de “bascular” (simplemente lo preciso) en la escena de la rueda de
prensa de Michael Douglas (vista desde el pretendido punto de vista de un
reportero televisivo).
Filme admirable en
muchos instantes (el comienzo con el apresamiento de la droga y la
posterior secuencia de la incautación por los militares, el atentado en
el parking, el tiro de gracia del amigo del policía mejicano...) pero
torpe e ingenuo en otros (el ridículo envenenamiento del testigo, el
despertar de la joven drogada ante las caricias del padre...). Pero , y
esa es su grandeza –y su peligro- que se sigue de un tirón, ya que
mantiene un perfecto ritmo y sentido del cine.
Lo malo no es ya
los momentos ingenuos y torpes sino la tesis que el filme desprende. No es
que sea reaccionario es que es hábilmente engañoso en su defensa de unos
valores y una sociedad. Algo muy importante que debería tenerse en
cuenta. Que conste: no estoy tratando de decir que el filme es malo porque
presenta una discutible postura. No, lo malo es que oculta su verdadera
dimensión ideológica. Señalemos algunos ejemplos: el policía mejicano
quiere cazar a los “narco” para que los niños de Méjico puedan jugar
de noche al béisbol; la maldad está en Méjico, ya que allí es desde
donde mandan la droga a Estados Unidos, para que sus buenos ciudadanos
corran el peligro de hacerse adictos a ella, y de forma prioritaria los jóvenes...
; el canto a la familia feliz y unida (aunque nada tenga que decirse) en
un gran casa asequible a los seres dignos de ella. Y eso por no hablar del
(sin) sentido moral de algunas actitudes. Me fijaré en una sola: el bueno
de la película –el más bueno- parece ser el policía mejicano. Supongo
que el personaje con el que se identifica el espectador. Pues bien el tal
“elemento” (aparte de sus curiosas ideas sobre el bien de su país y
de las apetencias, y necesidades, de los niños y jóvenes) denuncia a su
amigo, que es ejecutado. Éste antes de morir pide perdón a su delator,
ya que cree va a morir con él y por su culpa. ¿Por qué le denuncia?
Simplemente para (ya que aquel quiere contar realmente lo que está
ocurriendo, que intereses tienen los militares en el narcotráfico) poder
él contar realmente lo que su amigo quería y hacerlo impunemente, así
todos creerán que quién contó lo que ocurría era su amigo. Así podrá
decir a la esposa de su amigo (?) muerto, que gracias a él han cogido a
los “malos”. De risa, eso proceso que implica una delación desde otro
delación para evitar a su vez salvarse del odio de los encausados.
Traffic
es, pues, una obra irregular, que muestra muy claramente la dualidad y el
desconcierto en el que se mueve el cine de Soderbergh.
Adolfo
Bellido López
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Traffic.
Nacionalidad:
EEUU, 2000.
Dirección:
Steven Soderbergh.
Guión:
Stephen Gaghan.
Argumento:
la serie televisiva de Simon Moore.
Música:
Clifft Martínez.
Intérpretes:
Michael Douglas, Benicio Del Toro, Luiz Guzmán, Dennis Quaid, Catherine
Zeta-Jones
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