Escribe Juan de Pablos Pons
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Ingmar Bergman |
El cine es una herramienta con un enorme potencial para generar conocimiento y en este sentido ha producido grandes obras a lo largo de su historia. Sin embargo, el cine en muchas de sus manifestaciones actuales y más comerciales, parece alejarse a pasos agigantados de ese perfil. En todo caso, la obra de determinados cineastas, grandes artistas por encima de todo, nos permite considerar al cine como una fuente de conocimiento, de ayuda para analizar nuestra realidad mediante propuestas dirigidas a nuestras conciencias. Así ocurre también con la literatura, el teatro o la pintura, de manera que muchas de las claves interpretativas fundamentales sobre la vida son compartidas entre las artes mayores. De hecho, hay cineastas (artistas) que han elaborado sus aportaciones a caballo entre su obra literaria y cinematográfica, porque su mensaje es universal, independientemente del soporte expresivo que utilicen. Es el caso de Ingmar Bergman.
A través de su mirada hemos aprendido que con el cine podemos entender y representar muchas facetas del ser humano, cómo profundizar en su conciencia e intentar entender sus limitaciones y frustraciones, su capacidad de amar y de desesperarse, aunque el acceso sea a través de los personajes del mundo personal de Bergman. Su majestuosa manera de presentar las diferentes manifestaciones de la naturaleza humana ha quedado cerrada al haber fallecido el pasado 30 de julio a los 89 años en la isla de Farö (Suecia), donde vivía desde hacía años en una voluntaria soledad. Su gran capacidad para mostrar todos los pliegues del alma humana, con una profundidad no vista antes en la pantalla, ha propiciado un conjunto de obras extraordinariamente coherentes, sin que dicha coherencia haya ido en menoscabo de su evolución como artista y como ser humano.
Con motivo de su muerte el gran director de cine Woody Allen, gran admirador de la obra de Bergman, ha escrito a propósito de su fallecimiento (Un hombre de preguntas difíciles. El País, 22 de agosto, 2007):
“Bergman tenía raíces teatrales y era un gran director de escena, pero su obra cinematográfica no estaba embebida sólo de teatro; se inspiraba en la pintura, la música, la literatura y la filosofía. Su obra examina las más hondas preocupaciones de la humanidad y produce, muchas veces, profundos poemas en celuloide. La mortalidad, el amor, el arte, el silencio de Dios, la dificultad de las relaciones humanas, la agonía de la duda religiosa, el fracaso de un matrimonio, la incapacidad de comunicarse de las personas.”
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Fanny y Alexander |
Ingmar Bergman había nacido en Uppsala (Suecia), el mes de julio de 1918, según él mismo cuenta en su libro de memorias Linterna Mágica (1988). Desde pequeño sintió atracción por el mundo del espectáculo, de manera especial por el teatro y el cine. Miembro de una familia luterana de origen valón donde la observancia de la buena conducta y la represión de los instintos se consideraban favorecedoras de una correcta educación, marcó al joven Bergman, de manera que la institución familiar fue vivenciada por él como un ámbito de conflictos, de los que además era imposible evadirse ya que la condición humana parece incapaz de encontrar alternativas definitivas. Su trabajo ha sido en buena medida un reflejo de sí mismo, de sus conflictos y sus crisis psicológicas, morales, religiosas e intelectuales. La vulnerabilidad humana, sus demonios interiores, el miedo a la muerte han sido temáticas constantes en su obra. Pocos cineastas han utilizado de manera tan brillante el medio cinematográfico como un instrumento de autoconciencia, de terapia personal, con el fin de exorcizar el pasado y afrontar sus propios sentimientos de culpabilidad.
Bergman no contaba aún veinte años cuando dejó a su familia para instalarse en Estocolmo a finales de los años treinta del pasado siglo, vinculándose al teatro universitario; también en este período fue ayudante de dirección en el gran Teatro Dramático de Estocolmo. Se licenció en literatura e historia del arte con una tesis sobre la obra de Strindberg. Su profundo conocimiento de la literatura y la dramaturgia escandinava no es óbice para que numerosos personajes y episodios de sus guiones, películas y series de televisión tengan sus raíces en las propias experiencias del director.
En 1942, tras el estreno de una de sus obras, La muerte de Punch, Bergman pasó a formar parte del equipo de guionistas de la Svensk Filmindustri (Productora Estatal) donde estuvo dos años revisando guiones. Sin embargo, nunca dejó de trabajar para el teatro. Su primer guión, Tortura, llevado a la pantalla por el cineasta sueco Alf Sjöberg, se basó en un recuerdo personal, sobre el terror que le inspiró uno de sus profesores durante la infancia. Al año siguiente, 1945, la Svensk Filmindustri ofrece a Bergman la oportunidad de dirigir su primera película, Crisis, adaptación de una obra danesa cuyo protagonista expresa sus temores, ansiedades, aversiones y aspiraciones personales. Con Prisión (1948) empieza a ser reconocido tanto por el público como por la crítica. Con sus siguientes obras como La sed (1949) y Hacia la felicidad (1949), se hacen más explícitas las preocupaciones de Bergman por el tema de la pareja como un entorno conflictivo en el que inevitablemente aparecen los problemas de convivencia entre sus personajes, y donde resulta rastreable la influencia de Strindberg.
Juegos de verano (1950) y Un verano con Mónica (1952). A partir de entonces, dos temas se entrecruzan constantemente en su filmografía: la angustia de un mundo que se interroga sobre cuestiones como la presencia de Dios, la dicotomía entre el bien y el mal; y el segundo que plantea el problema de la incomunicación en el seno de la pareja. La obtención del Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes de 1955, con su película Sonrisas de una noche de verano, curiosamente una comedia, le supuso un gran éxito internacional y le permitió abordar el inicio de una trilogía sobre la dicotomía entre la incredulidad y la fe que se inicia con El séptimo sello (1956), una alegoría sobre la vida y la muerte en la que refleja a la vez su concepción sobre el sentido de la existencia de Dios y su intuición sobre la tendencia autodestructiva de la humanidad. El éxito obtenido por el film ofreció a Bergman la posibilidad de continuar la temática religiosa con Como en un espejo (1960) y Los comulgantes (1962). En Fresas salvajes (1957) recurrirá nuevamente a sus recuerdos de la infancia para efectuar un análisis lúcido sobre la vejez. Y con El manantial de la doncella (1959) una cruel historia de violación, asesinato y venganza, basada en una balada medieval, obtiene un gran éxito de crítica y público que le hace ser conocido a gran escala, a través de su distribución en el circuito de salas de arte y ensayo.
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Ingmar Bergman y Liv Ullman |
Al principio de la década de los cincuenta Bergman rodó dos films en los que la pasión y el sexo aparecen como fuertes vectores en las relaciones entre hombres y mujeres:
En el transcurso de los años siguientes, el estilo de Bergman evoluciona hacia propuestas expresivas más austeras y temáticas aún más profundas y desgarradas. Persona (1966) es una obra claramente marcada por el psicoanálisis. En los años siguientes rodó una serie de dramas que destacan por su crudeza y violencia, como La hora del lobo (1967), La vergüenza (1968) o Pasión (1970). Con Gritos y susurros (1972), una historia que narra los últimos días de vida de una mujer enferma de cáncer y del comportamiento de sus hermanas, Bergman obtiene uno de sus mayores éxitos al ser aclamada por la crítica como una de sus obras maestras.
El director sueco siempre fue consciente del impacto de la televisión, y desde 1969, año en que realizó El rito para la pequeña pantalla, mantuvo una relación fluida con este medio. Secretos de un matrimonio (1973) fue rodada inicialmente para la televisión, así como una adaptación de La flauta mágica (1974), basada en la ópera de Mozart.
En 1976, un escándalo fiscal llevó a Bergman a abandonar Suecia y exiliarse en Munich, donde creó su propia productora cinematográfica y dirigió El huevo de la serpiente (1976), una historia sobre la maldad humana que se desarrolla en Berlín. Con Sonata de Otoño (1977) insiste en los problemas de incomunicación en el entorno familiar, en este caso centrados entre una madre y su hija. En De la vida de las marionetas (1980) se refleja la impotencia y el fracaso de un individuo que se siente perseguido por la sociedad. En el año 1982, estrenó un gran fresco familiar y social con Fanny y Alexander, film con el que logró un gran éxito a todos los niveles y que fue reconocido con la concesión de varios premios Oscar. En base a esta película de la que estrenó también una versión ampliada para la pequeña pantalla, produjo en 1986 un documental sobre su realización, que es un magnífico referente para conocer de primera mano la manera de filmar del director sueco.
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Sven Nykvist e Ingmar Bergman |
Fanny y Alexander es posiblemente su película más bella, en la que encontramos una evidente carga autobiográfica y donde aborda retrospectivamente los grandes temas de su obra: el papel de la familia, el temor a los tabúes religiosos, el amor, el universo femenino, la inevitabilidad de la muerte. El marco lo aporta una gran familia de Uppsala a principios del siglo XX, y la historia es contada a través de los ojos de un niño de doce años que es obviamente el alter ego del director. Bergman anunció que Fanny y Alexander sería su última producción para la pantalla grande. A partir de entonces, trabajó regularmente en el medio televisivo, para el que dirigió títulos como Después del ensayo (1983), Los dos bienaventurados (1986) o En presencia de un payaso (1997), mientras que algunos de sus guiones fueron llevados al cine por otros cineastas, generalmente cercanos a su entorno, como su hijo Daniel Bergman, firmante de Niños del domingo (1992), basada en una de sus novelas, el danés Bille August, que trasladó a la pantalla Las mejores intenciones (1992), y su ex-compañera sentimental, la actriz Liv Ullman, realizadora de Confesiones privadas (1997) e Infiel (2000).
La obra literaria de Ingmar Bergman es estimable y debe verse sin solución de continuidad con su producción cinematográfica, al igual que su inmensa producción como director de teatro y de ópera. Las tres novelas que escribió –Las mejores intenciones, la ya mencionada Niños del domingo y Conversaciones íntimas– toman como referencia su entorno familiar. En estos textos Bergman disecciona las difíciles relaciones que como pareja vivieron sus padres, y que parecen anticipar las del propio cineasta, cuya agitada vida sentimental dio lugar a ocho hijos que tuvo con distintas parejas. De estas experiencias parecen surgir constataciones como la imposibilidad de mantener la pasión entre hombre y mujer y su inevitable deterioro hasta desembocar en el engaño. El inexorable paso del tiempo que parece condenar a los miembros de la familia a distanciarse, en trágico contraste con la ilusión inicial. De inestimable aportación podemos considerar sus memorias personales publicadas con el título de Linterna mágica (1988) y el texto Imágenes (1992) en el que hace una reflexión sosegada sobre toda su obra cinematográfica.
Ingmar Bergman se desdijo de lo afirmado tras rodar Fanny y Alexander, y después de venticinco años, en el 2003 con 85 años, dirigió el film Saraband, estrenado previamente en la televisión sueca y que ha resultado ser su última película. Ante ella, un espectador atento tiene la sensación de estar frente a su testamento como cineasta. El título hace alusión al cuarto movimiento de la suite número cinco para violonchelo de Johann S. Bach, un referente musical que constituye el tono y también la estructura que sostiene este drama. Bergman recupera en él a los personajes de Escenas de un matrimonio, treinta años después; la pareja que al final de este film se separaba. Los actores son los mismos: Erland Josephson y Liv Ullmann. Saraband es un drama sobre la vida, la familia como barrera de la libertad personal, sobre el horror de envejecer, la proximidad de la muerte, también sobre la necesidad de ser reconfortado y de reconciliarse con el pasado.
Al comenzar la historia, Marianne (Liv Ullmann) no ha tenido ningún contacto con Johan (Erland Josephson) después de treinta años. Está sentada a la mesa, y sobre ella se extienden una serie de fotografías que ilustran la vida en común de ambos: ella comienza a hablar directamente a la cámara. Abogada todavía en activo nos cuenta cómo, por un repentino impulso, decide visitar a Johan. Tras haber heredado una fortuna, y con más de ochenta años, él es ahora un profesor jubilado que vive sólo en una casa de campo. Sigue siendo tan egocéntrico y narcisista como antaño. Ella, por el contrario, siendo veinte años más joven, se nos muestra como una persona mucho más madura, afectuosa y realista, que acepta con filosofía el envejecimiento. A diferencia de Johan, ella sí sabe escuchar.
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Ha muerto Ingmar Bergman |
Como ejemplo de la visión y la personalidad de Bergman, así como de su profundo conocimiento del lenguaje cinematográfico, cabe señalar que en el prólogo a una edición de cuatro de sus guiones, el director sueco llamaba la atención sobre la inevitable imprecisión técnica del guión y los vacíos que éste presenta, y se lamentaba de que no hubiera, como en la música, un sistema de signos para representar gráficamente todos los matices que contendrá el film y que están definidos en el pensamiento del cineasta. El guión, parecía concluir, no es sino un instrumento defectuoso e insuficiente. Sin embargo, reconocía que el proceso de escritura del guión le era útil en la medida en que lo obligaba a demostrar la validez de sus ideas: debía resolver el conflicto entre su necesidad de traducir en imágenes una situación compleja y su voluntad de hacerlo de la manera más clara y accesible posible.
Retomando el artículo de Woody Allen antes aludido, éste escribe como homenaje a su admirado colega:
“Lo he dicho en alguna ocasión, hablando con gente que tiene una visión romántica del artista y considera sagrada la creación: al final, el arte no salva a la persona. Por muy sublimes que sean las obras que uno ha creado (y Bergman nos proporcionó un menú de asombrosas obras maestras del cine), no le protegen de la fatídica llamada a la puerta que interrumpía al caballero y sus amigos al final de El séptimo sello. Y así es como, en un veraniego día de julio, Bergman, el gran poeta cinematográfico de la mortalidad, no pudo prolongar su inevitable jaque mate; y con él falleció el mayor cineasta de todos los que yo he conocido.”
Para siempre quedará en sus películas la capacidad de conmovernos y reconocernos a través de la brillantez de sus personajes para reflejar la condición humana y así poder contemplar nuestra capacidad para amar y odiar, para ilusionarnos y desesperarnos. Es una gran oportunidad la que su filmografía nos ofrece para poder constatar la necesidad ineludible que tenemos de los otros para ser felices, aunque simultáneamente no podamos evitar ver a nuestros semejantes como enemigos, en definitiva ayudarnos a conocer mejor a los demás y a nosotros mismos tratando de encontrar respuestas en lo más profundo de nuestra conciencia.