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Un relato clásico
Escribe José Luis Barrera
Luz de domingo es la última película de José Luis Garci y se parece como gota de agua a todas sus anteriores las películas. Cuestión de estilo, cuestión de preferencias personales, cuestión de trayectoria artística.
A estas alturas, Garci no tiene que demostrar nada, en este extraño ámbito que es el cine español. Y, sin duda, su trayectoria y opción de artista, son, dadas las circunstancias, algo casi heroico: no le interesa convertir su cine en objeto de comercio de mercachifles, como tantos cineastas hispanos frecuentan. Para él, el cine no es una profesión, es una vocación. Su cine, su modo de hacer películas gustarán o no: pero ahí está.
Y Luz del domingo nos lo demuestra: nos hallamos ante una película que se sale de lo que últimamente nos ofrece el cine español, un filme que parece de otra época, cuando el cine nos ofrecía unas historias interesantes contadas con coherencia, tiempo y serenidad, cuidadas hasta su último detalle y habladas con unos diálogos certeros y plausibles.
Nos cuenta un breve relato escrito por el gran escritor Francisco Pérez de Ayala, ambientado en un precioso y escondido pueblecito de Asturias. Allí llega un joven y bisoño secretario que, por su honesta actitud, pronto se enfrenta al alcalde, un cacique que tiene amedrentado al pueblo. Éste, para conseguir sus fines, provoca una auténtica cadena de tragedias.
Para hacer este filme, José Luis Garci se ha rodeado del mejor equipo posible de actores y técnicos de nuestro cine: todos verdaderos artistas en busca de la primorosa obra de arte, en busca de la verdadera belleza que emociona y conmociona, que apuesta por un mundo que sea posiblemente mejor, mostrándonos, junto a la fealdad y maldad de unos, la bondad y la coherencia de los otros y haciendo posible la esperanza en un mundo nuevo (no en vano nuestros protagonistas emigran al “Nuevo Mundo” donde de verdad brille una nueva “luz de domingo”).
Esta esperanza que la película nos ofrece se hace a través incluso de los elementos artísticos del filme: los mismos decorados, con su primorosa escenografía, donde cada objeto ocupa el lugar y la importancia que le corresponde, la luz resplandeciente que parece proceder desde dentro, las luminosas atmósferas de la montaña o el mar, parecen señalarnos la gracia primigenia del amanecer del mundo.
Por el contrario, las hoscas y oscuras escenas donde aparecen el cacique y sus hijos indican su ausencia, la presencia del mal. Y, afortunadamente, el filme no cae en ningún tipo de maniqueísmo, pese al retrato de sus dos jóvenes protagonistas, seres puros en medio del lodazal del mal, que quieren y saben perdonar, frente a los corruptos políticos locales ambiciosos y sin escrúpulos que pretenden eternizarse en el poder.
Garci se ha basado en un relato breve de Pérez de Ayala, escritor epígono del 98 que miraba preocupado la evolución enfrentada de las dos Españas (“¡una de ellas ha de helarte el corazón!”, decía el poeta) y su intención queda subrayada en el oscuro epílogo del filme, situado ya en plena Guerra Civil. Hay algo de prefiguración de la lamentable política de agitación de la España de hoy y Luz de domingo nos ofrece una alternativa para salir de este impasse: la de mirar hacia delante, la de “emigrar” a la tierra de la libertad, la de no buscar la venganza y la revancha, la de saber perdonar.
Por último, una mención inexcusable: la de los actores veteranos que están verdaderamente espléndidos, y decir que con esta película se despide el inconmensurable Alfredo Landa con una interpretación que será para siempre inolvidable, y tanto que uno no entiende la brusca y publicitada ruptura que este gran actor parece haber tenido con Garci y con todo el mundo del cine.