Historias de la radio (1955), de José Luis Sáenz de Heredia

  11 Marzo 2021

Película entrañable e inolvidable

historias-de-la-radio-0Había visto Historias de la radio en el cine hace añares y hace unas noches la volví a ver en TV. Es un film maravilloso, de aquella gloriosa época de los cincuenta, cuando no había TV y lo que se escuchaba era la radio.

En este contexto de casi posguerra, José Luís Sáenz de Heredia dirige magistralmente esta comedia a veces con tintes de tragedia, donde se relatan pequeñas historias basadas en concursos radiofónicos, todas ellas conectadas el locutor Gabriel y su prometida, que llevan al espectador al núcleo básico de los valores humanos encarnado en los diferentes personajes que van pasando por la pantalla y por la radio.

La película cuenta tres historias «mínimas» centradas en concursos de radio, vertebradas por Gabriel (Francisco Rabal) y su novia. La primera es de dos inventores que pretenden sacar adelante la patente de un motor, o mejor, un pistón y necesitan dinero, para lo cual uno de ellos deberá llegar cuanto antes a la emisora de radio vestido de esquimal.

La segunda muestra un hombre que está robando en casa de su patrón, un buen ladrón que roba para pagar al que le roba, y cómo al final se concilian los sucesos por la mediación de un simpático sacerdote y un ladronzuelo pobre que cada día roba el cepillo de la iglesia para poder comer.

Y la tercera historia trata de un niño enfermo de un pueblo perdido, de nombre Horcajo de los Montes, que necesita ir a Estocolmo para que un médico le cure su dolencia.

Estas historias constituyen la trama de esta película. Las historias son entrañables e hilarantes, llenas de sentimiento y gracia, también de humanidad y sentido solidario. Sin olvidar a los dos oyentes gorditos que cada mañana se juntan para hacer su tabla de gimnasia radiada.

El film cuenta con un elenco de intérpretes de primerísima fila, muchos ya desaparecidos, pero que dan cuenta de la magnífica cantera actoral y de artistas que se dieron cita en este film y en aquellos años. Actores, actrices, artistas o presentadores de radio como Paco Rabal, Tony Leblanc, José Luis Ozores, Pepe Isbert, Guadalupe Muñoz Sampedro, Teresa del Río, Alicia Altabella, Gracia Montes, Juanjo Menéndez, Ángel de Andrés, Alberto Romea, Bobby Deglané (presentador de radio), José Luís Pecker (presentador de radio), el torero Rafael Gómez «el Gallo», el futbolista Luís Molowny, la cantante de copla Gracia Montes, etc.

¡Todo un lujazo de reparto y artistas! Sin olvidar la excelente música de Ernesto Halffter o la hermosa fotografía en blanco y negro de Manuel Beringola.

Para hacer honor a este film habría que recomendar a los más jóvenes que imaginen cómo eran aquellos entonces cuando no había Televisión ni Internet; cuando algunas calles no estaban ni asfaltadas, sobre todo en los pueblos. Cuando los niños jugaban a sus anchas por campos y sembrados, tiraban piedras con el tirachinas, jugaban a los cowboys por los prados o al fútbol en la plaza del pueblo con porterías improvisadas.

historias-de-la-radio-4

Cuando las amas de casa se dedicaban a sus labores mientras escuchaban la radio. La misma radio que escuchaban los hombres a la vuelta del trabajo o los niños cuando se relataban cuentos o se ponía música infantil. Programas como Cabalgata fin de semana, de 1951, con Bobby Deglané (que sale en la película); Ustedes son formidables, en los sesenta, dirigido por Ángel Carbajo y presentado por Alberto Oliveras; Matilde, Perico y Periquín, un serial radiofónico enmarcado en el estilo de comedia costumbrista producido por la SER con Matilde Conesa, Matilde Vilariño y Pedro Pablo Ayuso; Discomanía, que presentaba Raúl Matas en Radio Madrid; Vuelo 605 en Radio Peninsular, presentado por el mítico Ángel Álvarez con más de 40 años en antena…

O radionovelas de finales de los cincuenta, como Ama Rosa, con guiones de Guillermo Sautier Casaseca, que las jóvenes escuchaban enfrascadas en rocambolescas historias de amor. Y anuncios como la música del Cola Cao («Yo soy aquel negrito del África tropical»), y tantos anuncios de detergentes (Omo, Ese) y otros: ¡toda una batería de publicidad que hoy veríamos como de estilo naif!

En fin, eran muchos los programas y pocas las emisoras, pero era el único entretenimiento moderno de contacto con el exterior, que servía también para escuchar las noticias, los pregones de algunas festividades, el discurso de algún avezado político de la época o la música sacra en Semana Santa. Pero también y principalmente los concursos y los programas musicales, muchas veces en directo, eran las joyas de la corona radiofónica, amén del fútbol, claro; o sea, las retransmisiones de los partidos, pues que en aquellos entonces no había prácticamente otro deporte; ni tenis, ni golf, ni Fórmula 1, ni motos, ni apenas baloncesto que era un deporte muy minoritario: ¡el fútbol!

Este fenómeno nacional del fútbol se pone en evidencia un episodio de la película en el que el participante es preguntado al doblar la cantidad de dinero apostada en el concurso, por el dato de un partido menor, pregunta imposible prácticamente de saber, y que el pobre concursante, a la sazón maestro nacional, responde tras una lipotimia que le había hecho desvanecer, pues el protagonista de la noticia era ¡él mismo! («¡Yo, Anselmo Oñate, Pichirri, en 1915, y de penalty!»).

historias-de-la-radio-3

¡Genial! Consigue el dinero necesario para que el pobre niño rural viaje a Estocolmo a que lo opere una eminencia, pues esa era otra: entonces, cualquier enfermedad que se saliera de un resfriado, había que asistir quien pudiera, que eran pocos, a especialistas en ciudades como Madrid, Barcelona o alguna capital europea o americana ¡Cuánto ha cambiado también para bien la sanidad en España!

Así que, como vemos en la película, en esa época de carencia, los concursos daban la oportunidad a pobre gente de ganarse unas pesetas, lo más tres mil, como cuenta la película. Tres mil pesetas son menos de veinte euros, por si algún joven lee estas líneas y no lo sabe. Pero entonces era un fortunón. Y además, entonces el dinero era una necesidad de primer orden, lo cual se ve claramente en la última historia, cuando 2.000 pesetas significaban la supervivencia o la salud: salvar la vida de un pobre niño de pueblo enfermo.

Algunos dicen que esta película retrata una España gris y casposa, pero yo digo que es un film encantador, gracioso y entrañable donde se ponen en valor la solidaridad o la buena vecindad, el perdón o la amistad. E incluso el amor, un amor propio de aquellos entonces, cuando los novios lo eran para casarse y formar una familia sin más preámbulos.

Amigos, si algún día tienen oportunidad, véanla: es una película con corazón, una obra sencilla pero aleccionadora y reconfortante, una de esas películas que no se olvidan.

Escribe Enrique Fernández Lópiz

  

historias-de-la-radio-1