Hay amor en el espacio exterior
Wall·e es una película especial. De eso nos percatamos desde los primeros segundos de metraje, donde vemos a un algo escacharrado y solitario robot trabajando de basurero, acompañado por su única amiga, una cucaracha, y recogiendo todo tipo de objetos que a cualquiera de nosotros nos resultarían normales, pero que para él son de lo más extraordinarios. Wall·e no es un robot cualquiera, a diferencia de a lo que estamos acostumbrados a ver en ciencia ficción, este simpático robot ha desarrollado sentimientos y gusto para la decoración.
Andrew Stanton, director y artífice de la película, concibió la trama principal como un “amor irracional que vence la programación de la vida”. Es muy interesante la metáfora con la que quiso expresar su mensaje, dado que la historia de amor central de la película se produce entre robots y no entre seres de carne y hueso. Es Wall·e, el robot solitario, quien se enamora de Eva, una joven robot tipo sonda cuya misión principal es averiguar si hay algún indicio de vida en la tierra para saber si puede volver a ser habitable por los seres humanos, quienes desde hace más de setecientos años viven en naves espaciales diseñadas por la empresa Buy n Large, la cual es responsable de la contaminación y posterior evacuación del planeta desde el año 2115.
Aunque Eva, robot de alta tecnología, se muestra algo violenta y desconfiada al principio, la sensibilidad de Wall·e la van acercando a él. Wall·e le muestra una planta que encontró en uno de sus rastreos en la basura. Eva automáticamente la introduce dentro de ella y su sistema automatizado se desactiva. Wall·e, que para entonces ya se ha enamorado de la robot, hace todo lo posible por despertarla (o activarla), pero sin éxito. Cuando la nave viene a recoger a Eva, Wall·e se agarra a una de sus alas y llega a Axioma, la nave espacial donde habitan los seres humanos.
Cuando el capitán de la nave, McCrea, ordena abrir a Eva para saber si tiene la planta e introducirla en el holodetector que los devolvería a la Tierra, ésta resulta estar vacía. Tanto Wall·e como Eva son enviados al departamento de reparación de robots. Una vez allí Eva conduce a Wall·e hacia una cápsula de escape para devolverlo a la Tierra y casualmente ven cómo un robot GO-4 coloca la planta en una de esas cápsulas programadas para autodestruirse en el espacio. La cápsula vuela por los aires con Wall·e y la planta dentro.
Cuando la cápsula explota, Wall·e aparece con un extintor que lo ha hecho alejarse del estallido, y con la planta en su interior. Al verlo, Eva no puede contener su alegría, y juntos protagonizan una de las escenas más bonitas del film, donde ambos bailan y se enamoran en frente de la nave espacial.
Al regresar a la Axioma descubren que Auto, el piloto automático y antagonista de la película, es quien había ordenado a los robots destruir la planta, ya que en uno de sus últimos vídeos, Shelby Forthright, el jefe de la empresa Buy and Large, había perdido toda esperanza y confesaba que lo mejor era no regresar a la Tierra, puesto que el planeta se había vuelto totalmente inhabitable.
El comandante McCrea, por el contrario, está decidido a regresar y tras un forcejeo con Auto, consigue desactivarlo. Eva, con la ayuda de Wall·e, introduce la planta en el holodetector y la nave Axioma con todos sus habitantes regresan a su hogar.
La humanización de lo artificial, la deshumanización de lo humano
Una de las motivaciones de Stanton a la hora de escribir el guión fue concienciar a la audiencia de los problemas a los que el desarrollo tecnológico nos puede conducir, no sólo a nivel ambiental, sino a nivel emocional como seres individuales. El estar inmersos en un mundo donde el contacto físico cada vez es menor, ha evolucionado en unos seres humanos sedentarios, que se conocen a través de pantallas de ordenador, pese a estar cruzándose todo el tiempo en sillas mecánicas. Stanton representó a los humanos como grandes fetos incapaces de mantenerse en pie. Son grandes bebés en edad adulta.
Con esto se hace una crítica, además, a la mala educación tan extendida en los países desarrollados, donde se tiene todo al alcance para cubrir las necesidades básicas, y cómo el no enseñar a la gente a esforzarse por sobrevivir puede derivar en una atrofia que se hereda por generaciones y que hace a la condición humana más vulnerable e inútil a la hora de desempeñar sus funciones.
Tampoco se les ha educado a nivel intelectual. Así se deduce en la película, cuando el capitán McCrea pregunta a la computadora de la Axioma todo lo que no sabe de la Tierra, o cuando exclama ilusionado que van a plantar “plantas pizza”. Tampoco los humanos que deambulan por los pasillos con sus sillas mecánicas parecen culturizarse demasiado, puesto que solamente hablan de vagas relaciones entre parejas, beben batidos de todos los platos imaginables, a los que llaman “Todo en un vaso” y se entretienen con videojuegos y publicidad.
Las personas que se nos muestran en la película han perdido, después de más de setecientos años viviendo en el espacio, todo lo que los hace esencialmente humanos. Tanto es así que en los vídeos de Shelby Forthright aparece un actor de carne y hueso, ya que éstos se supone que fueron grabados al poco tiempo de que la Tierra tuviera que ser deshabitada. Ese juego de mostrar imágenes de un actor real para reflejar al ser humano del pasado y usar animación y deformación para mostrar al ser humano actual (hay que tener en cuenta que la película se sitúa en el año 2805) realza la idea de la degeneración que ha sufrido el ser humano después de siete siglos.
Además, un dato de lo más curioso es que los vídeos de Shelby Forthright, al igual que las imágenes del musical ¡Hello, Dolly! (1969) que Wall·e ve, imita y baila una y otra vez, son las primeras imágenes reales (y no animadas) en la historia de Pixar.
Ante ese panorama artificioso de lo humano, contrasta el carácter sensible y delicado de Wall·e y la naturalidad y picardía de Eva. Ellos, los robots, son capaces de emocionarse, de luchar por lo que quieren, arriesgan, sufren, se enfadan, se ríen, lloran y aman. Todo lo que generalmente se asocia a lo humano, es en el film representado en los robots, de modo que lo artificial queda en una superficie. Los robots han vencido su condición artificiosa y han desarrollado su libertad para sentir, mientras que el ser humano ha ido reprimiendo su libertad, convirtiéndose cada vez más en un producto inválido e inalterable.
Guiños a clásicos del cine
Mientras vemos la película, nos sorprendemos de la cantidad de detalles que nos recuerdan a otros filmes que han marcado un antes y un después en la historia del cine en sus respectivos géneros.
La referencia más obvia es la de 2001, una odisea del espacio, donde el piloto automático Auto nos recuerda directamente al famoso HAL 9000 del clásico de Stanley Kubrick. Éste es, así mismo, el antagonista del film, donde una vez más vemos cómo las máquinas se revelan contra los humanos. El diseño de Auto es algo amenazante, similar al de una araña que cuelga en el techo de la cabina del capitán McCrea. Su ubicación es estratégica, dado que desde ahí puede controlar todos los mandos. Para más inri, Andrew Stanton decidió introducir el tema Así habló Zaratustra, de Richard Strauss (tema icónico de la banda sonora de 2001) en la confrontación que tiene lugar en la cabina del capitán McCrea entre éste y Auto.
Mientras el capitán y el piloto automático pelean por el control de la nave, los mandos de control cambian continuamente de dirección, lo que produce que la nave espacial se voltee de forma brusca. En este contexto encontramos un claro guiño a la muy oscarizada Titanic, de James Cameron, concretamente a la escena en la que el barco, totalmente en posición vertical, se hunde poco a poco en las aguas del Atlántico y los pasajeros se agarran desesperadamente a lo que encuentran con tal de no caer al vacío, aunque muchos no lo consigan. En Wall·e la nave también adopta una posición que hace precipitarse a los pasajeros al hacia el extremo opuesto y muchos intentan evitar la caída sujetándose a cualquier apoyo que encuentran. Aunque la escena sea similar, la forma obesa, torpe y desfigurada de los seres humanos de Wall-e produce risa, especialmente cuando todos van cayendo poco a poco y se van acumulando como pelotas inflables en la cubierta de la nave.
Una tercera similitud la encontramos en la escena final de la película, cuando Wall·e, que previamente había sido aplastado por el holodetector y reparado por Eva, no vuelve a ser el mismo. Su memoria ha sido borrada y no tiene recuerdos. Eva hace varios intentos fallidos por intentar que vuelva a recordar quién era antes. Con el corazón roto, le da un beso que hace reavivar al robot y vuelve a ser el Wall·e de siempre. A lo mejor no es coincidencia que Disney esté detrás de la producción de la película, ya que esta misma escena nos recuerda al final de dos de sus clásicos infantiles: Blancanieves y La bella durmiente, en ambas películas las féminas son despertadas de su conjuro por el beso del príncipe azul. Esta sería, sin embargo, la versión moderna, con robots en lugar de humanos y siendo la versión femenina quien salva al varón del sueño eterno.
Animación muy realista
Andrew Stanton quería imitar la textura de las películas rodadas con las cámaras Panavisión de 70mm de los años sesenta y setenta, es por ello que los animadores se basaron en los detalles de este tipo de largometrajes para copiar sus características, por ejemplo, los fondos no enfocados, los destellos que producen las lentes o la distorsión de barril.
La fotografía se adaptó también acorde a la narrativa de la película. Su diseñador de producción, Ralph Eggleston, se inspiró en las ciudades de Sofía y Chernóbil para recrear el mundo tras el desastre ecológico. Para ello escogió tonos sobrios como marrones y grises. Sin embargo, la casa de Wall·e contrasta con ese escenario, ya que en ésta predominan las luces de colores y los tonos más vivos, lo que la hacen parecer un lugar acogedor en comparación con el exterior.
Con la llegada de Eva, los tonos azules y rosas adquieren más protagonismo, haciendo que el aspecto sombrío de la Tierra se torne más romántico y agradable.
Los colores predominantes en la nave son totalmente opuestos a los tonos cálidos y sofocantes del planeta. En el Axioma predomina el color blanco y gris apagado. Sin embargo, para ambientar la zona de entretenimiento de los seres humanos se inspiraron en Las Vegas. Destacan las luces chillonas y los colores eléctricos y fluorescentes.
Los créditos que continúan la historia
Hay pocas películas que consigan no levantar al espectador de su silla hasta haber acabado totalmente los créditos finales, y es que a Andrew Stanton le pareció que el final podía dejar en duda al espectador sobre si los seres humanos sobrevivirían finalmente o no en un planeta destruido y contaminado; es por ello que los créditos finales no sólo son visualmente tiernos y originales, con dibujos reales de los encargados de hacer los 125.000 guiones gráficos que se necesitaron para la película; sino que además continúan la historia.
Vemos cómo los seres humanos poco a poco van eliminando toda la basura, sustituyéndola por plantas que van creciendo sanas y robustas. También se muestra cómo la población de humanos va creciendo, sin tecnología ni probetas de por medio y Wall·e y Eva viven felices su historia de amor.
Con la pantalla totalmente en negro aún permanecemos unos segundos en el asiento, hasta que descubrimos que Wall·e nos ha dejado sin habla. Quizás sea por la belleza con la que se muestra el mundo en ruinas, por una historia que sabe educar en valores de naturaleza, humanidad y sentimientos verdaderos, por la mezcla de emociones que nos produce, desde la risa al llanto, o por el extraordinario final donde una vez más el beso rescata a nuestro protagonista; y cuando creemos haberlo visto todo, aparece la delicadeza de los créditos finales.
Wall·e es un film indispensable, a la altura de los clásicos de Disney y que alza a Pixar a los niveles del mejor cine de animación.
Escribe Gala Gracia
Más información sobre Wall·e:
Wall·E (5) (crítica del estreno)
Wall·e (Wall·e, 2008) (artículo en el monográfico de Pixar)
Monográfico dedicado a Pixar