Otra
nueva película sobre la II Guerra Mundial y otra más que “bebe” en
el cerco de Stalingrado. Hace unos siete años se estrenó una película
alemana con el título de la ciudad. Y no estaba nada mal. Annaud es un
director con una cierta aureola que le santifica como realizador de cierta
enjundia o culto. Ahí están En
busca del fuego o El nombre de la rosa como ejemplos... aunque no sé muy bien de qué.
Al menos el filme prehistórico tenía un cierto encanto (?) didáctico (¿?)
en el más difícil todavía de hacer que sus personajes se expresaran por
gruñidos. En la adaptación de Eco debió pensar en realizar (a lo mejor)
un homenaje al cine de terror. ¿Y después? Aventuras ecológicas (El oso), más cosas literarias (El
amante) y más naturaleza (aquellos inefables Siete años en el Tibet).
Enemigo
a las puertas quiere (en la mayor parte del metraje) rendir tributo al
western. En la otra (el comienzo) rinde homenaje al inicio de Salvar
al Soldado Ryan. Ésta, la primera, es la mejor parte de una película
bastante insatisfactoria, que cambia de registro con una facilidad
pasmosa. ¿Qué tiene de bueno ese inicio? Mostrar –al estilo Spielberg-
la guerra de forma apocalíptica: un infierno con tintes de pesadilla. Un
dibujo perfecto de un mundo caótico donde lo único importante es
subsistir. Es el momento en el que entramos en conocimiento con el
protagonista, un buen Jude Law (Vassilli) que da vida a un personaje real:
un francotirador ejemplo de la resistencia por la defensa de la ciudad.
Ruinas, bombardeo sobre ruinas, seres obligados a avanzar (nada de heroísmo,
de exaltaciones...). No hay posibilidad de escape. Adelante y atrás está
la muerte. Se avanza y se cae o se retrocede y se les elimina como
desertores. Montones de cadáveres, amontonados unos sobre otros y escondiéndose
entre ellos gente que aparenta estar muerta. Y, por si acaso, se dispara
sobre unos y otros (los muertos y los que pueden estar escondidos entre
los muertos). La secuencia del comienzo con los soldados soviéticos
obligados a marchar (como prisioneros) en un tren a Stanlingrado, la
mirada de Vassilli y una mujer, la llegada a la ciudad (o mejor, a sus
ruinas), la entrega alternativa a los soldados de un fusil y de munición,
el ataque suicida, el encuentro con Joseph Fiennes (el comisario político),
la obtención del fusil por parte de Vassilli y los soldados alemanes a
los que va abatiendo son momentos realmente admirables, máxime en cuanto
todo está visto bajo el punto de vista del posteriormente famoso
francotirador (un personaje, Vassilli Zailsev, considerado realmente como
uno de los héroes de la defensa de la ciudad). Su mirada alucinada, su
inesperado heroísmo van delimitando unos momentos excelentes, donde el
dibujo “apocalíptico” de Annaud se corresponde con el propio infierno
que vive el hombre.
Más
discutible es su primer recuerdo de niño (primeros planos con los que se
abre la historia) cuando empezaba, junto a su abuelo, a cazar lobos y cuya
precipitación le llevo a ocasionar un determinado daño. O sea que, ese
momento inicial, trata de dar a conocer al personaje principal como
tirador y como persona que necesita superar una determinada culpabilidad
del ayer.
Una serie
de nuevos elementos entran en la película. Y, con ello, comienzan sus
debilidades e incongruencias. La presencia –necesaria por motivos de
producción- de la miliciana Tania, erudita en el idioma alemán, lo que
posibilita el duelo amoroso entre los dos hombres (el francotirador y el
comisario político) por lograr su amor y la llegada del erudito
comandante alemán (otra brillante interpretación debida a ese gran actor
que es Ed Harris dando vida a Koening).
La
primera de las historias (la miliciana universitaria y judía
que prefiere al analfabeto provinciano antes que al sabelotodo
comisario político) da paso a una serie de personajes que se van a
introducir (muy mal) en la segunda (o tercera) de las historias: la
caza-enfrentamiento entre los dos hombres (Vassilli y su cazador Koening).
Podía añadirse la presencia de algunos personajes tópicos o demasiado
burdamente trazados como el interpretado por Bob Hoskins (Kruschev, años
más tarde“jefe” de la URSS)
¿A qué
se deben esos fallos o la resolución (nefasta) de ciertos momentos? Es
difícil, por ejemplo, comprender como no se puede capturar a Vassilli, si
se tiene controlado al niño-topo, sacrificado finalmente por Koening
(algo que se no se ajusta a su manera normal de actuar). Tampoco se puede
admitir fácilmente la manera de “andar” de los francotiradores soviéticos
por encima de la ciudad o de las tropas enemigas en sus
“paseos” en busca del “enemigo”. De acuerdo que se quiere
presentar el mismo esquema caótico de las primeras imágenes, pero ahora
todo aparece como más etéreo, difícilmente comprensible. Sí tan fácil
fuera el caminar oculto entre
los soldados (pasar, por ejemplo, por unas tuberías, por encima del
enemigo) sería fácil llegar hasta ellos para destruirlos.
De estas
últimas trata de sacarse una serie de conclusiones demasiado forzadas,
como puede ser el triunfo del proletariado, del hombre del pueblo, frente
al refinamiento y al saber de “libro”. Aparte, claro está, de todo el
carácter simbólico que el filme va teniendo: el lobo no cazado por el niño
se identifica con el comandante alemán.
Quisiera
añadir un nuevo punto que debe tenerse en cuenta, algo más respecto a la
presencia –poco comprensible- del comandante alemán. ¿Cómo un
comandante es designado para perseguir y dar caza a un francotirador? ¿Es
admisible que esa fuera la labor de un oficial alemán en la guerra?
Vuelvo a insistir en el planteamiento metafórico del personaje (lobo) y
de la lucha entre mundos opuestos. Sólo hace falta ver a Ed Harris en un
vagón de un tren llegar a la ciudad (¿tan fácil era para los alemanes
llegar en trenes “acondicionados”?) para comprender de qué va la
cosa. El comandante aparece como un auténtico “dandy”. Un ser culto,
refinado, lee (se supone) algún autor clásico, toma una copa (ídem) de
buen vino... Es decir, la lucha (que incluso se llega a decir en un
momento) entre el opresor y el oprimido, el “jefe” y el “obrero”.
Pero
vayamos a un último punto de interés. Toda esta parte de la caza entre
los dos individuos está contada como si de un western se tratase. Es un
duelo entre el héroe y el antihéroe que terminará con la muerte de uno
de ellos. Las miradas, la espera, el lento movimiento de apretar el
gatillo, el silencio, la manera de esconderse, los trucos... se articulan
como en cualquier clásico filme del cine del “oeste” americano. Está
claro que a Annaud le gusta el cine de género. En muchos de ellos se
puede encontrar cual es el referente, aunque el más claro (además de éste,
pero en otro registro) es como hemos señalado
El nombre de la rosa en
su toma de contacto con el cine de terror. Algunos de los momentos de Enemigo a las puertas, moviéndose en el terreno del western, son
buenos. No todos. El mejor (aunque no sea novedoso, ya que el juego con el
cristal roto que sirve de espejo y después para deslumbrar al enemigo está
sacado de algunos títulos clásicos del género) es el enfrentamiento
final entre ambos personajes. Un clímax conseguido en la lentitud –un
tiempo estirado al máximo para dar todo el sentido requerido de ansiedad-
va construyendo una buena secuencia que termina con ese hermoso detalle de
Ed Harris, al verse perdido, arrojando su gorra militar, pero a la que le
sobran otra serie de detalles (Vassilli tratando de atraer hacia si el
fusil). Secuencia que junto con los quince minutos iniciales son lo
realmente destacable de un filme que se queda en una medianía cuando pudo
ser grande (sobra la vuelta al recuerdo de la niñez y a la frustrada caza
del lobo -¿lo conseguirá ahora?- y, por supuesto, el final edulcorado y
reconciliador).
Mejor que
los últimos de su director, sigue sin demostrar aquello que hasta ahora
no nos ha demostrado: no es un gran realizador, por el momento es
simplemente un contador de historias que logra su mejores éxitos cuando
tiene entre manos buenas ideas.
Adolfo
Bellido
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Enemy
at the gates
Nacionalidad:
Alemana-Británica-Irlandesa, 2001.
Dirección:
Jean-Jacques Annaud.
Guión:
Jean-Jacques Annaud y Alain Godard.
Música:
James Horner.
Intérpretes:
Jude Law, Joseph Fiennes, Rachel Weisz, Bob Hoskins, Ed Harris
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