Entrevista a Federico Luppi

  23 Octubre 2017

“Melancolía y nostalgia son elementos chantajistas al extremo”

Federico LuppiEl 20 de octubre de 2017 fallecía Federico Luppi a los 81 años de edad. A la hora de dedicarle un homenaje podíamos escribir un artículo repasando su trayectoria, pero hemos recordado esta entrevista que le hizo nuestra compañera Marga Carnicé en 2012 y hemos pensado que el mejor para hablar de Luppi es el propio Federico. Os dejamos con sus palabras.

Nos vemos obligados a hacerla, pero Federico Luppi no necesita presentación. Es, aparte de uno de los actores más singulares que han cruzado el siglo, uno de los intérpretes latinos más apreciados en el cine español. En él ha intervenido en más de veinte títulos, de los que los últimos fueron Los pasos perdidos (2001) y El laberinto del fauno (2006), y ha compartido protagonismo con tres generaciones de actores: la de Paco Rabal (Incautos, 2004)), la de Carmen Maura (Lisboa, 1999) y Mercedes Sampietro (Las huellas borradas, 1999) y la de Javier Bardem (Éxtasis, 1996).

Nació en Buenos Aires hace tres cuartos de siglo y sigue ejerciendo su profesión con la perseverancia de los treinta años y el entusiasmo de sus mejores tiempos, que quizás fueran los de su periodo con el director Adolfo Aristarain. Con él estrenó las ya clásicas Un lugar en el mundo (1992), Martin (Hache) (1995), o Lugares comunes (2002). Con todo sólo podemos hablar de la punta del iceberg. Desde que debutara en el cine, a principios de los 60, puede contar más de 100 títulos en una carrera de la que recuerda con particular placer su época teatral en la comedia argentina: “la comedia es necesaria, a mí me hace feliz”.

Dentro y fuera de la pantalla, su presencia le preside. A punto de cumplir los 75 sigue teniendo el porte de un patriarca bíblico, la palabra de un orador y las maneras de un galán. Desde 2003 Luppi tiene la nacionalidad española, ha residido con frecuencia en Madrid, pero la razón que le ha traído a su segunda patria es la presentación de su última película, Cuestión de principios, comedia dramática del joven director argentino Rodrigo Grande (Rosario, 1974), que ahonda en uno de los principales rasgos de los personajes del veterano actor: los principios éticos. Encadenados tuvo el privilegio de comprobar que, sin guiones ni cámaras de por medio, el placer de estar ante Federico Luppi es todavía mayor.

Groucho Marx decía: “Éstos son mis principios: si no le gustan, tengo otros”.

Todos tenemos principios, pero ¿quién evalúa los que son de peso, profundos, transformadores? Difícil. Hasta el más perverso individuo dice: “Tengo principios”. La Mafia tiene principios, rígidos, pero los tiene. Siempre hay principios, sólo ocurre que su base no siempre tiene que ver con un código moral benéfico, humano o solidario.

Cuestión de principios, la última película de Federico LuppiY sin embargo existen…

Supongo que porque no puede ser de otro modo, sin principios no sabemos manejarnos. Los principios pasan incluso por lo más cotidiano, lo más sensible. Nos movemos por códigos de cultura y de convivencia. Por ejemplo, a ti te contratan en el periódico o en la radio, y te dicen: “va a trabajar todos los días de 9 a 7 y va a ir vestido de tal modo”, y eso es un consenso escrito. Pero hay otro código de convivencia que te dicta llegar, saludar a los compañeros, preguntar “qué tal les va” y ser cordial. Esos principios son menos estrictos pero igualmente necesarios, porque tienen que ver con la vida en común. Y del mismo modo que existen, se vulneran todos los días.

Aunque en clave de comedia y de cotidianidad, la historia de Adalberto Castilla nos viene a decir que en el fondo no hay valores universales válidos. Que la aplicación de los principios nunca es firme, sino relativa.

Y probablemente sea así. Los principios de la Mafia, que antes decíamos, son geniales, si uno los lee desde el punto de vista teórico, son estupendos. La lealtad, la ley del silencio o la muerte al delator son cosas muy poéticas, pero claro... tampoco escapan a la perversión. Es innegable que los principios tienen que ver con su particular negocio.

El humor ayuda a digerir determinadas historias. ¿Estamos de acuerdo?

Totalmente. A mí me gusta mucho. Siempre he hecho películas de tipos íntegros, duros, heroicos… sin embargo en teatro siempre me ha ido muy bien con la comedia. No la comediola, la risa fácil… sino la comedia que puede manejar el dato que te llama la atención, el humor, cierta sutileza de comportamientos, de equívocos. La comedia me hace feliz.

En la película le vemos junto a una actriz veterana como Norma Aleandro. Ha trabajado usted con nombres de mucha envergadura y ha sido  antagonista de figuras como Paco Rabal. Con la fama que le precede, es muy grato verle en un papel tan lúdico como el que interpreta en el film. No parece que el ego sea algo que a usted le pese.

Seguramente sea discutible, pero creo que el tema del ego se ha hinchado mucho. Se ha hecho de él una suerte de caballo de batalla del glamour y del mundo de la actuación. Los grandes que uno conoce —que no son más que los actores conscientes del oficio y que tienen cierta nobleza para ejercerlo— no son tipos secos. En general, están muy imbuidos de cierta condición de verdad, de oficio. Y su dedicación es la de engrandecer el oficio, no la de bastardearlo. Yo no he conocido ese tipo de peleas que a veces uno lee en crónicas o en gossips. En todo caso, no suelo escuchar el ego porque cuando existe es un consejero maldito.  

luppi-7

En ese negocio de los principios que decíamos ¿La fama no es un elemento peligroso?

La fama en sí no corrompe. Lo que corrompe es aquello que se hace para llegar a ella. Si el precio para alcanzarla es el codo y la rodilla…

Su personaje defiende la postura de que “no todo puede comprarse con dinero”.

Yo creo que en la ficción Castilla lo dice, ahí si, por una cuestión de ego personal. Porque esa frase viste, esa frase ennoblece. Si yo digo, solemnemente: “No todo se compra con dinero”, estoy diciendo: “Yo no soy vendible. Yo tengo un hacendado amor por la condición pobre pero digna”. En realidad, en términos reales, todo se compra con dinero. Todo. El tema es que hay gente dispuesta a aceptar el precio o no.

No ha pasado, pero siempre me digo, ¿qué ocurriría conmigo si un día me dicen: “Mira, ahora, cuando llegues a Buenos Aires, te doy un sobre con 300.000 euros”. ¿Qué me pasaría? Uno puede empezar a pensar en la culpa, en la delincuencia, en la policía que te espera con las esposas. Pero el primer golpe de efecto es la tentación. Es muy difícil hablar de eso. Precio hay en todas las partes del mundo e incluso en los niveles aparentemente menos tentados. Fíjate en Méjico, un país a tal borde de la disolución porque el narcotráfico tiene tanto, tanto. ¿Quién se opone a eso? Nadie, porque te dicen: “¿Cuánto quiere?” Y no hay opción. Es “cuánto quiere” o la cuneta. Es un tema difícil, pero en cualquier caso sí, hay precios.

El mundo ético de su personaje es la columna vertebral de la película ¿Cómo nos definiría a Adalberto Castilla?

Castilla es un hombre que representa, a mi juicio, la típica clase media de todas partes del mundo. Esa clase media que es precisamente como decía Benedetti: “Media culta, media nada, media algo, media qué”. Esa clase media que está llena de incertidumbres, de timideces, de indecisiones. Que va y que viene y que fluctúa. Que no acepta los cambios y nunca los promueve. Que repite lo que escucha, lo que oye y lo que lee. Que no tiene un concepto propio de lo que es la vida política, la vida de un país. Una clase que tiene un espacio interior muy pequeño y que al final se nutre de un discurso que nunca pone en práctica. También es una clase que da los mejores médicos, abogados, actores, pintores, políticos…

luppi-4-gira

Desde su quiebra económica, Argentina ha dado un cine de profunda reflexión. ¿La crisis expone nuestro miedo a perder, a caer en un estrato más bajo?

Sí, y ése es el drama de la clase media, también el drama de Castilla. La clase media no asciende, porque hay una clase hegemónica, dominadora, que tiene todos los medios y que no la deja subir. Porque la clase hegemónica, lo que tiene de genial es que impide el movimiento social. La movilidad social se atempera, la clase media no sube, pero por otro lado no quiere descender. Es como el jamón del bocadillo, y Castilla también es eso. Él no se permite gozar la vida cotidiana, la más atractiva. Mirar los senos de una mujer le perturba, la posibilidad de estar tres días en la capital con la chica de la oficina le enferma. No se permite siquiera expresar los deseos más elementales. Y el momento en que él rompe el talón con esa cantidad tan importante para él, parece que, más que por un profundo convencimiento ético, lo hace porque le están mirando. Porque lo ven.

¿Qué le atrajo del proyecto de Rodrigo Grande?

Me gustó que tratara se tratara el tema con este tipo concreto de personajes. Y me gustó que tuviese cierta voluntad de comedia, de no quedarse metido en una especie de follón solemne, sociológico, que hubiese sido bastante más complicado y muy extremo. Rodrigo lo toma como una comedia y nos hace ver los pequeños contrapesos cotidianos de la solemnidad. Esa especie de mandato tan exiguo que domina a Castilla, tan inalterable e inflexible: nunca un préstamo, nunca una mala palabra, nunca un taco, nunca nada. Me gustaba también que hablara de nosotros, de esa clase media que es indudablemente argentina pero que creo que está en todas las partes del mundo. Los personajes secundarios son atractivos, los muchachos de la oficina, ese cuartito donde toman café, me gustó mucho.

¿Conocía ya el cuento de Roberto Fontanarrosa?

Lo había leído hacía mucho tiempo y Rodrigo, con quien era amigo de mucho tiempo, le agregó un par de cosas dramáticamente de mejor andadura. En confianza les digo que Rodrigo va a ser un director importante. Como decía ese personaje de Shaw, “con un poquitín de viento a su favor”. Es tan complicado hoy en día filmar…

En breve es su cumpleaños. ¿75 es un buen número para…?

Es un número maldito, ¡porque me toca a mí!

No soy amigo de los balances. Los balances son un momento para hacer falsas promesas. Hice cosas buenas, cosas regulares, cosas malas, meteduras de pata, ¡qué sé yo! Lo que se hizo se hizo como se pudo y no hay más responsables que uno mismo. Me siento feliz de estar vivo a esta edad, de haber pasado tantas cosas en Argentina y todavía poder contarlo. Y me gustaría, sí, en términos un poco fantásticos, “descender lentamente por el lado oscuro de la luna”, pero con dignidad.

luppi-1

¿Hay trabajos de los que se siente realmente orgulloso?

Sí, pero no por mi trabajo. Más bien porque fueron películas que por cuestiones de historia gustaron, entraron en la gente, formaron parte de cierto momento referencial en el público. Últimos días de la víctima, Plata dulce, son películas que han sido buenas per se. Y viéndolas de nuevo uno se siente parte de un momento atractivo y gracioso.

Usted reniega de la idea de jubilarse a una edad a la que lo que suelen hacer sus colegas de profesión es publicar memorias.

Lo que ocurre es que ahí haría falta un puntapié inicial, según Bernard Shaw, que tuviese que ver con la creencia de que lo que uno dice es importante.

¿Y no cree haber tenido una vida interesante?

Por supuesto, pero no importa tanto lo que uno pueda contar sino cómo lo cuenta. A lo mejor las memorias sobre un hecho importante que yo haya vivido lo cuenta alguien con menos espesor dramático y lo cuenta mejor. Y parece, de hecho, una mejor historia. Es el cómo, siempre. No el qué.

luppi-3-aristarainDesde 2003 tiene usted la nacionalidad española ¿Cómo se ve la Argentina a tantos kilómetros de distancia?

La venida a España fue un momento muy duro de mi existencia y de mi país. Argentina estaba en llamas, totalmente quebrada y partida por la mitad. Vine con mucha decepción, con mucho cabreo, mucha impotencia y mucha rabia. Eso me ayudó porque llegué a Madrid y no tuve los ramalazos de la melancolía y la nostalgia, que son dos elementos chantajistas al extremo. Pude aclimatarme bien, meterme en el día a día y vivir lo español. La política, el deporte, el cine, todo lo que leía. Y volví a Argentina después de cinco años.

¿Y qué tal fue el regreso?

A partir de ahí ocurrieron cosas muy atractivas. El país ha cambiado mucho, económicamente está muy bien. Siguen habiendo muy agudas y extensas luchas políticas, muy duras, la vieja historia izquierda-derecha, en fin… Estuve hace unos años haciendo una gira muy larga, muy extensa. Las provincias son menos provincianas, están más abiertas; los chicos están más despiertos y más flexibles, menos contaminados. En todas partes hay un polideportivo nuevo, un hotel nuevo. Hay clubes, cafés y bares, los chicos se visten ya como en Paris, todos van con el aparato móvil, el fenómeno de la  comunicación es tan de ellos y a la vez tan intenso que no hay lugar de la tierra donde no aparezca lo último de lo último. Y eso hace que aparezca también una condición no solamente moderna sino de amplitud de miras. A la juventud se le abre la cabeza y hay menos contaminación prejuiciosa. Y ahí yo vi una acción de gobierno bastante buena. Por una vez en la historia del país hay gente que hace lo que dice. Han tenido la habilidad y el coraje de resolver aquello que realmente habían prometido. Hubo una incursión en la economía y en el mundo de la pobreza bastante atractiva y eficaz, porque eso siempre implica luchas corporativas espantosas.

No sólo ha sido usted actor, en 2005 le vimos dirigir su primera película, Pasos. ¿Qué placer le da a un actor ponerse detrás de una cámara?

Yo hice un debut fallido con esa película, no anduvo bien. Pero fue una experiencia fabulosa, hasta tal punto que pensé que iba a terminar dirigiendo. Me gustó mucho lo que hice. Hice cosas buenas, hay momentos en la película que son buenos, pero cometí el error de no haber peinado o aligerado el texto y haber sido más conciso. Ya sabes, ese afán de decirlo todo en momentos en que es más importante la capacidad de síntesis. Pero te digo que me sentía Dios. Dirigir a cincuenta personas, cada una con su historia particular, cada una con su locura… vi que lo sabía hacer, resolví cosas interesantes y me manejé bien con la gente. Pude cambiar de golpe de decorado y adaptarme, manejar actores no me resultaba tan extraño, porque conozco el oficio, pero llegó un momento en que pensé, ¿Por qué no descubrí esto a los veinte años?

En Cuestión de principios su personaje menciona con nostalgia actores como Humphrey Bogart, Robert Mitchum, Gregory Peck… ¿qué cree que ha ganado la interpretación en los últimos años?

Hay una cuestión en el cuerpo de la actuación que yo creo que se encara mal. La actuación no es un oficio que uno aprende de una vez para siempre, no hay reglas fijas porque se lea a Stanislavski, Eugenio Barba, Grotowski, Chéjov o Strasberg, en fin… todo eso no existe.

Nosotros somos más viejos ahora que hace media hora. Todo cambia permanentemente, cambia la cultura, la gestualidad, los contenidos emocionales, cambia la inteligencia, cambian las ganas, los deseos. La actuación no puede estar atada a reglas más o menos fijas, entonces lo que aquellos muchachos tenían, aquellos muchachones —Peck, Mitchum, Bogart— era una presencia apabullante. Eran los prototipos del macho, del hombre íntegro plantado ahí, que con una mirada no hacía falta tanta sutileza tipo Brando.

luppi-5-martin_hLos clásicos…

Y como clásicos que eran, decían mucho con muy poco. ¿Por qué aparecieron más tarde Brando, James Dean y toda esa gente? Porque el mundo iba exigiendo, en la transmisión del mensaje afectivo, una mayor sutileza, un mayor sentido de la verdad, una verosimilitud mucho más afinada. Y seguramente dentro de diez años habrá actores que superen a Brando, a De Niro, y a todos ellos. Porque es imposible suponer que eso queda para siempre. Quedan las efigies, quedan los momentos emotivos ligados al tiempo. Yo veo una película vieja de Mitchum, Peck o Bogart y es realmente encantador verlos. Les envidio, porque con muy poco eran dioses, había mucha magia.

¿Se siente un referente entre los actores jóvenes?

Difícil, porque yo estuve en una época un poco de equilibrio, ni pertenezco a la vieja generación ni llegué a ser la nueva…

¿Una especie de generación bisagra?

Si, eso creo. Me parece que los actores de la generación que siguió a la mía eran, cuando jóvenes, mucho mejores actores que nosotros a su edad. Tuvieron más escuela, el mundo circundante estaba más informado. La ósmosis entre el chico y la experiencia del mundo era mucho más premiable. Hoy día tomas un chico de 7, 8 o 10 años y maneja las máquinas, los aparatos y las cosas de un modo que yo me quedo perplejo. Lo saben todo, te agarran esta cámara y ya saben cómo manejarla, porque la transmisión del medio ambiente es muy plena, muy invasora. ¡Yo soy una bolsa de patatas al lado de ellos!

El cine argentino ha experimentado una gran expansión ¿Cómo percibe usted esta nueva ola de creadores?

Yo creo que hay una cantidad enorme de chicos jóvenes, pero jóvenes de verdad, que hacen películas maravillosas con muy pocos medios, y que son capaces de hacer películas de todo tipo, mezclando estilos… yo no tengo mucha idea de la génesis de eso, pero me parece que en Argentina las generaciones adultas han fracasado tanto en política, en economía, en ser referentes morales, al fin y al cabo, que los hijos de esa gente han crecido intentando cometer parricidios culturales. Es decir, basta de aquello, esos próceres no. Yo lo hago a mi manera y me importan tres carajos papá y mamá. Han apostado por hacer un cine donde se nota fundamentalmente su profunda libertad, pueden ver con agudeza cosas que yo no veo. Y no por sabios, sino porque están más libres... pienso en Pablo Trapero, en Lucrecia Martel, en Adrián Caetano, en Damián Szifrón…

¿Conoces Tiempo de valientes, de Szifrón? Es una película de serie negra, con enorme humor, y tiene algo maravilloso: ese libro tiene treinta y tantos años, pueden haber filmado cincuenta versiones, antes, y Szifrón tiene otra concepción menos atada a cánones. Eso le da una capacidad de respirar única…

cuestiondeprincipios01

En España uno de sus papeles más recordados es el de Martin (Hache), donde no se paraba de hablar. El autoanálisis, que por otro lado es muy propio del cine argentino, donde abunda el soliloquio, ha sido un lugar común en sus personajes.

La inmersión del argentino en el psicoanálisis no es algo fortuito ni casual. Somos un país hecho de italianos, españoles y demás razas. Conseguir una identidad más o menos identificatoria, valga la redundancia, no es fácil. Hemos sido un país muy grande, muy rico, y hemos vivido muy mal. Hemos hecho desastres con la economía, con la cultura, con la creatividad. Eso descentra a cualquiera, te crea dificultades para integrarte todos los días. Esa tendencia al autoanálisis probablemente ayudó en muchos momentos a que Argentina tuviese islas de salud más o menos importantes o referenciales. Cuando el que te puede enseñar o guiar no está, uno va a los libros. A veces el que te resuelve una situación dramática en la vida es un poeta. Entonces el magín también sirve para que de vez en cuando hagamos cosas buenas.

Los personajes de fondo solemne, de principios, con una ética muy férrea recuerdan a su época con Adolfo Aristarain. ¿Reconoce una influencia como la suya en la generación de Rodrigo Grande?

Si. La reconocen ellos, fundamentalmente. Los directores jóvenes, como Rodrigo y muchos otros, tienen una profunda reverencia por Aristarain. Ha sido y es un cineasta de una formación fílmica muy económica, ha hecho muy buenos libros, ha defendido un sentido bastante heroico de la existencia, y eso a nosotros nos gusta. Él representa el cuento hermoso donde los personajes pueden llegar a rescatarse a través de gestos heroicos, que es lo que no abunda hoy día y lo que en Cuestión de principios se toma con humor.

¿Se extrañan esos personajes íntegros?

Es que el mundo se ha hecho muy caníbal y cínico. El panorama está complicado para plantear en términos de acción grandes sentimientos. Conseguir líderes tipo Mandela no es una tarea fácil. La globalización y los mercados lo complican mucho. Esta condición de que el mercado domine la vida es algo muy nocivo, muy dañino.

luppi-2

¿Tiene alguna razón para volver a trabajar en el cine español?

Todas. Las que tú quieras.

¿Le volveremos a ver pronto, entonces?

¡Ay, vieja! ¡Te lo firmo ciego! (cierra los ojos con fuerza, como formulando un deseo, y me firma el cuaderno de notas).

Nos cortan, porque Federico Luppi tiene todavía muchos compromisos. Nos quedamos con la sensación tan real, tan propia de la vida, de haber hablado un poco de todo y no haber llegado a la conclusión de nada. Sin embargo, hubiésemos estado toda la tarde escuchándole. Su optimismo y la perseverancia con la que defiende la vida y el cine son contagiosos. Por mucho que él lo niegue no queriendo ser referente de nadie, es un actor sabio.

Su inconfundible cabellera plateada se aleja después de un encaje de manos en el que, a pesar de la prisa que le imponen, se toma su tiempo para esbozar una grata sonrisa. Ojalá sea verdad eso de que no va a jubilarse nunca y le podamos volver a ver pronto en nuevos proyectos, de aquí o de allá.

Escribe Marga Carnicé

Crítica de la película Cuestión de principios en Encadenados

luppi-6-autografo