«En definitiva, lo importante es siempre lo que piense el espectador»
Estos días recala en el Festival de Cine de Sitges, dentro de la sección Brigadoon, el cortometraje El retrato (2021), de la directora sevillana Diana Caro, estrenado el pasado mes de junio en el cine Artistic Metropol de Madrid.
Los largos y densos textos que Diana Caro escribe para los personajes principales de sus obras obligan a realizar un exhausto y exhaustivo trabajo de interpretación a sus actores y actrices. Ella misma lo experimenta en El cuervo, de Edgar Allan Poe (2015), donde interpreta al narrador del poema, omnipresente en la historia. En Tauro (2018), es Agus Ruíz quien ofrece una soberbia actuación que tuvo como recompensa el premio a mejor actor en The Optical Theatre Horror Film Festival.
El papel del protagonista de El retrato tampoco es nada fácil. Está interpretado por Cristóbal Araque, actor polivalente de largo recorrido, cuya carrera profesional ha transcurrido entre la publicidad, la televisión, el cine y el teatro. En televisión ha trabajado en varios episodios de series como Gran Hotel (2012-13), Velvet (2014-15) y Centro Médico (2015-17), entre otras. En teatro descubrimos su vis cómica en Teoría y práctica sobre los principios mecánicos del sexo (2017-19) y en cine destacan sus papeles protagonistas en dos cortometrajes muy recomendables, Recuérdame (2014) y Cartas ciegas (2017), ambos de Ángel Jaquem, que ha sabido cómo explorar su lado más canalla, con resultados sorprendentes.
En El retrato, Araque interpreta a Héctor, un pintor perturbado por la muerte de su amada y su falta de talento, que divaga sobre la existencia, la creación y la belleza durante una larga noche envuelto en una espiral de locura, deseo y destrucción.
El actor transmite con pasión el soliloquio abigarrado de un loco en una interpretación muy exigente, como él mismo nos confesó. Un reto en el que consigue armonizar texto, pensamiento y acción en una apoteosis de extenuante expresividad. Porque, aunque los protagonistas de la historia son dos, el gran peso de la representación recae sobre él, que aparece, casi, en cada plano de la película.
Tuvimos oportunidad de entrevistarle tras el estreno y nos contó cómo le había llegado el proyecto, sus reticencias, al principio, para aceptarlo, el esfuerzo que supuso el rodaje en medio de la pandemia y cómo, finalmente, después del montaje quedó satisfecho con el resultado.
¿Cómo te llega el proyecto?
El proyecto me llega a través de un conocido común. Un día me dice que una directora está buscando un actor que también sea pintor para realizar un corto. (Araque compagina su profesión de actor con la de maquillador y pintor.) Pasó el tiempo y, a principios de enero de 2020, Diana me escribe un WhatsApp y me dice que le habían hablado de mí, que ha visto mis trabajos y que encajo con lo que está buscando. Se ofrece a enviarme el guión y yo acepto.
¿Qué pasa cuando lees el guión?
Al principio me impactó. Me pareció un texto muy complejo, muy contundente. Muy distinto a todo lo que había hecho y no estaba seguro de aceptar. Pero consulté con mis amigos y ellos me animaron, me dijeron que era un reto a mi alcance y, finalmente, me decidí. Cuando me llamó le dije que sí y quedamos a los dos días para conocernos y explicarme el proyecto personalmente.
¿Te hizo Diana alguna prueba?
No, ninguna. Con lo que vio en mi videobook y algunos cortos dijo que daba el perfil. Le dije que necesitaba tiempo para preparar el personaje y me dijo que teníamos como mínimo tres meses para empezar a rodar. Tres meses para hablar, estudiar, ensayar…
¿Cómo preparas el personaje en ese tiempo?
A partir de entonces quedábamos, leíamos el guión, analizábamos el personaje e intercambiábamos pareceres sobre nuestros puntos de vista, hasta que finalmente conseguimos definir el personaje.
Con esa preparación llegáis al rodaje…
Prácticamente. Justo antes del rodaje me preparé con un coach, César Diéguez, amigo de Diana que también es actor y director. Estuve solo dos días con él, pero me vino muy bien, porque tenía una forma de trabajar que me recordó a un profesor con el que estudié en la escuela de interpretación Theatre for the people.
¿Quién era ese profesor?
Se llama Adam Black. Estudié con él varios años. Él se apoya mucho en la interpretación del texto. Mientras haya un buen texto, decía, puede haber una buena interpretación. Él sabía perfectamente cómo hacer que el texto te marque las pautas, el movimiento, la respiración… que una frase te haga romperte, reírte… poner todo el énfasis en el texto, porque con un buen texto, como es este caso, tú puedes hacer cualquier cosa. Pero hay que saber interpretar bien esas palabras y hacerlas brotar de dentro con fuerza, que te conmuevan el cuerpo cada vez que las dices… Aunque hay más cosas, por supuesto.
Da mucha importancia al guión, entonces, que el texto sea potente para que el actor pueda sacarle partido…
Y sobre todo sentir mucho las palabras. Las palabras tienen todo el poder porque al final no deja de ser con lo que uno se comunica, porque las palabras nos causan sentimientos… Si alguien te dice «te quiero», eso te conmueve, esas palabras te dicen algo, chocan contigo y dentro de tu cuerpo se sienten de una manera… el poder de las palabras.
No se puede pasar nunca por encima del texto, cada palabra tiene que tener su poder, su forma, su tiempo… Es importante que esas palabras estén bien escritas para que alguien las pueda expresar y quien las escuche diga: ¡Las siento!
Sin embargo, tu personaje contrasta mucho con el Tania Watson, que es todo lo contrario, casi sin texto… Ese es otro modo de expresar.
Claro, por eso decía que las palabras son importantes, pero hay más cosas.
¿La conocías antes del rodaje? ¿Habíais ensayado?
No. Nos vimos cinco o seis días diferentes antes del rodaje para conocernos un poco y hablar de nuestros personajes. Aunque yo trabajaba de forma independiente con la directora que venía a mi estudio donde tengo mi caballete, mis pinceles, mi sofá… y ensayábamos las acciones y el texto de mi personaje. Con Tania ensayé varias veces, pero sobre todo la escena erótica, para sentir un poco más de confianza y sobre todo porque esa escena llevaba una especie de coreografía en la que un coreógrafo nos marcaba las pautas.
¿Cómo se grabó esa escena?
Se grabó todo en un plano-secuencia, aunque luego se fragmentó en el montaje. Se hizo en una sesión y con una sola cámara que se movía a nuestro alrededor.
¿Cómo fue el rodaje con la pandemia?
El rodaje estaba previsto para empezar en abril, pero cuando nos confinaron se tuvo que posponer. Al final se grabó todo a mediados de julio, en tres días seguidos muy intensos. Éramos un equipo con bastantes personas… el set de rodaje estaba en un sótano, sin aire acondicionado, poca luz, velas… ¡Imagínate! El primer día, sobre todo, fue muy duro.
Ese sótano era un verdadero estudio de pintura ¿no?
Sí, es el sótano de una escuela de pintura de una bisnieta de Sorolla. Pero el equipo de arte lo cambió todo para ambientarlo en la época.
¿Por qué dices que fue duro?
Porque no habíamos ensayado antes en el set de rodaje y entrar allí por primera vez fue como hacer un viaje en el tiempo, trasladarte a otra época y, además, lidiar con los espacios estrechos, como la escalera, el calor, el cuerpo a cuestas... Y tienes que repetir el plano, una vez, dos, tres…
¿Qué es lo que te produjo esa tensión, a pesar de que tú ya has rodado otros cortos?
No lo sé, porque, al final, cuando se rueda varias veces la misma escena y no sale, crees que es por tu culpa. El calor agobiante, las órdenes por aquí y por allá, tus propias exigencias… es una combinación de cosas.
¿De qué estás más contento y menos de todo el rodaje?
Estoy muy contento con el resultado. Cuando salí de allí al tercer día me costaba imaginarme cómo quedaría. Pero luego, en postproducción han hecho magia y todo se ha encajado en su sitio. La música, la fotografía, el montaje… Todo el equipo ha trabajado mucho y muy bien. He quedado impresionado y muy satisfecho. Una joya de corto. Espero que tenga buenas críticas y algún premio, porque se lo merece.
¿Más o menos satisfecho que en otros trabajos?
Igual… O más, incluso. Porque nunca había hecho un personaje tan complejo y tan protagonista. Son dieciocho minutos en los que no dejo de estar en pantalla.
Tú que eres pintor, ¿te sientes identificado con el personaje?
No. Yo necesito tiempo y tranquilidad para pintar. No puedo trabajar con esa presión. Aunque últimamente pinto más rápido porque tengo esa necesidad. Él, en cambio, está obsesionado con hacerlo todo en una noche y no sabe si será capaz.
¿Y crees que esa obsesión le vuelve loco?
Creo que sí y, además, esa locura nos impide saber lo que piensa con claridad. El final deja muchos interrogantes (¿la ama?, ¿no la ama?, ¿quién es ella?, ¿cómo han llegado hasta allí?) y eso siempre es inquietante. Pero, en definitiva, lo importante es siempre lo que piense cada espectador.
Enhorabuena por tu excelente trabajo.
¡Gracias!
Escribe Leo Guzmán | Fotos Paolo Sapio | Crítica de El retrato