Comedia de la solemnidad
No es una ópera prima pero casi. Cuestión de principios es el segundo largometraje del joven cineasta argentino Rodrigo Grande (Presos del olvido, 2001), que para la ocasión ha adaptado el relato homónimo del escritor Roberto Fontanarrosa, fallecido en 2009.
Con un reparto de peso encabezado por los veteranos Federico Luppi (Martin Hache, Lugares comunes) y Norma Aleandro (Cleopatra, El hijo de la novia), este drama cómico o farsa dramática (difícil inclinarse por una u otra definición) cuenta los apuros de Adalberto Castilla, veterano trabajador de una empresa que se ve en serios problemas al negarse a vender a su joven y poderoso jefe el número de una vieja revista descatalogada. El ejemplar se convierte en grave objeto de discordia al ser el único que falta al ambicioso Silva (Pablo Echarri) para completar una codiciada colección. Ante la presión y la clara desigualdad de condiciones, Castilla alega un arbitrario valor sentimental a su pieza para sentenciar, no sin voluntad moralista, que “hay cosas que no pueden comprarse con dinero”. Frase de arranque de una andadura al valor de los principios éticos, por el camino, siempre, de las verdades relativas.
Sobre esta máxima descansa una trama sencilla con algún que otro enredo, donde la moral y la convivencia de la nueva y la vieja generación en el mundo laboral actual ponen en duda la irrevocabilidad de ciertos principios que podríamos considerar universales.
El acierto de Rodrigo Grande, cuyas referencias y guiños van del cine de los años
Cuestión de principios va desvelando una intrínseca voluntad irónica a medida que el drama supera al protagonista, convirtiéndose en un alegato con más humor que voluntad filosófica. Como si la cotidianidad no precisara de héroes y la ligereza fuera la alternativa a considerar qué retrato tiene mejores cualidades, si el de la clase media noble del siglo XX o el de la juventud caprichosa del globalizado siglo XXI.
Rodrigo Grande conserva cierta reverencia al humanismo humilde de Aristarain o Campanella, pero no sustenta su película sobre la exaltación de los valores esenciales, sino que los pone en duda conservando cierta forma de los maestros. Es el arte de “contar mucho con muy poco” lo que toma prestado para poner en evidencia el desfase de valores anquilosados.
Sea como sea el porte de los héroes de antaño, la única verdad que intuimos es que la solemnidad estorba a las alturas en las respira la sociedad occidental actual. Su afinada ironía roza en más de una ocasión el cinismo y el film camina hacia la inevitable tentación de desmontar un monigote.
Adalberto Castilla es ese monigote: un arquetipo de otro tiempo, un don nadie atrapado en el complejo ignorante de una falsa hidalguía. Alguien a quien le perturban los pechos de su compañera de oficina y que no se permite emitir una palabra malsonante. Su resistencia a las tentaciones y sobornos constantes del antagonista no son la razón por la que le admiramos, sino la causa por la que su máscara de Quijote venido a menos cae para mostrarnos el egoísmo del fanfarrón de poca monta.
Su efigie no puede ser observada desde otra perspectiva que la del sentido del humor, necesario para alargar la sombra gris de un conservador de formas, un tipo machista e inmovilista, atrapado en un discurso trasnochado de valores obsoletos y sayos bien planchados de lunes a viernes por una esposa abnegada y harta de ser “la boluda de la película”.
Norma Aleandro (que, como de costumbre, rebosa energía) rebota el gesto de su galán denunciando la perorata pasiva de esa clase media noble y perenne, más bien ajada, que se resiste a adaptarse a un mundo que ya no cree en Humphrey Bogart ni en Gregory Peck.
Por mucho que pueda parecerlo,
Como en cine nada es casual, estamos ante el mismo actor que ha atravesado varias décadas de cine argentino con memorables soliloquios sobre el honor y
Inevitablemente eclipsados por el brillante protagonista, el resto de elementos figurantes completan un paisaje fílmico sencillo y bien controlado, donde brillan los factores potentes que ya conocemos del cine nacional. De su sustrato cinematográfico, Grande se lleva el arte del diálogo, el gusto referencial y la acción secuencial sumisa a las voces que, aunque ya no sean emisarias de verdades incontestables, siempre se superan sin llegar a alardear de su natural talento declamatorio.
Lo peor quizá radique en la débil frontera entre drama y comedia. Un poco más de carne en el asador no hubiese resultado excesivo, sino que, al contrario, hubiese amenizado la digestión de un ritmo que flojea hacia el final.
Lo mejor, conocer en la voluntad de Rodrigo Grande (Rosario, 1974) una descendencia tan consciente y a la vez tan libre respecto a sus precedentes cinematográficos.
Mención aparte, por supuesto, el placer de comprobar que un lobo del cine como el gran Federico Luppi sigue en una forma espléndida. Es uno de esos actores que, incluso cuando cae mal, gusta, y en esta ocasión nos regala a sus 75 años nada más y nada menos que una parodia plenamente consciente de su propio mito. Esto sí que, so pena del precio de la entrada, no se compra con dinero.
Escribe Marga Carnicé
Entrevista a Federico Luppi en Encadenados
Título | Cuestión de principios |
Título original | Cuestión de principios |
Director | Rodrigo Grande |
País y año | Argentina, 2009 |
Duración | 110 minutos |
Guión | Rodrigo Grande, Roberto Fontanarrosa |
Fotografía | Pablo Schverdfinger |
Música | Ruy Folguera |
Distribución | A Contracorriente Films |
Intérpretes | Federico Luppi, Norma Aleandro, Pablo Echarri, María Carámbula, Pepe Novoa |
Fecha estreno | 11/01/2011 |
Página web | www.cuestiondeprincipio.com.ar |