Estreno mediocre de elevadas pretensiones
Segunda película del director argentino Rodrigo Fernández Engler y primera peli de 2022 que veo.
En ella la familia Ferradas viaja a Oklahoma (EE. UU.), pues unos inversores norteamericanos le han ofrecido una espléndida oferta para comprar Buen Mar, la empresa familiar que durante décadas se ha dedicado a la pesca. Máximo (Mariano Martínez), el hijo menor y rebelde, propone aceptar el trato, vender y soltar la compañía que su abuelo y padre Francisco (Jorge Marrale) han explotado con mimo durante años, y que otros tomen la posta.
Aunque su hermano (Sergio Surracco) advierte que observa algo que no le convence en este negocio, Máximo insiste en cerrar el trato, lo cual desata un gran enfado por parte de aquel, que no quiere deshacerse del legado familiar.
Finalmente se accede al acuerdo y, casi al punto, Máximo le pide al padre su parte de la herencia, dejando la placidez del hogar para ampliar sus horizontes, tanto personales como financieros. Aquí inicia un largo viaje que lo llevará a tierras lejanas, con la ambición de construir su propio imperio.
Se instala en Perla del Mar, un pueblo pesquero en la Patagonia argentina, donde conoce a Caviedes, un seguro y enigmático empresario de cierta edad, que es el nexo entre los estadounidenses y Buen Mar (encarnado por el consagrado Arturo Puig), que conduce al joven Ferradas en el mundo de los negocios y la política argentina, prometiéndole éxito para su pretensión de acceder a un cargo ministerial.
Para eso debe contar con el apoyo del gremio y modificar la legislación pesquera, algo que no es sencillo, sobre todo porque cuenta con la resistencia del grupo de pescadores más modestos. Ahí será cuando Máximo conozca a Coletto (Osvaldo Santorio), un pescador artesanal, con quien se enfrenta por la ley de pesca; y conoce, en un plano bien distinto, a Maite (Mercedes Lambre), una hermosa y solitaria joven, de la que se enamora perdidamente, por primera vez en su vida.
«Yo no soy ellos», dice Máximo ante el apoderado de la empresa creada después de la adquisición de lo que hasta entonces había sido un emprendimiento familiar, por parte de una multinacional. Se refiere con «ellos» a su hermano, su padre y cuantos habían conducido con honestidad los destinos de la pesquera. Pero no existe la palabra «honestidad» en el vocabulario de Máximo, que negocia a espaldas de su familia un cambio en el acuerdo original.
Máximo se sumergirá en este mundo. Allí, tan vertiginosamente saboreará el ascenso y el éxito, como padecerá posteriormente su fracaso y caída. Finalmente podrá encontrar su redención.
Esta cinta trae, por un lado, el capítulo de la familia, uno de los temas esenciales del filme. Lo que va ocurriendo entre los miembros de los Ferradas puede remitir a cualquier espectador a situaciones y realidades que pueden suceder en su círculo cercano: rivalidad, peleas, desacuerdos, envidias o desencuentros. Una propuesta que apela a valores, la familia y que tiene a la figura del padre en el centro.
De otro lado, hay algo que a Fernández Engler no le sale bien, pues siendo que el protagonista es un joven presuntuoso y osado, el libreto lo quiere dotar de un buen corazón, como demuestra la aparición de un interés romántico que no termina de cuajar por las razones obvias de que Máximo es un hombre ambicioso y despiadado. Pero también los diálogos son cansinos, forzados en muchas ocasiones, confusos y por momentos soporíferos.
Preguntado el director Fernández Engler por las razones de esta obra, cuenta cuando perdió a su padre en 2007 y, dolorido emocionalmente y triste, él, que es cristiano evangélico, entrando en una iglesia volvió a escuchar la conocida lectura del «hijo pródigo», lo cual, a modo de resorte interior le llevó a escribir el guion en muy poco tiempo, en un par de semanas. El libreto quedó en un cajón hasta que, en 2016, Mario Pedernera colaboró para cerrar el proyecto que ahora ve la luz.
Como es sabido, la parábola del Hijo pródigo (Lucas 15: 11-32) narra el camino que hace un hijo que abandona a su padre con su herencia en su haber, en búsqueda de una nueva vida, con aciertos y torpezas, una de las parábolas más conocidas de Jesús, que hace hincapié en el arrepentimiento y el consecuente gozo que desemboca en aceptar a Dios en su vida: «era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado».
En este sentido es la historia del hijo que vuelve tras haber fracasado y estar sumido en la ruina y la desgracia material y moral, lo cual queda más o menos claro. El camino de la traición de Máximo, el ocaso y la liberación que recorre, se puede ver de manera llana y asequible.
Pero, a mi parecer, la cinta funciona mejor como el mito del ascenso de un ambicioso sociópata antihéroe, y su posterior caída y redención. Es, pues, un «hijo pródigo» sui generis, pues, además, su retorno es debido a un hombre bueno y salvador que lo saca del fangal de la granja de cerdos donde se encontraba malviviendo (este punto sí es calco de la parábola).
Ocurre también que el reparto carece, en alguno de los personajes principales, de la calidad necesaria. Así, Martínez hace un trabajo mediocre y no acierta a encontrar los matices o modulaciones apropiados, observándose una enorme distancia entre su evidente inexpresividad y su pretendida personalidad egoísta y malévola; no da la talla.
Tampoco está a la altura la cantante y actriz Mercedes Lambre, cuyo hacer en el rol de la enamorada Mercedes está falto de la profundidad que requiere un romance que pretenda parecer veraz en la pantalla. Lo contrario ocurre con los intérpretes mayores, como un Marrale creíble y con aplomo de gran actor como padre; o Arturo Puig como figura oscura que maneja los hilos de los negocios cuya mirada intimida y produce turbación en el espectador. Y más que mejor Osvaldo Santorio, quien con su presencia pone en valor el personaje del pescador artesanal Coletto.
Acompañan también actores como, Francisco Cataldi, Fanny Cittadiny, Renzo Fabiani y Sergio Surracco, bien.
Sin obviar el lado más espiritual o mítico del filme, en la pantalla se muestra igualmente el ocaso de una pyme y el despliegue de los negociados pesqueros, tanto desde el punto de vista legal como ilegal. Lo cual hace entrever que para los habitantes de la ciudad hay un gran desconocimiento de las condiciones misérrimas en las que los pescadores realizan su labor (el clima, la falta de financiación para mantener sus embarcaciones o el abuso de las multinacionales). Lo que deviene especie de fantasía sobre cómo se suceden distintos escenarios de corrupción dentro de la realidad argentina. Nada raro ni desconocido para los ciudadanos de este sufrido país.
El tratamiento del color en la fotografía de Diego Arroyo muestra una costa patagónica gris, prácticamente despoblada, fría y solitaria. Excelente.
Cabe destacar la música Claudio Vittore y la postproducción que hizo posible el milagro de unificar planos grabados en diferentes localizaciones (por ejemplo, la Patagonia y Córdoba), logrando una homogeneidad y cambios imperceptibles para la audiencia.
Película, en suma, que fui a ver ilusionado por ser este el segundo largo de Fernández, tras su Soldado argentino, solo conocido por Dios (2016), sobre la Guerra de las Malvinas, filme técnicamente bueno que muestra el horror de este conflicto encarnado en tres jóvenes arrojados al fuego y la metralla. Pero en esta ocasión, nuestro realizador se queda muy corto en sus pretensiones con una obra imprecisa, mal interpretada y tediosa.
Escribe Enrique Fernández Lópiz