Transgresión en todas sus formas
El ángel exterminador ha sido una película mil veces analizada desde que se estrenó en 1962. Su argumento caótico, un guión que se caracteriza por una estructura que va claramente in crescendo en cuanto al nerviosismo que llevan acumulando sus víctimas, golpes de confusión que muestran el lado más excéntrico y provocador del genio y el mar donde se pierden no sólo los propios personajes, sino también el tiempo, el espacio y el propio espectador.
Una fusión que no pasó desapercibida y que sigue teniendo un efecto de pesquisa en críticos de todo el mundo.
Ahora bien, a pesar de toda esa amalgama de situaciones confusas y de que paradójicamente los personajes se quedan encerrados en una habitación cuyas puertas están abiertas de par en par, la película no puede ser considerada como estrictamente surrealista, ya que en ella hay una línea argumental que conduce a los personajes a la angustia y la violencia, a pesar de hacer un esfuerzo por mantener el supuesto prestigio que caracteriza a la clase social a la que pertenecen. Bajo ella subyace una crítica social y religiosa que se salen de las coordenadas que marcan el puro surrealismo.
La confusión
Es lo primero que invade al espectador novato cuando se dispone a ver el film, claro que es la herramienta que usa Buñuel para que formemos parte del caos en el que se van a ver envueltos los personajes.
Nada más empezar la película observamos que los invitados a la casa del señor Nóbile entran dos veces, de modo que el intento de las criadas por escapar se prolonga. La repetición va a ser una singularidad a lo largo de la película. Puede observarse también la escena en la que Nóbile propone un brindis por la interpretación de Silvia en la ópera. Al principio todos le hacen caso, sin embargo en la escena que se duplica todos lo ignoran.
No solamente hay repeticiones de escenas, también hay diálogos que se dicen dos veces. Tras la primera noche que los invitados duermen en casa de Nóbile, Francisco pregunta a su hermana: “¿Por qué me miras así? Debo de estar horrible”, a lo que su hermana responde: “Estás más interesante que nunca. El desaliño te va muy bien”. Ese mismo diálogo se repetirá después con Beatriz y Eduardo.
¿Pero qué significado tienen estas repeticiones?
Buñuel rompe la premisa de la eficacia narrativa. Claro que, tratándose de él, tiene un motivo de peso, que no podemos encontrarlo más que a través de una lectura deductiva. Las repeticiones refuerzan la naturaleza circular de su estructura, que a su vez simboliza la forma de ser de los personajes, cuyo estatus les ha acostumbrado a repetir hasta la saciedad una serie de conformismos que los mantienen en la cumbre social y a su vez son fórmulas inalterables que les garantizan una tranquilidad a nivel moral y personal.
Es por todo ello remarcable que precisamente el desenlace de la película se resuelva con la repetición de una situación que los personajes ya habían vivido al principio, para lograr salir del lugar donde se han visto atrapados por tanto tiempo. Es Leticia, la Valkiria la que se percata de que todos están colocados exactamente en la misma posición que ocupaban nada más entrar en la sala, y como si de una directora de teatro se tratara, va dando indicaciones a los personajes para que reproduzcan lo anterior.
Si comparamos esta escena final con su equivalente, observamos que sólo cambia la forma en la que los personajes van vestidos, bastante más desaliñados que al principio, así como a una actitud decaída y cansada, que indica que ha habido un lapso de tiempo considerable… ¿o no?
El tiempo y espacio inciertos
Lucía de Nóbile pregunta al coronel: “¿Qué pasa que no se van? ¡Son casi las cuatro!”. A partir de entonces, coincidiendo con el momento en que todos empiezan a ser conscientes de que algo les impide escapar del salón de la casa de su anfitrión, no se hace ninguna referencia temporal más. El reloj suena, pero nadie es consciente de cuántos días han pasado. Prueba de ello es el momento en que Eduardo pregunta a Beatriz: “¿Cuánto tiempo llevamos aquí?, ¿un mes?”, a lo que ella responde: “No, no hubiéramos resistido sin comer”. Lo cierto es que esta fórmula aporta una sensación de duración interminable del encierro.
El espectador se desorienta, tal y como los propios personajes, que se vuelven víctimas de esa confusión, llegando a sufrir alucinaciones, mareos, fiebres e incluso a algunos los conduce a la muerte. Además de llevarlos hasta situaciones en las que nunca se hubieran visto involucrados y que rompen con el convencionalismo al que están habituados, como es el uso de la violencia tanto física como verbal.
Es un arte al servicio del director, que manipula el tiempo a su gusto, se dilata y contrae para jugar con las sensaciones del espectador. Las secuencias son más largas para eternizar el momento del encierro o como lo llama Leticia, la “horrible eternidad”. Además, las repeticiones ayudan a estirar la acción principal.
El espacio, por su parte, se desarrolla casi por completo en el salón de la casa de Edimundo Nóbile. Sin embargo, parece como si estuviera cambiando continuamente. Los movimientos de cámara van de un personaje a otro sin cortes; a su vez éstos se van moviendo en el espacio y la cámara aparece como una mera espectadora que se mantiene inmóvil mientras los personajes desfilan ante sus ojos. En ocasiones sigue a un personaje hasta que otro se cruza por su camino y cambia, de este modo va botando de uno a otro y captando pinceladas de lo que ocurre, conversaciones inacabadas, a trozos.
¿Dónde está el protagonista?
Si prestamos atención a los detalles observamos que no hay ningún personaje que lleve el peso de la acción y que se vea afectado en mayor medida por las circunstancias. Todos los personajes son, de este modo, protagonistas; o si se prefiere, no hay ningún personaje principal. La cámara, muy democrática, dedica el mismo espacio de tiempo a cada uno de ellos, a nada menos que veintidós personajes.
No es de extrañar que esto sea confuso para un espectador acostumbrado a los formalismos del cine convencional de la época, y que se vea aturdido por el desorden, no ya a nivel espacio temporal, sino a nivel técnico; dado que el estilo con que Buñuel resuelve las escenas, con los saltos de cámara anteriormente comentados, dosifican el tiempo que cada personaje debe permanecer frente a ella.
Al principio de la película parece como si todos los personajes formaran parte de un todo compacto que vendría a representar a la alta esfera, siendo de manera simbólica la protagonista principal de la historia. Sin embargo, a medida que la acción avanza, cada individuo se va desengranando de ese todo, dejando ver su verdadero yo. La heterogeneidad de esos personajes enriquece el argumento, dando lugar a conflictos impropios de su condición.
En los extremos estarían Edimundo Nóbile, el doctor y Julio “el mayordomo”, que vendrían a representar la parte más noble y apaciguadora de entre los presentes. En el lado opuesto estarían Raúl y Francisco, cuya naturaleza violenta se manifiesta de manera impasible, ensañándose especialmente con los tres anteriores; en su búsqueda del blanco más vulnerable sobre el que cargar toda la responsabilidad.
En el centro estarían todos los demás, los personajes más imprecisos, que se dejan manipular por unos y otros, pero cuya fragilidad los convierte en siervos de su propia situación, sin capacidad inventiva, sin iniciativa ni personalidad. La mayoría se corrompen por la tiranía de Raúl y Francisco, volviéndose ya en el clímax de la película contra Nóbile y el doctor. Incluso personajes que parecían más cabales, como es el caso de Blanca, acaban por dejarse arrastrar por la resaca del despotismo. Sólo Leticia se mantiene siempre fiel a su amigo y lo defiende a capa y espada contra quienes intentan abatirlo.
La estructura que ordena el caos
A pesar del desorden y de que por momentos uno no sabe dónde se encuentra, el film consigue entenderse y al final incluso puede quedar una idea específica de la historia. Ello se debe a que tras el alboroto subyace una estructura perfectamente definida que ayuda al espectador a no perder el hilo.
A pesar de que, debido a la ausencia de un protagonista y de la banalidad de muchas de sus situaciones, que no corresponden a ningún esquema de causa-efecto, sino que tienen que ver con la naturaleza superficial de los personajes y de la pasividad y conformismo que los representa, el argumento sigue la misma estructura de la tragedia clásica, mundialmente conocida por su división en tres actos.
El epílogo enmarca a los personajes dentro de un espacio y un tiempo: una cena en casa del señor Nóbile. El momento del encierro da paso al núcleo, que se caracteriza por tener una sub estructura in crescendo, que acrecienta el nerviosismo en cuanto que los personajes se vuelven cada vez más incapaces de soportar esa situación, llegando al punto de sugerir el asesinato de su propio convidante; y por último un desenlace que resuelve todo el embrollo como por arte de magia, dado que todo lo anteriormente ocurrido no tiene un sentido coherente que vaya encaminado a una resolución del problema.
Sus múltiples lecturas
Después de todo, no cabe sino esperar que la obra se haya visto sometida a múltiples lecturas. En primera instancia, es evidente que ataca cualquier formalismo social que fomente la artificiosidad en las relaciones humanas. Buñuel nos viene a decir que los formalismos llevan a actuar por comodidad y no por impulsos, es precisamente por ello que ningún invitado se ve capaz de salir del salón de Edimundo, porque todos se ven atrapados por un convencionalismo que no les deja libertad para actuar de forma individual.
Asimismo, la lectura religiosa es casi inevitable, dado que el propio título está tomado de la Biblia, el primer plano empieza con la imagen de una catedral, lo mismo que el último, y el plano detalle del nombre de la calle de la Providencia, nos advierte de lo que va a pasar, ya que el destino de los personajes va a estar determinado por el capricho de la divinidad.
Los personajes son todos ellos creyentes, no de lo mismo, pero Buñuel aprovecha para mostrarnos la similitud de todas esas religiones por sus efectos perniciosos e irracionales. Alberto Roc y Cristian Ugalde son masones, y en un momento de desesperación Cristian lanza un grito de ayuda que sólo se entiende entre masones. Por su parte Ana Maynar es judía, y a través de un ritual de la cábala, que se practica con las patas y plumas de un pollo muerto, trata de encontrar una solución que los libere de esa prisión. Ninguno de los dos consigue que vengan a socorrerles, es más, es a través del racionamiento práctico de Leticia que todos logran salir liberados.
Igualmente hay una lectura psicoanalítica que tiene que ver con el brote de los instintos más primarios de cada uno de los personajes; desde la agresividad, la neurosis, la sexualidad, sus obsesiones y sus manías, llegando un punto en el que les resulta insoportable la presencia de otro ser humano, desembocando en la triste certeza de que ante situaciones de supervivencia, el hombre se convierte en enemigo de sus iguales.
Además de ello, hay una exploración del inconsciente a través de los delirios de cada uno, con la presencia de una mano amputada que trata de ahogar a Ana Maynar. También unos diálogos de lo más irracionales, especialmente evidentes en una conversación entre Silvia, Ana y Rita, que aseguran haber tenido experiencias totalmente exageradas e imposibles a la hora de ir al baño.
Por último Buñuel nos presenta en una escena los sueños de ciertos personajes, mostrando sus obsesiones y traumas y resolviéndolo a través de imágenes inconexas de nubes, cabezas de maniquíes, montañas y sonidos chirriantes de sirenas, campanadas, truenos y escombros cayendo; que corresponden sobre todo al personaje de Raúl, ya que su mente nociva está contaminada por la turbación.
Esta audaz violación de todas las formas del discurso, así como su incalculable trasfondo sociopolítico y psicológico, la hacen traspasar las barreras del tiempo para convertirla en una obra irreemplazable por su humanidad, dado que dice tanto de nosotros mismos y de nuestra condición que nos produce una extraña mezcla de espanto y fascinación.
Escribe Gala Gracia