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Espectáculo cinematográfico
Escribe Víctor Rivas (1)
Si existe una forma auténtica de identificar lo cinematográfico en una película, sólo puede ser con la ausencia del argumento. En contadas ocasiones, la crítica ha cimentado su discurso al margen de un resumen, más o menos analítico, de lo que la película dice. Lo visual aparece como una especie de anexo que no sirve más que como complemento, a menudo con la misión de demostrar la erudición del crítico.
En el caso de Death proof este método es insuficiente, ya que reducir la crítica a un análisis del argumento nos proporcionaría la realidad de un filme sin “sustancia”. La crítica ha denostado el film de Tarantino por esa carencia de argumento, aunque su potencialidad reside en recordarnos los orígenes sinuosos y enigmáticos del cinematógrafo, con su cualidad para sorprender.
La sorpresa, en este caso concreto, se materializa en una puesta en escena total y claustrofóbica, donde Tarantino planifica su filme a base de extractos visuales autónomos. Cada secuencia de Death Proof actúa por sí sola, sin la necesidad de un encadenamiento causa-efecto, aunque manteniendo esa fluidez de transparencia que se le pide a todo montaje narrativo.
Resulta que, al igual que David Fincher en Zodiac (2007), Tarantino ha construido una película donde el clasicismo brota de un desmesurado talento para conducir la mirada del espectador, con un argumento reducido a la pura anécdota. Esta recuperación de la faceta visual resulta determinante para comprender el efecto de expectación del público ante lo que observa.
Las teorías que se ocupan de la percepción fílmica necesitan del soporte narrativo para justificar sus argumentaciones. El espectador sólo percibe el filme que es narrativo, que le sumerge en el flujo de imágenes de forma imperceptible y natural. La necesidad de crear expectativas parte del engarce entre causa y efecto; en ausencia de esta conexión no podemos hablar de expectativas.
Tarantino juega con este modelo de la expectativa en su filme, provocando en el espectador un suspense argumental, que llena con una imaginación visual portentosa. Sólo así podemos entender cómo las conversaciones están todas anticipando algo que va a suceder de forma impactante, creando una tensión tan propia del estilo de Tarantino. Lo visual es lo que nos atrae, lo otro nos distrae.
Esta manera de planificar Death proof permite a su director convertir su película en una deliciosa materialización fílmica de la amistad y de la juventud, donde cada acto que se vive parece el último y el mejor. Todas las escenas de Death proof participan de ese afán festivo que convierte el filme en una atracción, más que en una narración. El espectador siente una edificante perplejidad emotiva ante lo que ve.
Tarantino quizás nos haya obsequiado con su mejor filme desde Pulp fiction (1994), pues en él late la necesidad de convertir lo lúdico en un pasatiempo cinematográfico.
(1) Crítica publicada inicialmente en Encadenados el 15 de enero de 2008, con motivo del estreno en España.